Editores
y lectores
En el periodismo sucede que cuando se dan cuenta de
que eres bueno haciendo algo consiguen la manera de que no lo hagas más.
Debe ser una cosa de protección del idiota. Cuando alguien muestra que no
es tan idiota, so pretexto de premiarlo, consiguen que no lo demuestre. Lo
cierto es que desde distintos sectores –individuales, institucionales–
hay como una pelea para romper con eso.
A mí me costó bastante tiempo que no me pagaran menos por escribir. En
algún momento
empecé a dirigir medios. Eso tiene su atractivo, ver cómo se crea el
espacio, etc., pero llegó el día en que quise escribir otra vez y eso
significaba un descenso económico fuerte. Tuve que pelear para que no
fuera así. Creo que poco a poco algunos han ido consiguiendo que escribir
no sea castigado económicamente, que los dueños de los medios entiendan
que es bueno pagarle bien a alguien porque escribe bien. En algunos
espacios está apareciendo la conciencia de que eso es digno de ser
pagado. Pero hay que seguir peleando.
¿Cómo hemos hecho para pensar que los lectores son idiotas? Los editores
en general creen que el lector no lee, con lo cual lo ponen en el limbo de
la indefinición, porque un lector que no lee pasa a ser una no-entidad.
Ese es un problema grave porque hay géneros que no funcionan en cinco mil
o en seis mil caracteres. Si uno quiere contar una crónica en la que
establezca ciertos personajes, ciertos ambientes, ciertas situaciones,
necesita espacio para eso.
Hace cuarenta años los escritores pensaban que los lectores eran súper
inteligentes y por ello había que dedicar los mayores esfuerzos que uno
pudiera para estar a su altura. Ahora parece ser que la situación fuera
casi la contraria: pensamos que el lector es alguien a quien hay que
explicarle todo porque es tan tonto que si no se le explica, si no se le
hace fácil, corto, simple, no va a entender nada. Eso es decididamente
triste. Se le llena todo de recuadritos, de dibujitos, de fotitos, porque
se cree que el lector es alguien que no lee y si lee se está equivocando.
El recuadro es una derrota del cronista. Es no confiar que en un solo
texto va a poder interesar al lector, engancharlo para todo el recorrido.
La pirámide invertida también es
un gesto de resignación del periodismo: mi lector no va a llegar ni a la
línea veinte, entonces le cuento todo en las cinco primeras, por lo que
el lector no llega a la veinte ya que todo se le ha dicho en las cinco
primeras. Es una confesión de impotencia del periodista. Sería bueno
tener la soberbia de pensar que sí lo vamos a mantener y que le podemos
contar las cosas a lo largo de veinte líneas o más. Los cuentos lo que
buscan es eso: que el lector llegue al final y que haya cosas que lo
impulsen a seguir y a seguir.
¿Por qué la televisión se cree que tiene derecho a enseñarle al
espectador a mirar y los diarios no creen que tienen el derecho de enseñarle
al lector a leer? Si queremos tener la oportunidad de trabajar de otra
manera, tenemos que proponerle al lector otras formas de acercarse a lo
escrito, tenemos que conseguir quién sea capaz de recibir aquello que
vamos a producir. Si no creamos lectores no podemos ser periodistas
mejores, no podemos ser periodistas distintos. Obviamente desafiar a los
lectores supone desafiar a los editores primero, y antes supone
desafiarnos a nosotros mismos (mucho más que a editores y lectores).
Desafiarnos a ser capaces de hacer algo que no sea la papilla de siempre.
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