En
qué tono contarlo
La elección del tono debe hacerse desde el momento
en que se empieza a trabajar en una crónica. El tono en que se escribe
algo es central porque comunica toda la sensación alrededor de lo que se
está leyendo. Los datos, las palabras, los hechos pueden ser los mismos,
pero según como uno los vaya articulando, según el tipo de frase que
vaya poniendo, según el tipo de organización, van a armarse tonos
totalmente distintos. Si no se toma una decisión desde el principio
–“esto lo voy a contar de tal manera”– se mezclan tonos y se hace
ruido. El lector va a perderse: “¿cómo así? si yo venía leyendo una
cosa y de pronto encuentro otra”. No digo que eso no sea un recurso
valido: a veces uno empieza de una manera para seguir después con otra y
para volver y para ir. Está bien, si se controla.
El tono que uno le va a dar al texto no se lo imagina en abstracto. Creo
que uno se lo imagina a partir de una o de dos frases. La forma de plasmar
mejor el tono en que uno cuenta es el principio, son las dos o tres
primeras frases.
Uno de los
datos centrales del tono es el tipo de palabras que uno usa. Nosotros
trabajamos con palabras, pero no tenemos un dominio demasiado extenso
sobre las palabras que usamos. Sería ideal controlar las palabras porque
cuando uno no las controla, ellas lo controlan a uno y hablan por uno.
Siempre pasa: las palabras siempre dicen mucho más de lo que uno querría
y eso obviamente es incontrolable. Pero hay la posibilidad de decidir. Uno
puede elegir con el tono. Decidir, por ejemplo, si va a poner falleció,
murió, dejó de existir. Para cada cosa que uno quiera decir hay un
registro muy amplio de palabras. Es bueno saber en qué léxico quiere uno
moverse, para manejar el tono.
Y tratar de evitar lo que llamo las segundas palabras. Los periodistas
creemos que nuestro oficio consiste en desechar la primera palabra que
viene a la cabeza y usar la segunda. En lugar de murió, poner falleció;
las cifras bajaron, pero ponemos descendieron. Así sucesivamente. Los
diarios están plagados de segundas palabras, que para mí son el signo más
definitivo de algo kitsch, de manierismo, de comprar el jarrón de
porcelana con flores violetas en vez del vaso sencillo de vidrio recto. La
primera palabra casi siempre es la mejor. Si uno usa una segunda para
demostrar que sabe muchas palabras, si el único recurso que tiene es ese,
es porque está jodido. Me parece que uno tiene formas más elegantes de
contar, formas que tienen que ver con el tono, el ritmo, el punto de
vista.
El caso paradigmático de segundas palabras al poder es el frenesí por la
sinonimia.
Caer
en una tormenta de sinónimos so pretexto de que queda feo repetir algo.
¿Por qué queda feo repetir? Si estoy convencido de que esa es la palabra
¿por qué no la puedo decir ocho veces? ¿Qué pasa? ¿El lector va a
decir que soy un poco burro? Un sinónimo puede hablar a través de uno si
no piensa mucho la palabra. Es central saber qué se está diciendo.
Usemos diccionario. Interesémonos por las palabras. Son la única materia
prima que tenemos.
Hay un verbo muy noble en castellano que es decir, dijo,
dice. Por alguna razón creemos que tenemos que usar toda esta sinonimia
(señaló, advirtió, indicó) que además nos traiciona. Se usa explicó
cuando alguien simplemente dijo algo. O declaró cuando dijo buenos días.
Cada uno de estos verbos sustitutivos conlleva un juicio sobre cuál fue
la intención del tipo cuando lo dijo. Si uno dice advirtió está
haciendo juicios de que el fulano lo dijo “para que”. Conlleva un
significado que uno no le quiso dar a la expresión sino que se coló por
no usar “dijo”. Nunca uso otro verbo que no sea “dijo”,
“dice”, “dirá” o “había dicho”. Es más elegante y preciso.
Es una primera palabra. Si cada tanto hay que subrayar que lo que hizo no
fue solo decir sino amenazar, puede que uno lo diga, pero ahí ya va a
tener peso.
Usar las primeras palabras es un pequeño paso hacia una forma de saber qué
palabras usa uno y por qué. Cada momento estamos eligiendo la palabra tal
en vez de la palabra cual. Cuánto más sepamos por qué estamos eligiendo
cada palabra, mejor vamos a escribir, porque vamos a estar controlando lo
que escribimos. Para eso hay que leer mucho y saber qué significan las
palabras.
Si cada día uno se entera de una o dos palabras, de dónde
vienen, cómo se pueden usar, al cabo de dos años tiene mil palabras más
y va a poder usarlas como le dé la gana y no ser usado por ellas. No
deberíamos permitir que las palabras nos pongan en un lugar donde no queríamos
estar. Usar la palabra fallecer ya me hace ser parte de determinada retórica,
determinado tono. También es importante cuidar la gradación de las
palabras. Uno tiende a usar palabras muy fuertes muy rápido y esas
palabras no dejan espacio para seguir adelante. Después, cuando realmente
se quiere decir algo, no hay cómo decirlo ni el lector lo va a creer.
Lo que más hace avanzar la narración es el verbo. Me gusta que las
situaciones verbales se expresen con verbos. Lo directo tiene mucha más
fuerza. Si estamos contando una de acción (otra cosa sería si estamos
describiendo un paisaje) es mejor el toc-toc-toc, el ritmo rápido, el
golpe. Las formulaciones directas. No perder aliento en oraciones
subordinadas, que son la muerte del ritmo. Muchas subordinas pueden
evitarse o reemplazarse por los dos puntos. Los dos puntos implican una
continuidad, una relación de causa-consecuencia.
Uno de los problemas que se tienen es cómo introducir
frases. Empezar una frase es difícil, uno parece estar obligado a alguna
introducción, a poner algo antes para ayudarse, una muleta que no sirve
para nada. Usamos algún tipo de adverbial de tiempo o de consecuencia
–entonces, por lo tanto– y esos suelen ser los momentos más pesados
de una frase porque después uno ya está contando lo que tiene que
contar. Hay que cuidar esas transiciones porque pueden arruinar una buena
frase. La forma como uno empieza la frase determina de qué modo se va a
leer. Algunos conectivos no son necesarios. Se quitan y no pasa nada.
No hay que enunciar lo que se va a hacer sino hacerlo. Cuando uno relee lo
escrito encuentra que ha puesto cosas innecesarias. La aspiración máxima
es que todo lo que haya en el texto sea necesario para él. Eliminar lo
superfluo, lo que no quiere decir necesariamente ser seco ni austero. Se
puede ser barroco y llenar todo de palabras sin que nada sea superfluo,
pero eso es más complicado. Yo leo lo que escribía hace quince años y
digo ¡cuántas palabras usaba! Ahora escribo con menos palabras, menos
adjetivos, menos fórmulas y menos ganas de sorprender a nadie. Supongo
que es un camino habitual: cuando uno empieza necesita que digan ¡ah,
miren, qué bárbaro! Después se le pasa y puede escribir tranquilo.
Cuidar también que no haya ritmos demasiado distintos.
Actuar en vez de reproducir. Concentrar. Poner solo lo necesario para
contar lo se quiere contar. Uno tiene una cantidad de información
recogida, pero debe ir cincelando el texto como una escultura hasta que
quede lo que uno quiere presentar. La crónica, así como el relato, debe
dar la sensación de que todo lo que narra es necesario.
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