Qué
voy a contar
Lo primero que hay que hacer es descubrir qué se
quiere contar y desde qué punto de vista. Parece una tontería, pero la
ventaja de movimiento que da una buena historia sobre una historia más o
menos es extraordinaria. Es cierto que un buen periodista hace algo más o
menos bueno con una historia banal, pero localizar una buena historia es
importante y vale la pena esforzarse en esa etapa porque va a facilitar el
resto. Muchas veces uno no lo toma en cuenta y termina confiando en
recursos complicadísimos para salvar una historia que no valía.
Elegir es más significativo de lo que uno cree. Dilucidar dónde está el
corazón de la cosa.
Definir el foco y hacer que los recursos que se ponen en juego colaboren
con él. Preguntarse por aquello que queremos responderle al lector una
vez lea el texto. Qué va a hacer que valga la pena, qué lo va a hacer
distinto de lo que se cuenta cientos de miles de veces en todo tipo de
medios. A menudo historias que podrían haber sido muy buenas pasan justo
al costado. Errarla por una pulgada o por una milla da lo mismo. Pero es más
penoso errarla por una pulgada.
Si algo le llama a uno la atención especialmente, hay que confiar en que
eso va a llamarle la atención a los demás. Confiar en ese entusiasmo por
las cosas que a uno le sorprenden y tratar de enterarse por qué suceden
esas cosas. Me gustan las crónicas que narran algo que todo el mundo ve
todos los días. Me gusta la idea de enfrentarme con lo evidente y hacerlo
visible. Una crónica sobre Birmania es fácil, lo difícil es contar la
manzana de tu casa. Obviamente la muleta del exotismo facilita mucho las
cosas. Uno sabe que tiene que estar mirando y mira con esa virginidad que
permite ver en cada cosa lo digno de ser contado.
Yo solía decir que viajaba mucho y escribía crónicas de viaje para ver
si alguna vez podía llegar a hacer la crónica de la manzana de mi casa,
y de hecho no la he podido hacer. Es interesante contar el propio lugar
con una mirada un poco distinta. Existe la superstición de que no hay
nada que ver en lo que uno ve todo el tiempo. Esa misma superstición la
tienen los lectores: ¿qué me vas a contar si yo lo estoy viendo todos
los días?, cuando en realidad está lleno de cosas que contar, con solo
rascar un poquito, y ni siquiera rascar: a veces es conectar cuestiones
que no lo estaban visiblemente, pensar algo que no suele ser pensado,
darle una vuelta de tuerca a algo y hacerlo más interesante.
Me parece que deberíamos tratar de encontrar en cada hecho que uno cuenta
aquello que puede sintetizar el mundo. Tomarse el tiempo y el esfuerzo
necesarios como para encontrar ese punto de vista, ese foco, ese detalle
que haga que algo que uno podría contar y que sería banal, pueda
convertirse en algo que por la razón que sea le interese a la gente a
quien esa cosa en particular no le importe. Lo que un artículo o crónica
debería lograr es que le importe leerla a alguien a quien esa cuestión
no le interesa absolutamente nada.
Cuando voy a comenzar un trabajo me da la sensación de que ya todo está
contando, todo está entendido, y que mejor me quedo en mi casa. Pero se
me pasa pronto. Después de haber elegido lo que quiero contar sigo con la
documentación. No está mal leer todo lo que uno pueda. Para mí ahí
empieza el trabajo de campo. Lo leído me sirve para aislar cierta data
(no creo que lo personal, que el punto de vista, excluya ni la información
ni las cifras) y sobre todo para extraer ideas de dónde ir, qué hacer,
que después será un diez por ciento de lo que finalmente haré o quizás
ni me sirvan. Pero me tranquilizan, me permiten encarar el trabajo.
Llego al lugar con la sensación de que más o menos sé qué voy a hacer
en los próximos días: ir a tal parte, entrevistar a tal persona, los
temas que voy a tratar, lo que quiero conseguir. Pero cuando llego al
lugar trato de no leer más y me quedo sólo con mi cuadernito. Durante
mucho tiempo usé anotadores, últimamente uso grabador. Es raro, pero en
el mundo contemporáneo llama mucho menos la atención una persona que
habla sola que alguien que escribe.
Mientras estoy en la reportería, detrás de una historia, voy tomando
notas que son fragmentos del texto que después haré. No ideas ni
posibilidades de frases, sino frases que seguramente después corregiré,
pero que están ya bastante redactadas. Por eso mi forma de trabajo no
implica un empezar a escribir. Lo que hago después es ver dónde pongo
cada cosa, como si estuviera editando un video; voy organizado todo y llenándolo
de lo que llamo tejido conectivo, como en anatomía, aquello que va
conectando una cosa con otra.
En general trato de tener algún
contacto en el lugar. Pero me gusta perderme primero, sin muchas ideas
creadas. Leo los diarios locales, no las secciones internacionales ni de
política nacional sino las páginas de sucesos, las sociales, los
clasificados. Me parece que son una fuente del clima muy útil. Trato de
meterme en los lugares que sucede aquello que voy a contar, de enterarme
de todo lo posible. Es un trabajo de reportería similar a cualquier otro,
con la diferencia central de que hay que mirar todo lo que por lo general
no se mira.
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