La
crónica
Dentro de este género literario que solemos llamar
periodismo y que está determinado, si acaso, por el pacto de lectura
–que asegura que lo que uno está contando de algún modo sucedió–
hay una serie de subgéneros. La crónica es uno de ellos. Me gusta la
palabra crónica. Defiendo la idea de crónica y supongo que la defiendo
tanto más cuanto que la crónica es un anacronismo. Me gusta ya para
empezar que en la palabra crónica esté la palabra cronos, es decir,
tiempo. Obviamente todo lo que se escribe es sobre el tiempo, pero en el
caso de la crónica es esa especie de inútil intento de atrapar el tiempo
en el que uno vive, por supuesto está condenado al fracaso pero es
absolutamente digno intentar una y otra vez.
La crónica tuvo su momento y ese momento pasó. América se hizo a base
de crónicas. América se llenó de nombres y de conceptos y de ideas
sobre ella a partir de esas crónicas, que eran como un intento increíble
de adaptación de lo que se sabía a lo que no se sabía. Hay estos
ejemplos notables en que un cronista de indias describe una fruta que no
había visto nunca y dice: es como las manzanas de Castilla, solo que es
ovalada y adentro tiene carne anaranjada. Obviamente no tenía nada que
ver con la manzana de Castilla, pero tenía que partir de algo, no podía
empezar de la nada. Partía de lo conocido para llegar a lo desconocido.
Así fue
como se escribió América: en esas crónicas que partían de lo que
esperaban encontrar aquí y chocaban con lo que sí encontraban. Creo que
nos pasa un poco todo el tiempo. Cuando vamos a un lugar a tratar de
contarlo o cuando nos enfrentamos a una situación y tratamos de contarla,
vamos con lo que creemos que vamos a ver y chocamos con lo que vemos. Me
parece que es en ese choque donde se producen cuestiones bastante ricas.
La crónica es un género altamente latinoamericano para el cual los
latinoamericanos no estamos del todo equipados. Me resultaba curioso,
sobre todo cuando viajaba por ahí, pensar que tenía una gran ventaja
–al mismo tiempo gran desventaja– y es que yo como argentino no tengo
una mirada programada. Si fuera francés vería todo a través del
racionalismo cartesiano; si fuera inglés miraría con los ojos de un lord
del imperio; si fuera norteamericano miraría con los ojos del patrón. No
perteneciendo a ninguna de estas culturas fuertes, tenemos unos ojos que
deben inventarse todo el tiempo a sí mismos. No sabemos desde dónde
estamos mirando y eso por un lado es una debilidad y por otro es
interesante porque nos obliga a crear el lugar desde el que estamos
mirando.
Pero, insisto, la crónica es un anacronismo. Era una forma de contar en
una época en que no había otras. Cuando empezó la fotografía, a
finales del siglo XIX, comenzaron a aparecer estas revistas ilustradas en
que las crónicas ocupaban cada vez menos espacio y las fotos cada vez
más. Entonces lo que hacían era mostrar los lugares que antes
describían. Antes de eso había algún grabado, algún óleo, alguna
acuarela, pero era muy difícil su reproducción, casi imposible. La forma
más fácil de reproducir una mirada sobre un lugar era la forma escrita,
prácticamente la única forma de contar el mundo era la escrita.
La fotografía empezó a disputarle ese lugar, luego el cine, luego la
televisión. Y quedó claro que la forma escrita es como la más pobre
desde un punto para contar el mundo, la que da menos sensación de
inmediatez, la que da menos sensación de verosimilitud, la que deja más
en claro que uno está mirando a través de los ojos de otro. Esos que son
en principio puntos en contra también pueden ser una ventaja y es sobre
lo que hay que trabajar: el hecho de que hay una mirada que cuenta, que
hay una capacidad de sugerencia de la palabra que la imagen no tiene (la
imagen no sugiere, muestra), que hay la oportunidad de entrar a una
cantidad de lugares que la cámara no tiene. Las posibilidades de registro
de nuestro cerebro por suerte son todavía mejores que las de una cámara.
No tenemos que sacar la cabeza y encender la luz roja: estamos en una
situación que queremos contar y la recordamos y la contamos. Podemos
actuar al escribir.
La crónica se definiría, entre otras cosas, por ocuparse de lo que no es
noticia, de lo que no nos enseñaron a considerar noticia. La noticia en
general tiene dos posibilidades: o habla de los poderosos o de los que se
cayeron por alguna razón (un tipo que cometió un delito, o la víctima,
o el accidentado). Pero la gente normal, con perdón de la expresión, no
entra en el concepto de noticia que en general manejamos. La información,
curiosamente, supone interesar a muchísima gente de lo que pasa con
poquita, de los tejes y manejes de los pocos señores del poder. Esa es
una decisión política fuerte de la información. Postular que lo que
importa es lo que le pasa a ese pequeño sector está de manera tácita
imponiendo un modelo del mundo en el cual lo significativo es lo que les
sucede a unos pocos y los demás lo que deben hacer es consumir aquello
que les sucede a esos pocos.
Me parece que la crónica se revela contra eso e intenta contar lo que le
pasa a la gente más parecida a aquellos que leerían esa noticia. La
crónica es una forma de pararse ante esa estructura de la información
que habla de unos pocos y decir que vale la pena contar lo que le pasa a
todos los demás. A veces es más importante, más noticioso, más
informativo para mucha gente enterarse de lo que pasa con unas personas en
una plaza cualquiera que leer las declaraciones de un ministro. Puede
hablar más de sobre su vida, su país y sus circunstancias. Es una
lástima que los medios no tomen la idea de que sería mejor contar vidas
cotidianas. El periodismo tendría que dedicarse a la vida de todos.
Frontera
entre crónica y reportaje
La
crónica y el reportaje son géneros distintos, pero cada uno es tan válido
como el otro. En general se piensa que en los reportajes hay más análisis
que en la crónica. Eso no es consustancial al género. Con la presencia
del narrador se puede hacer mucho análisis, sin la presencia del narrador
se puede hacer ninguno.
Es confusa la frontera entre los dos. Si es necesario definir lo que
diferencia la crónica del reportaje pensaría en la primera persona o en
un tono que remita a la primera persona –aunque no se esté diciendo
“yo” –, en un tono que de alguna manera incluya más explícitamente
la experiencia y la mirada del autor del trabajo. Muchas veces el tipo de
material que se consigue para uno y otro es parecido, lo que se cuenta es
parecido, pero lo que define la diferencia es eso: si se incluyen o no
experiencias y miradas en un lugar visible y preponderante. Aún en
tercera persona, la crónica está más cerca de evocar una experiencia
personal.
|