CONFIRMADO
me propuso este tema. Pensé entonces que era la oportunidad para
ofrecer una respuesta, entre las muchas que pueden articularse, a
un interrogante que plantea José Luis de Imaz en Los que mandan;
"¿Por qué, no obstante su peso económico, su rol en la
modernización, y haber sido innovadores tecnológicos, los
empresarios no pesan en la vida del país?".
O pesan al revés. Este es el caso de ciertos tipos de grupos económicos
capitalistas, adscriptos a la política de la Sociedad Rural, ya
consolidados dentro del viejo sistema agro-importador, que prefieren
un mercado interno pobre en condiciones de monopolio a un mercado
en crecimiento en condiciones de competencia, como los que
apoyaron la política de contención del progreso en las Juntas
Reguladoras de la Década Infame. Sólo que éstos sí saben lo
que quieren.
Pero no voy a hablar de economía, sino del tema propuesto; de la
forma en que la tilinguería impone sus pautas, y cómo ellas están
perturbando el desarrollo de la inteligencia nacional y sus
impulsos creadores.
Y ésta es cosa de que debe tomar cuenta también el político
militante, si es que no sabe que el comité ha muerto
definitivamente. Porque los estados de opinión, entre los cuales
tiene importancia fundamental el slogan que surge de la cuestión
de los status, pesan mucho más que una recluta que sólo vale
para las elecciones internas.
En el Espasa Calpe se lee tilingo: "Argentinismo:
Insustancial, ligero, que habla muchas tonterías".
Segovia, en su Diccionario de Argentinismo, expresa: "Dícese
de la persona simple y ligera que suele hablar muchas tonterías".
Los paisanos, de un tipo así, dicen; "Hombre sin
fundamento".
Don Hipólito -desde luego, Yrigoyen es el Hipólito por
antonomasia- decía "palangana". Supongo a esta
expresión tradicional y fundada en la poca cosa y mucho ruido de
la enlosada al caer retumbante.
Usted lo conoce al tilingo. Y si no lo conoce, ahí lo tiene al
lado, en esta mesa de un café céntrico donde se han sentado
cuatro o cinco tipos con portafolios.
Algún día habrá que escribir la historia del hombre del
portafolio. Hubo la etapa de la posguerra con los
"ingenieri" italianos recién llegados que escondían
bajo el cuero -con una sugestión de planos y patentes de invención-
el sandwich de milanesa del almuerzo. Ahora es posible que el
portafolio contenga la cuarenta y cinco persuasiva, o la
concluyente tartamuda portátil.
Pero esos que están en la mesa de al lado sólo llevan allí
sueños, proyectos, hipotéticas transacciones. Andan a la búsqueda
de enganchar algo, intermediar en alguna operación cualquiera
para ganar una comisión, y muchas veces intermediando entre
intermediarios. Generalmente se ayudan con el teléfono de un
amigo que tiene escritorio y al que han pedido permiso para que
les "dejen dicho". Ese teléfono, la mesa del café y el
portafolio constituyen su establecimiento comercial.
Mientras llega "el asunto", hablan de fútbol, de
carreras, de política, de economía.
Cuando tocan estos dos temas últimos, nunca faltará quien
diga: "Lo que pasa es que los obreros no producen". Ahí
está el tilingo.
No se le ha ocurrido averiguar qué es lo que él produce y qué
producen todos ellos, puntas sueltas, mallas erradas en la enorme
red de intermediación que es Buenos Aires.
Que un tipo que no produce diga, en una reunión de tipos que
no producen, que no producen los únicos que producen algo, es
tilinguería. En esto de producir, tenemos muchos productores
rurales por el estilo que creen que la condición de productor la
da la propiedad de una estancia, unos breeches y unas botas de
polo, que viven en la ciudad -"porque mi señora dice que hay
que educar a los chicos"- y dan una vuelta por el campo cada
quince días. Productores rurales son los que trabajan y
producen en el campo, que pueden ser patrones o peones, pero no
los que no intervienen en la producción sino como propietarios, y
que son rentistas aunque no arrienden. Estos también son de los
que dicen que los "obreros" no producen. Y ya no desde
la posición marginal del tipo del portafolio, sino empinándose
como "fuerza viva" sobre la que descansa la economía
del país.
Inevitablemente, éstos y otros representantes de la tilinguería
son los que, ante la menor dificultad, califican al país:
"Este país . de m...", colocándose fuera del mistao a
los efectos de la adjetivación. Y la verdad es que el país lo único
que tiene de eso son ellos: los tilingos.
El
racismo es otra forma frecuente de la tilinguería.
La
tilinguería racista no es de ahora y tiene la tradición histórica
de todo el liberalismo. Su padre más conocido es Sarmiento, y
ese racismo está contenido implícitamente en el pueril dilema de
"civilización y barbarie". Todo lo respetable es del
Norte de Europa, y lo intolerable, español o americano,
mayormente si mestizo. De allí la imagen del mundo distribuido
por la enseñanza y todos los medios de formación de la
inteligencia que han manejado la superestructura cultural del país.
Recuerdo que cuando cayó Frondizi, uno de esos tilingos
racistas me dijo, en medio de su euforia:
-¡Por fin cayó el italiano! Se quedó un poco perplejo cuando yo
le contesté:
-¡Sí!, lo volteó Poggi.
Muchos estábamos enfrentados a Frondizi; pero es bueno que no nos
confundan con estos otros que al margen de la realidad argentina,
tan italiana en el presidente como en el general que lo volteó, sólo
se guiaban por los esquemas de su tilinguería.
Ernesto Sábato, con buen humor, pero tal vez respirando por la
herida, ha dicho en Sobre héroes y tumbas más o menos lo
siguiente: "Más vale descender de un chanchero de Bayona
llamado Vignau, que de un profesor de filosofía napolitano".
La cita me chocó en mi trasfondo tilingo (fui a la misma escuela
y leí la misma literatura) porque tengo una abuela bearnesa también
Vignau, tal vez más que por lo de Bayona, por lo de chanchero
(vuelvo a recordar que fui a la misma escuela, etcétera).
La verdad que ni el presidente ni el general son italianos.
Simplemente son argentinos de esta Argentina real que los
liberales apuraron cortando las raíces.
Pero la idea liberal o sarmientina no era ésa. Ella tenía, y
tiene, una escala de valores raciales que se identifican por los
apellidos cuando son extranjeros. Arriba están los nórdicos -con
escandinavos, anglosajones y germánicos-; después siguen los
franceses; y después los bearneses y los vascos; más abajo los
españoles y los italianos, y al último, muy lejos, los turcos y
los judíos. Cuando yo era chiquilín nunca oí nombrar a un
inglés -que generalmente era irlandés, pero la diferencia era
muy sutil para entonces- sin decir "Don", aunque
estuviera "mamao hasta las patas". El francés, a veces,
ligaba el Don; y en ocasiones, el vasco. Jamás el español, que
era "gallego de...", lo mismo que el italiano
"gringo de...". ¡Para qué hablar del turco y del
ruso.'
En La condición del extranjero en América, Sarmiento parece
revisar sus tesis sobre la inmigración. Pero no nos engañemos:
se sintió defraudado por la misma porque vino del Mediodía de
Europa. El hubiera querido una inmigración de arquetipos, y los
arquetipos son los que estaban en lo alto de su escalera
antiamericana y antiespañola.
Afortunadamente fracasó, y eso es lo que nos ha salvado como nación.
En algún lugar he recordado las palabras de Hornero Manzi
cuando me dijo:
-Lo que nos ha salvado es la actitud del italiano y el turco, que
en lugar de proponerse como arquetipos, propusieron como tal al
gaucho; así, en el ridículo del cocoliche se nacionalizaron en
lugar de desnacionalizarnos.
Sólo falta imaginar lo que hubiera ocurrido si las pampas y las
aldeas se hubieran poblado de los ejemplares arquetipos deseados
por ese racismo, con la actitud de obsecuencia de las generaciones
liberales para todo lo foráneo.
Ya se ha dicho que esa tilinguería racista viene de lejos.
Pero se acentúa cuando se producen cambios sociales. Entonces, la
tilinguería se exacerba en una peyorativa actitud racista.
Pasó con el acceso al poder del radicalismo. Los tilingos de
entonces cargaron el acento sobre los apellidos italianos de la
nueva promoción política suscitada con el ascenso de la clase
media: la pequeña burguesía inmigratoria y los doctores de
primera napa nacional,
La oposición conservadora adoptó un aire peyorativo que se
tradujo en toda una literatura política, que fue del periódico
-La Mañana y La Fronda, sucesivamente, fueron sus expresiones más
calificadas- hasta el discurso parlamentario. Se jugaba, por
ejemplo, con la equívoca significación de algunos apellidos; así,
la triple fórmula Coulom-Coulin-Culacciatti, que integraba, con
la igual finalidad peyorativa hacia los criollos desconocidos, don
Julio del C. Moreno -un personaje riojano- completaba el ridículo
en la imagen anal. Hasta cuando el apellido era patricio se lo
modificaba para ponerlo a tono: así, padeciendo Yrigoyen de un
posible mal de las vías urinarias, el doctor Meabe, su médico de
cabecera, se convertía en el doctor Meabene para adecuarlo a la
cita siguiente que era la de un correligionario de la 3a. Don Plácido
Meo.
En realidad, para los que lo escribían no se trataba de otra
cosa que de un recurso humorístico. Pero para el tilingo de
entonces el fundamento más real, el que más invocaba, el que más
jugaba, era ese de los "gringos", Y lo de
"gringos" sólo jugaba para los descendientes de
inmigrantes provenientes del Mediodía de Europa. No para los
otros.
Pasó mucha agua bajo los puentes, y vino otro movimiento
multitudinario: el de 1945. Ya los gringos se habían
incorporado y su presencia política no lesionaba a la tilinguería,
no sé si es porque de las nuevas promociones ascendentes habían
salido también promociones de tilingos. Sólo así puede
explicarse que un hijo de italianos -Sammartino- haya hablado
despectivamente de los "negros" al referirse al
"aluvión zoológico", en una caracterización
evidentemente racial y peyorativa, cuando aún estaba fresca la
tinta que lo había calificado a él también peyorativamente.
Que "el gringuito" de unos pocos años atrás se
sienta vieja clase frente a los descendientes de los
conquistadores en la confrontación de sus apellidos no revela
simplemente que "el gringuito" se ha incorporado a la
tilinguería. Lo grave es que se ha frustrado como guarango. Y la
guaranguería es la espontaneidad de las nuevas clases, de las
promociones que irrumpen con cada ascenso de la sociedad, porque
los dos grandes movimientos populares del siglo -el de 1914-16 y
el de 1943-45- han sido la expresión de eso: de ascensos
masivos.
No
corresponde aquí desentrañar las raíces económico-sociales de
los dos hechos históricos; ni siquiera la coincidencia con las
dos guerras mundiales que nos aislaron de los países arquetipos
en una neutralidad intolerable para los tilingos, pero que dio las
bases para una consolidación propia.
Usted
puede hacer un fácil test. Yo lo he hecho.
Sé que un
fulano se ha gastado 15 millones de pesos en un departamento de la
Avenida del Libertador. Nos encontramos y le adivino la intención
de informarme de su compra, como corresponde al guarango. Pero yo
quiero saber si está frustrado como tal y lo madrugo diciéndole
antes de que me dé la noticia:
-Estoy muy afligido por un amigo que se ha gastado más de 10
millones en un departamento de la Avenida del Libertador...
-¿Y por qué se aflige? -me pregunta inquieto. Le contesto:
-Y... porque la Avenida del Libertador no es "bien"...
-Pero entonces..., ¿qué es "bien"? -pregunta
desesperado.
-"Bien" es de la plaza San Martín hasta la Recoleta, de
Santa Fe al Bajo. Y dentro de ese radio. "bien",
"muy bien", el codo aristocrático de Arroyo, como dice
Mallea: Juncal, Guido, Parera. . .
Le veo en la cara al hombre que está desesperado. Y entonces, lo
remato:
-La Avenida del Libertador es como tener un leopardo de tapicería
sobre el respaldo del asiento trasero del coche.
El leopardo lo tiró a la vuelta. Del departamento no sé.
Pienso que lo hecho es una crueldad, pero la investigación
"científica" es así.. ., cruel como la vivisección.
Yo quería saber si el hombre era un burgués con toda la barba
o un tímido burguesito en camino de terminar en tilingo. El que
es verdaderamente burgués sigue adelante, cumple su gusto, se
realiza con la arrogancia del vencedor y compra en la Avenida del
Libertador, precisamente porque es caro, porque acredita su
victoria y la prestigia ante los burgueses. Si quiere barrio,
compra; y si quiere apellido y mujer distinguida, compra también.
Podría citar casos. Pero no se achica, se disminuye; no se
acomoda a los esquemas y limitaciones de los tilingos.
De aquí que mientras en Europa y en Estados Unidos un banquero
o un industrial miran a un ganadero como un
"juntabosta", aquí el ganadero lo mira por arriba del
hombro al empresario. Y el empresario, que quiere ser
"bien", se ve obligado a comprar estancia, a tener cabaña
-así sea de perros-, porque sólo por la Rural, y tal vez por el
Kennel Club, puede lograr ascenso social que apetece.
Lógicamente esta burguesía, desde que imita a la vieja clase, se
somete a todas sus normas y, por consecuencia, también en política.
Ese sometimiento y esa adhesión a las viejas clases
-incongruente económicamente- no sólo se ejerce verticalmente.
También horizontalmente, cuando contemplamos la geografía social
del país.
Así, los titulares de los intereses vitivinícolas de Cuyo y los
tabacaleros, azucareros y fruticultores del Norte, que necesitan
un mercado interno de alto poder de compra -es decir, que el
Litoral desarrolle una política de alto nivel de vida-, están
ligados políticamente a los conservadores del Litoral, gobernados
por cabañeros e invernadores cuya tendencia es producir a bajo
costo en un mercado de poco poder adquisitivo para cumplir la
función asignada en la división internacional del trabajo como
abastecedores ultramarinos de las metrópolis. Esta incongruencia
es difícil de explicar, pero no son ajenos a ella el prestigio
social del Litoral y la incapacidad burguesa de los del interior
en los respectivos grupos patronales. Esta gente de Cuyo y del
Norte es muchas veces portadora de apellidos españoles de
abolengo arribeño, de mucho mayor cotización histórica que los
abajeños del puerto. Pero queriendo asimilarse a la alta clase
del puerto se han sometido a las normas políticas e ideológicas
de los principales. De "bien" provincianos, quieren ser
"bien" en la Capital. ¿Cómo extrañar entonces que los
guarangos frustrados del Litoral se hagan tilingos, si la misma
tilinguería la padecen muchos aristocráticos descendientes de la
Conquista por el Perú?
La tilinguería cotiza una marca de vino, un tabaco, un pomelo, o
una palta, muy por debajo de un toro lleno de medallas. Se entra
muy bien en la alta sociedad llevando de la rienda al toro, pero
es difícil mostrando una botella de vino por lujosa que sea la
etiqueta, por más sugestiones de chateau que evoque, tanto en la
presentación como en la exquisita calidad del producto.
A un cuarto de siglo de la entrada del país al capitalismo,
debemos recordar que el capitalismo naciente en la Argentina fue
ajeno en sus hombres al hecho histórico que lo provocaba, produciéndose
la paradoja de que le correspondiese a la clase obrera abrir la
etapa del desarrollo económico burgués. Más aún: la nueva
burguesía sigue aún incapacitada para jugar su papel, y es
precisamente porque en la medida que asciende, pierde conciencia
de su propia realidad para hacer suya la imagen de importancia que
le presenta el tilingo. Se queda en el "medio pelo" y,
rechazando el triunfo burgués, se adecúa al remedo, a la imitación
de la alta clase con la que cree tomar contacto cuando se acomoda
a la imagen de alta sociedad que le brindan los declasados.
Hubo un tiempo en que los venidos a menos económica y
socialmente se jactaban de ser un pequeño sector domiciliado en
el "Palacio de los Patos" de la calle Ugarteche. Ahora
se han multiplicado. desde detrás de la Recoleta hasta San
Fernando, a lo largo de las vías del Central Argentino. (Lo
designo así porque la nueva nominación ferroviaria es
completamente tilinga, aunque la hayan hecho los guarangos, lo que
prueba que, en esta materia, todos tenemos tejado de vidrio.)
Landrú ha identificado perfectamente los personajes
describiendo en el "gordi" y el "mersa" la
oposición tilinguería-guaranguería. El botellero próspero, con
su Valiant resplandeciente, es feliz echándole soda al vino de
marca, ocupando las mesas de los restaurantes caros, hablando
fuerte de lo que dijo-"su señora", mientras
"cena". Está en el camino de constituir una burguesía.
Todavía no tiene conciencia de que constituye un sector de la
sociedad correspondiente a una etapa de la economía, y no ha
alcanzado a comprender la correspondencia de sus intereses
personales con los intereses de su grupo. Hijo de sus aptitudes
capitalistas -aunque muchas veces también más de la inflación
que de su capacidad, o de equívocas actividades comerciales-, está
en el camino de constituir una burguesía. Pero en el
momento de definirse como burgués y adquirir la psicología
correspondiente, nota el contraste de sus gustos y normas con lo
que es "bien". Desde que se ha mudado al barrio Norte,
desde Gerli o Quilmes, y la "señora" ha olvidado la
batea deslumbrada por la máquina de lavar, ha hecho nuevos
contactos que le dan la idea de una meta social que tiene que
alcanzar. Comienza él también a añorar la época en que
"el servicio daba gusto" y en que el obrero -el
"negro"- se mantenía "donde debe estar".
Olvida de inmediato que es precisamente ese cambio el padre de su
prosperidad y de su posibilidad de acceso a niveles más altos. Más
aún. que el mantenimiento de ese cambio y su profundización es
su única garantía. Quiere dejar de ser "mersa" y sólo
logra ser "gordi". E inmediatamente tiene el complejo
político del "gordi", a quien comienza a imitar.
Y comienza a imitar a una imitación, tomando por modelo las
malas copias. Porque la tilinguería constituida por las
"gordis" no es ni remotamente la alta clase a la que
cree aproximarse.
Desde la época en que los declasados se refugiaban en la calle
Ugarteche, todo el "Norte" liminar se ha llenado de
falsos declasados. Se ha constituido un sector social entero que
vive en la convención de que "todo tiempo pasado fue
mejor" en aquella "Jauja" retrospectiva
-"cuando la tía Leonor tenía Lando"-; de miles de
familias que se aferran al recuerdo de un ascendiente que figuró
algo en la segunda y la tercera línea de los amanuenses de la
oligarquía, Descendientes de militares -un oficio generalmente
despreciado por la alta clase-, de secretarios de juzgados,
directores de oficinas, bancarios pueblerinos y hasta de
conscriptos de Curu-malal, se han construido imaginativamente
un pasado señoril que tratan de revivir en una vida forzada que
absorbe casi todos sus recursos en gastos de representación.
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