HOMENAJE A JULIO CORTÁZAR
EN
EL 20º ANIVERSARIO DE SU MUERTE
Julio Cortázar
Fantomas
contra los vampiros multinacionales
por
Julio Cortázar
© 1977 Tribunal Russell
(Continuación)
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XVII
El narrador no
solamente tenía amigos intelectuales, y le gustaba hacerlo notar de
vez en cuando, máxime cuando en su relato los escritores llegaban
ya a un número saturante. Por eso lo alegró recibir otra noticia
por intermedio de Jean Claude Bouttier, adversario desafortunado de
Carlos Monzón pero digno de respeto como lo probaba su interés en
revelar la apariencia revestida por Fantomas antes de entrar en el
despacho del presidente Gerald Ford, con el cual mantuvo un diálogo
cuyo resultado no era aún conocido, pero podía imaginarse después
de verle la cara:
La
última imagen de tan extraordinaria serie preocupó no solamente al
narrador sino al Osservatore Romano, pues nadie sabía con
exactitud cuál de los dos personajes era Fantomas.
De
todas maneras, a partir de ese momento cesaron las noticias, y los
diarios pasaron rápidamente a temas tales como las últimas
performances de Emerson Fittipaldi, el precio del bife, las
ejecuciones o atentados de turno, la moda retro y el nuevo boom
de Hollywood, que mostraba incontrovertiblemente el dinamismo de la
libre empresa. Ya Susan podía pasearse un poco por su cuarto, y
cuando llamó por última vez (por última vez en este contexto, se
entiende) lo hizo con esa voz siempre desagradable de los que tienen
razón y te remachan el clavo.
–Se acabó, Julio, te lo había dicho. Se ha
vuelto a su guarida convencido de que puso el mundo patas arriba, y
ya ves.
–Sí, la verdad es que no se ve gran cosa
–dijo el narrador echando una ojeada a su ventana recién reparada
y preguntándose hasta cuando duraría así–. Pero no nos
impacientemos, Susan, todavía no se pueden medir los resultados.
–Serán pocos y falsos, verás. Fantomas es
admirable y se juega la vida a cada paso, pero nunca le entrará en
la cabeza que los otros son legión y que solamente con otras
legiones se les puede hacer frente y vencerlos.
–Bah, si es cuestión de número pensá en Fidel
y el Che, y hasta en Cortés o Pizarro si vamos al caso. Además,
Fantomas es un justiciero solitario, si no fuera así nadie le
dibujaría las historietas, te das cuenta. No tiene vocación de líder,
nunca será un jefe de hombres.
–Por supuesto, y yo no se lo reprocho. A nadie
hay que reprocharle que haga lo suyo enteramente solo. El problema
es otro, porque nuestra realidad no es Steiner o una pandilla
suelta, lo sabes de sobra. Y hasta que mucha gente comprenda esto, y
haga también lo suyo a su manera, nos seguirán friendo como
renacuajos.
–Nunca vi un renacuajo frito –dijo el
narrador–. ¿Pero tú crees que un día terminaremos por
encontrarnos, por reunirnos? Por supuesto estoy de acuerdo contigo,
Susan, si llegáramos a eso frente a los vampiros y los pulpos que
nos ahogan, si tuviéramos un jefe, un...
–No, Julio, no agregues "Fantomas" o
cualquier nombre que se te ocurra. Por supuesto que necesitamos líderes,
es natural que surjan y se impongan, pero el error (¿era realmente
Susan la que hablaba? Otras voces se mezclaban ahora en el teléfono,
frases en idiomas y acentos diferentes, hombres y mujeres hablando
de cerca y de lejos), el error está en presuponer al líder, Julio,
en no mover ni un dedo si nos falta, en esperar sentados que
aparezca y nos reúna y nos dé consignas y nos ponga en marcha. El
error es tener ahí delante de las narices cosas como la realidad de
todos los días, como la sentencia del Tribunal Russell, ya que
anduviste en eso y me sirve de ejemplo, y seguir esperando a que sea
siempre otro el que lance el primer llamado.
–Susan, nuestros pueblos están alienados, mal
informados, torcidamente informados, mutilados de esa realidad que sólo
unos pocos conocen.
–Sí, Julio, pero todo eso se sabe también de
otras maneras, se sabe por el trabajo o la falta de trabajo, por el
precio de las papas, por el muchacho que balearon en la esquina, por
los ricachos que pasan en sus autos delante de las villas miseria
(es una metáfora porque tienen buen cuidado de no pasar en su puta
vida). Eso se sabe hasta en el canto de los pájaros, en la risa de
los chicos, en el momento de hacer el amor. Esas cosas se saben,
Julio, las sabe un minero o un maestro o un ciclista, en el fondo
todo el mundo las sabe, pero somos flojos o andamos desconcertados,
o nos han lavado el cerebro y creemos que tan mal no nos va
simplemente porque no nos allanan la casa o nos matan a patadas...
|
XVIII
En ese teléfono
pasaban cosas raras, además de las palabras venían imágenes más
bien borrosas pero reconocidas y de cuando en cuando una voz de
locutor repetía frases que el narrador conocía muy bien porque muy
pocos días antes había participado en su redacción:
–El Tribunal Russell condena a las personas y
autoridades que se han apoderado del poder por la fuerza y que lo
ejercen despreciando los derechos de sus pueblos.
Condena por estos cargos a las personas que ejercen actualmente el
poder en el Brasil, Chile, Bolivia, Uruguay, Guatemala, Haití,
Paraguay y la República Dominicana.
–¿Y la Argentina? –dijo una voz que parecía
salir derechito de un café de la calle Corrientes, a la altura del
Once.
Con
la sorpresa previsible, el narrador escuchó la inmediata respuesta
del locutor:
–En lo que concierne a la República
Argentina, el Tribunal expresa su profunda inquietud por las
detenciones, persecuciones, torturas y asesinatos de militantes,
obreros y profesionales, como también de refugiados políticos
sudamericanos, y decide abrir inmediatamente una encuesta para
estab1ecer la responsabilidad del gobierno argentino a este
propósito.
–¿Y si nos corriéramos una nadita hacia el
oeste? –preguntó una voz que pronunciaba netamente cada sílaba,
cosa rara en el continente sudamericano.
–Andele –propuso otra voz que venía desde
mucho más al norte–, ya se acabó el round de estudio y a ver si
entran a fajarse, cuates.
El locutor parecía estar esperando, y los demás
también, porque hubo un gran silencio y entonces:
–El Tribunal declara que en el caso de la
junta militar presidida por el general Pinochet en Chile, ésta se
encuentra en una situación de completa violación del derecho
internacional y no merece ser considerada miembro integrante de la
comunidad integrada de las naciones;
Condena a los gobiernos de los Estados que
alientan tales procederes;
Condena por este hecho a los Presidentes Nixon y
Ford, a los gobernantes de los Estados Unidos de América y
especialmente al señor Henry Kissinger, cuya responsabilidad en el
golpe fascista de Chile es evidente para el Tribunal, juzgando sobre
los documentos publicados en los Estados Unidos.
El
narrador entendió que también le correspondía decir algo, y
alzaba elocuentemente la voz para imponerse a la infernal
turbamulta telefónica cuando se vio rodeado de vidrios rotos y en
medio de ese granizo la máscara blanca de Fantomas cómodamente
sentado en el suelo al término de un aterrizaje digno de la Nasa.
Pegado al teléfono, lo cual era un hándicap considerable, el
narrador articuló la primera parte de una puteada que comprendía
diversas cláusulas y pasajes, pero había algo en los ojos de
Fantomas que lo llamó al silencio.
Me pregunto si no tenían razón, intelectuales
de mierda –dijo Fantomas–, días y días de acción
internacional y no parece que las cosas cambien demasiado.
–Dile que estuvo muy bien –aconsejó Susan,
a quien no podía habérsele escapado el estallido de la
ventana–, dile que es un buen comienzo y que ojalá otros
comprendan.
–Estuviste
fenómeno, negro dijo la voz argentina–, claro que hay otros que
comprenden, leé los diarios y vas a ver.
–Los diarios no dicen nada de nosotros–dijo
una voz que parecía venir de una mina de estaño–, pero todo se
sabe alguna vez, compañeros.
–Lo bueno de las utopías –dijo claramente
una voz afrocubana que resonaba como un cascabel–, es que son
realizables. Hay que entrar a fajarse, compañero, del otro lado
está el amanecer, y yo te planteo que...
Fantomas había bajado la cabeza, pero la máscara
blanca no impidió que el narrador viera una lenta, hermosa
sonrisa que era como un inventario de dientes blanquísimos. Del
hueco sonoro venían voces, acentos, gritos, llamadas,
afirmaciones, noticias; se sentía como si muchedumbres lejanísimas
se juntaran en el oído del narrador para fundirse en una sola,
incontenible multitud. Frases sueltas saltaban con acentos brasileños,
guatemaltecos, paraguayos, y los chilenos pulidos y los argentinos
a grito pelado, un arco iris de voces, una inatajable catarata de
pechos y de voluntades. Cuando del otro lado alguien colgó el
tubo, al narrador le pareció que todo quedaba desierto, entre
astillas de vidrio y un frío del carajo miró a Fantomas, que
lentamente se ponía de pie y se ajustaba el cinturón.
–Hice lo que pude –dijo Fantomas, tendiéndole
la mano–. Sí, te prometo que saldré por la ventana rota.
Lo hizo, y el narrador se levantó a su vez,
mareado y rendido y confuso. Por el agujero de la ventana miró
hacia la calle desierta; sentado en el cordón de la vereda un niño
rubio jugaba con unas piedritas. Jugaba muy seriamente, como hay
que jugar, juntaba las piedritas, las tiraba entre sus pies
tratando de que se entrechocaran, volvía a juntarlas, las tiraba
de nuevo.
El narrador vio que Fantomas, de pie en el
tejado de la casa de enfrente, miraba también al niño. Con un
perfecto vuelo de paloma bajó a su lado, buscó en sus bolsillos
y sacó un caramelo. El niño lo miró, aceptó el caramelo como
la cosa más natural, e hizo un gesto de amistad. Fantomas se elevó
en línea recta y se perdió entre las chimeneas.
El niño siguió jugando, y el narrador vio que
el sol de la mañana caía sobre su pelo rubio.
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