La
libertad como fuente de desigualdades
Análisis
de diversas situaciones de libertad a través de un teatro de
situaciones:
Las moscas
y
Los secuestrados de Altona
de
Jean-Paul Sartre
En
El ser y la nada, Sartre afirma que "el hombre no puede ser
unas veces libre y otras esclavo: es por entero y para siempre libre o no
lo es" (op. cit., Losada, Buenos Aires, 1953, p. 519) . Por lo tanto, para este filósofo, las ideas de libertad y de
hombre son inseparables. Esto indica que todos los hombres son
fundamentalmente iguales: "un hombre no puede ser más hombre
que los otros, porque la libertad es semejantemente infinita en cada uno"
(Situations I, Gallimard, París, 1947, p.319).
Ahora bien, aunque la posibilidad de ser libre iguala a los
hombres, el ejercicio de la libertad, en tanto es una conquista,
y el modo en que cada hombre supera la angustia que le provoca
enfrentarse a su propia libertad, son causas de las desigualdades
que pueden advertirse entre los hombres.
El mismo Sartre en su teatro lo ha ejemplificado, recurriendo a un
teatro de situaciones, cuyo objetivo es explorar todas las situaciones que
son más comunes a la experiencia humana, para permitir la comprensión de
sus concepciones filosóficas. Se vale de lo irracional y emocional del
mito para que los espectadores puedan inteligir su filosofía. En Un
teatro de situaciones (Losada, Buenos Aires, 1979, p. 248), Sartre
dice: "el mito (...) debe estar presentado de un modo tal que el
espectador no se dé cuenta de que es una filosofía". En esta
recopilación de sus opiniones sobre temas teatrales hecha por Michael
Contat, señala: "este teatro no respalda ninguna tesis y no está
inspirado en ninguna idea preconcebida. Lo que intenta es explorar la
condición en su totalidad y presentar al hombre contemporáneo un retrato
de sí mismo, de sus problemas, sus esperanzas y sus luchas. Pensamos que
nuestro teatro traicionaría su misión si pintara personalidades
individuales, aunque se tratara de tipos tan universales como un avaro, un
misántropo o un marido engañado, pues si el teatro debe dirigirse a las
masas debe hablarles de sus preocupaciones más generalizadas, expresar
sus inquietudes en forma de mitos que cada cual pueda comprender y sentir
profundamente" (p.46).
Para profundizar en la producción dramática de Sartre esta función
del teatro que le permite ser vehículo de comprensión por medio de las
formas míticas, partiremos de dos de sus obras pertenecientes a períodos
distintos que responden a las concepciones fundamentales del pensamiento
sartreano: Las moscas,
que da tratamiento teatral a las ideas que expresara en El
ser y la nada, y Los secuestrados de Altona, que muestra la evolución de
su filosofía que se aprecia en La
crítica de la razón dialéctica.
Plantea en ambas los problemas de la sociabilidad vistos a través
del análisis de la libertad individual del hombre. En Las
moscas dandole dimensión humana a los personajes del mito griego
de Electra, donde el hombre es amenazado por un proceso interior de complacencia
en la mala fe, conflicto que obliga al protagonista a asumir la
responsabilidad de su libertad. En Los
secuestrados de Altona aparece la violencia como condicionante
en el comportamiento social de los hombres; el análisis de Sartre
gira alrededor del problema de la libertad frente a la violencia y la
tortura.
Las
moscas ejemplifica la posibilidad de que exista una libertad
realizable en cualquier circunstancia. En Los
secuestrados se ponen de manifiesto limitaciones en el ejercicio de la
libertad porque existen determinantes externos que condicionan la plenitud
de ese ejercicio. Las diferencias de ambas obras en torno al tema de
la libertad se advierten claramente. Señalaremos las diferencias
principales a partir de tres aspectos: el ámbito exterior, la posibilidad
de ser libre, y el ejercicio concreto de la libertad que realizan ambos
protagonistas: Orestes y Franz.
La ciudad de Argos a la que
regresa Orestes en Las moscas, es el universo de la mala fe,
todos sus habitantes con sus muestras de arrepentimiento se hacen cómplices
del crimen cometido por los reyes, Egisto y Clitemnestra, al matar al
rey Agamenón -esposo de ésta y hermano del primero-, y mantienen el
poder de aquéllos refugiándose en un supuesto destino para no asumir
plenamente su libertad. En este contexto, las moscas -representación
de las Furias, las Erinnias-, el castigo impuesto por los dioses a los
habitantes de Argos por su complicidad, simbolizan al "en-sí"
--lo "viscoso"-- que domina al hombre cuando éste finge
olvidar su libertad.
LAS MOSCAS / A PUERTA CERRADA
En Los secuestrados de Altona también puede observarse el fenómeno
de la connivencia pero desde otra óptica. La acción transcurre en
la Alemania posterior al nazismo, en el siglo de la alienación, en
el mundo de la escasez. Y la diferencia fundamental con la mala fe
que caracteriza a los habitantes de Argos es que la alienación a
los von Gerlach les ha sido impuesta por la situación -y
particularmente le ha sido impuesta a Franz. Los Gerlach eran una familia
de industriales ricos que se ennobleció durante el segundo Reich, y que
sin haber sido nazi adoptó esa divisa pese a despreciar a los nazis por
haber llevado a la plebe al poder. Hay una contradicción fundamental
entre lo que representa esta familia y su colaboración con los nazis a
quienes despreciaban. Franz por esta complicidad que le ha sido
impuesta, está destinado a la impotencia. Su locura juvenil de
intentar salvar al rabino será arreglada por el poderío de su padre y
esto lo obligará a convertirse en nazi. Por ser hijo de uno de los
industriales más grandes del mundo ha sido educado para ser un futuro
jefe, pero la evolución de la sociedad alemana hace que los directores
sustituyan a los propietarios en el manejo de las grandes empresas, así
Franz no podrá llegar a ser aquello para lo que fue educado. Franz no
puede liberarse del pasado, la alienación en la cual cayó no fue creada
por él.
Esto nos conduce a dos
concepciones distintas de la libertad. Para Orestes, como para el
Sartre de El ser y la nada,
basta con una elección libre para destruir la mala fe. Franz
demuestra que el pasado es a veces insuperable porque el hombre no
puede escapar a la libertad situada, a lo que la sociedad ha hecho de él.
Por consiguiente, hay circunstancias en las que el hombre ya no es libre,
o, por lo menos, ve muy limitada su libertad. "Después del final
de la segunda guerra mundial (Sartre) comprendió que la mala fe no nace
únicamente de las
contradicciones y debilidades morales del agente, sino también de los
datos objetivos de la situación y, más especialmente, en el pasado
social, en esa inercia que a través de la cultura -valores, tabúes,
etc.- un individuo recibe de su sociedad" (Sartre
la filosofía del hombre, p.267).
EL SER Y LA NADA
Estas situaciones distintas
incidirán en los dos personajes para que realicen un ejercicio diverso de
su libertad. En un principio, para Orestes su libertad depende de su no
compromiso, es un intelectual cuyo espíritu está liberado de todas
las servidumbres y de todas las creencias humanas. Su exilio desde la niñez
y su educación le crearon las condiciones ideales para una libertad
absoluta. Este sentimiento de extrema libertad va acompañado de una
resistencia al compromiso. Pero por medio de su relación con su hermana
Electra descubre que una libertad-para-nada no es una libertad y que el
no comprometerse es propio de fantasmas y no de hombres. Su elección
libre -su compromiso- consistirá en hacerse cargo del destino de su
pueblo. Orestes es el individuo que se libera de los valores establecidos.
En Argos encuentra reyes y dioses que son guardianes del orden que han
decidido asumir. Júpiter dice en el acto II esc. V: "Egisto,
criatura mía y mi hermano mortal, en nombre del orden al que los dos
servimos, te lo ordeno apodérate de Orestes y de su hermana (...) Orestes
sabe que es libre (...) Una vez que la libertad ha explotado en el alma
del hombre, los dioses ya no pueden contra ese hombre. Pues es un asunto
de hombres, y es a los demás hombres -y sólo a ellos- a quienes
corresponde dejarlo correr o estrangularlo". Orestes también
encuentra un pueblo alienado por el arrepentimiento y la culpa que
sirven asimismo para mantener el orden instituido en la ciudad, y a
Electra que aparece en el comienzo como el personaje menos alienado, que
desafía a los reyes y a los dioses. En este ámbito Sartre presenta
una visión particular de la religión, el poder y la libertad. La religión
aparece como un mito erigido en ideología que sirve para mantener un
estado de cosas; el poder como control puramente ideológico; y la libre
elección permitirá una liberación política -ante Egisto que representa
el poder- e ideológica -ante Júpiter que desde el plano religioso cumple
la misma función que el rey: mantener el orden. La culpa de Clitemnestra
y Egisto, cuya mano asesinó a Agamenón, se convierte en una culpa
colectiva por la connivencia del pueblo que elige no denunciar a sus reyes
y así ganar el favor de éstos y el favor de los dioses con su
arrepentimiento. Dice Júpiter a Orestes, en el acto I esc. I, refiriéndose
al pueblo: "Tienen mala conciencia y tienen miedo; y el miedo
y la mala conciencia despiden un olorcillo agradable para las narices de
los dioses. Sí, placen a los dioses estas almas despreciables. ¿Quisieras
arrebatarles el favor divino? ¿Qué les podrías dar a cambio? (...) El
orden de una ciudad y el orden de las almas son inestables: quien lo toca
provoca una catástrofe (...) que habrá de caerle encima". Júpiter
advierte a Egisto acerca del peligro que representa Orestes y a éste
sobre las desgracias que podrían sobrevenirle si desafía el orden de
Argos. Egisto repite ceremonias para que el pueblo tenga presente su
arrepentimiento. Clitemnestra sojuzga a su hija Electra, totalmente
dominada por su amante asesino. Los dioses y los reyes mantienen el
orden igualitario del arrepentimiento: la culpa, la responsabilidad de los
asesinos de Agamenón se diluye en lo colectivo. Así todos se ven
asediados por las moscas: al no asumir su libertad se pierden en lo
viscoso.
Egisto representa al hombre que una vez que ha usurpado el
poder, lo mantiene sometiendo al pueblo a ritos y ceremonias para que siga
alienado, arrepentido, para que no tome conciencia de su propio poder y no
se haga cargo de su libertad. Electra inicia un proceso de desmitificación
de este mecanismo de alienación. Ella desafía a los dioses y a los reyes
e impulsa a Orestes a liberarse y liberar a Argos de los valores
establecidos. Esta actitud que caracterizará a Orestes (Las moscas fue estrenada en 1943) es un modelo de lo que era la
libertad para el Sartre de antes de la guerra: una elección es auténtica
si nada condiciona exteriormente a la decisión tomada y ésta se fija al
mismo tiempo la liberación de todos los hombres. El compromiso de Orestes
consiste en hacerse cargo del destino de todo su pueblo, porque su acción
libre implica la libertad de todos los hombres. Orestes afirma que la
libertad existe en cualquier situación; cuando Júpiter intenta
crearle remordimientos porque Electra es atacada por las Erinnias, tiene
lugar este diálogo: "JUPITER: Si te atreves a afirmar que eres
libre, habrá que ensalsar la libertad del preso cargado de cadenas en el
fondo de un calabozo, y la del esclavo crucificado. ORESTES: ¿Por qué
no? (Acto III esc.II).
A PUERTA CERRADA Y LAS MOSCAS
Pero Orestes, después de
descubrir su libertad y su fuerza para vencer a reyes y dioses, al no
poder librar a Electra de sus remordimientos, se plantea el problema de qué
hacer con la libertad y cómo comunicarla a los demás hombres. Electra
tenía un proyecto liberador, pero no se asignaba el rol de encargada de
su ejecución, reservándolo para Orestes; así una vez ejecutado el
proyecto, Electra ve destruido el orden que ellla misma amenazaba y al
tener que plantearse un orden nuevo siente miedo y arrepentimiento y se
hunde en el antiguo orden que pretendía destruir. Orestes comprende
entonces que la alienación colectiva tiene siempre una base individual,
y decide dejar a su pueblo vivir su situación, se va de Argos llevándose
el arrepentimiento, las moscas-Erinnias. Cuando Las
moscas se representó en Alemania en 1947, Sartre describió a Orestes
en estos términos: "es el primero que toma el camino de la liberación,
en el momento mismo en que las masas pueden y deben tomar conciencia de sí
mismas. Orestes es aquel que les señala el camino" (Un
teatro de situaciones, p.180).
En la Crítica de la razón dialéctica, Sartre afirma que no puede
concebirse una filosofía de la libertad en un mundo de explotación cuya
causa es la escasez y la alienación que ésta provoca. La mala fe no es
generada por la libre elección del agente, sino que tiene su origen en la
escasez que se manifiesta históricamente en la violencia y la alienación
que caracterizan a las relaciones humanas.
LOS SECUESTRADOS DE ALTONA
PRIMERA EDICIÓN DE EDITORIAL LOSADA, BUENOS AIRES, 1960
Los secuestrados de Altona,
que fue estrenada en 1959 y publicada en el mismo año que la Crítica,
1960, es un ejemplo de alienación y violencia. Franz von Gerlach
se ve sitiado por una serie de condicionamientos. Como ya mencionamos
fue educado para ser un jefe industrial, pero además su vida transcurrió
en una total irresponsabilidad. Su padre siempre se hizo cargo de la
responsabilidad de Franz. No sólo dio solución a todas sus locuras
juveniles, también cuando Franz esconde en su casa a un rabino, el padre
entrega a éste a la Gestapo que impresionada por el poderío económico
de la familia decide "olvidar" el incidente, tras matar al
rabino frente a Franz, con la condición de que el joven se incorpore al
ejército. Franz asume una decisión que no ha tomado y se convierte en
el "carnicero de Smolensk", un torturador. Al
regresar a su casa se encierra durante quince años en una habitación,
aislado del mundo excepto su hermana-amante Leni, para enfrentarse a un
tribunal imaginario de cangrejos asumiendo frente a éstos la
responsabilidad de la Alemania nazi y de sus crímenes y los del siglo.
Franz es conciente de la determinación paterna, sabe que él nunca asumió
su propia libertad. En el acto II esc. V dice: "¡Yo no he
elegido jamás! ¡Yo he
sido elegido! Nueve meses antes de mi nacimiento se había elegido mi
nombre, mi oficio, mi carácter y mi destino". Y en el acto V esc.I le
dice al padre: "Yo no he sido más que sus imágenes". Pero como
es incapaz de asumir esta determinación paterna y la responsabilidad de
los crímenes que él cometió como consecuencia de esta determinación,
huye autosecuestrándose voluntariamente. Sartre afirma que "esa
huida significa naturalmente una condenación de la cual no se quiere
tomar conciencia y que tampoco quiere ser expresada" (Un
teatro de situaciones, p.256). Franz desplaza el problema de su
culpa. Por un lado crea un tribunal de cangrejos que juzgará su siglo, en
el que él se hará cargo de la responsabilidad de Alemania, pero ante
este tribunal se presenta siempre como testigo y no como acusado. En
realidad, Franz no alcanza a discernir cuál es su culpa concreta. Al
saberse determinado no acepta toda la responsabilidad, pero al mismo
tiempo su orgullo protestante le impide aceptar que su culpa se diluya en
una culpa colectiva. Franz por un lado quiere cargar con la culpa
universal, mientras por el otro su orgullo lo lleva a querer ser
suficientemente culpable como para ser realmente juzgado y así liberarse
de su culpa. "Muchos protestantes consideran que son víctimas de
la idea de que la revolución igualitaria se realizó en el preciso
instante en que Lutero dijo que cada hombre podía ser el representante de
su comunidad religiosa. Estos protestantes tienen una idea formal de la
igualdad que los vuelve a menudo inflexibles en el momento en que se trata
de ver que la igualdad es en realidad una pura abstracción y que la
igualdad debe ser total. (...) A fuerza de creer en la revolución
igualitaria el protestante se convierte en un aristócrata de lo
universal. (...) Franz se toma verdaderamente, en su orgullo, por un
testigo del siglo. (...) Se trata en verdad de una huida, pues Franz
desplaza el problema (...) antes que nada se trata de que su testimonio
sirva para descargarlo de aquello que ha cometido" (Un
teatro de situaciones, p.260 y ss.). Estas reflexiones de Sartre nos
llevan a afirmar que hay una doble actitud en Franz. El, abstractamente,
asume una culpa universal como un intento desesperado de liberarse de su
propia culpa, culpa por la que nadie lo juzga porque se diluye en la
responsabilidad colectiva. Esta búsqueda desesperada de un juicio es su
última posibilidad de vencer la impotencia y "ser": "una
vida que no merece ninguna sanción se la bebe la tierra" (acto
IV esc. II). "Tú has ejecutado órdenes pero no eres de ninguna
manera responsable, los responsables son los jefes y nosotros los
ejecutores. Me están tratando peor que si me condenaran. Porque se me
considera totalmente irresponsable. Yo tuve el grado de teniente de
trinchera, obedecí ciertas y determinadas órdenes, cometí ciertos y
determinados actos. Si se condena a mis superiores militares pero no a mí,
mis remordimientos de conciencia no cuentan para nada, ni tampoco cuentan
mis propias decisiones de llegar a un punto y no pasar de allí"
(Un teatro de situaciones,
p.262). En otras palabras no cuenta su pequeña posibilidad de
libertad. No puede ser libre ni aun en la responsabilidad de su culpa. Por
eso el suicidio es el reconocimiento tácito de la impotencia que
caracteriza la vida de Franz. Ni aun éste es un acto libre. El padre lo
determina hasta el fin: es él quien le propone un suicidio común, en el
que Franz desaparece: "Yo te hice, yo te destruiré. Mi muerte
envolverá la tuya y finalmente yo solo habre muerto" (Acto V
esc. I). "No se suicida porque haya matado o torturado, sino
porque ha descubierto que ya no puede ser nada. Lo que lo mata es su
impotencia" (Un teatro de situaciones, p.267). Su imposibilidad de ser libre.
AFICHES DEL FILM LOS
SECUESTRADOS DE ALTONA
En 1962, el italiano Vittorio
De Sica, con producción ítalo-francesa de Carlo Ponti,
dirigió el film Los secuestrados de Altona, sobre
un guión elaborado por Abby Mann, Cesare Zabattini
y el propio Sartre, que contó en los roles principales con
las interpretaciones de Sophia Loren (esposa del hermano de
Franz), Maximilian Schell (Franz), Fredric March
(padre de Franz), Robert Wagner (hermano de Franz) y Françoise
Prévost (Leni, hermana de Franz). Filmada en blanco y negro,
una duración de 114 minutos, y música de Shostakovich
(11ra. Sinfonía), la película, que se conoció como Los
condenados de Altona en Estados Unidos, recibió el premio
David de Donatello a la mejor dirección 1962-1963. |
Tras este análisis podemos
concluir que en estas dos obras de Sartre, del mismo modo que aparecen
dos concepciones de la libertad, también aparecen dos modos de
funcionamiento de la igualdad. Las
moscas nos habla de la libertad situante, el hombre en cualquier
situación puede ser libre, la mala fe responde a una decisión
individual. Las desigualdades surgen de la capacidad de cada hombre de
hacerse cargo de su libertad y de la responsabilidad que implica. La
igualdad, en tanto todos son capaces de ser libres, es liberadora, pero en
la obra hay un conductor que es el que es capaz de ser libre realmente y
un pueblo igualado por la alienación que eligió.. Por lo tanto, la
igualdad en libertad es en Las
moscas una aspiración.
Los secuestrados de Altona
se refiere a la libertad situada. La alienación es recibida por el
hombre, le es impuesta objetivamente. Las condiciones materiales de los
hombres determinan lo que son. Las desigualdades surgen de la mayor o
menor posibilidad de libertad, o sea de la mayor o menor cantidad de
limitaciones. La igualdad absoluta, en tanto que todos los hombres ven
limitada su libertad, puede conducir, si son muchos los condicionamientos,
a la esclavitud de todos con excepción de los que determinan los
condicionamientos, aun cuando éstos, de todos modos, no escapan a ciertos
condicionamientos. La igualdad por ser impuesta no es liberadora, no
permite la libertad.
La
igualdad como limitación de la libertad
La alienación
y
la violencia
en las relaciones humanas
En la Crítica de la razón dialéctica, Sartre estudia al hombre de la
necesidad que vive en un mundo donde reina la escasez. La conciencia de
este hombre ya no es totalmente libre de sus elecciones. Esta limitación
de la intencionalidad que es la alienación, proviene de las estructuras
sociales que el hombre crea al obrar sobre el mundo. Sartre afirma que
todas las manifestaciones e instituciones sociales más complejas se
derivan del grupo, y que la praxis del grupo constituye el motor de la
historia. A continuación analizaremos, siguiendo el pensamiento
sartreano, el funcionamiento del grupo y su relación con el mito de la
igualdad.
CRÍTICA DE LA RAZON DIALECTICA
REEDICIÓN DE LA EDITORIAL
LOSADA DE BUENOS AIRES
a)
El hombre dentro del grupo
El grupo es una relación entre los hombres que surge de una
necesidad común a la que se decide hacer frente con una acción
determinada: "es una determinada relación práctica de los hombres
con un determinado objetivo y entre sí" (Crítica de la razón dialéctica, Losada, 1963, 2 vols., p. 427,
nota). Para que tenga lugar la formación del grupo se requieren algunas
condiciones mínimas. Estas condiciones mínimas aparecen en el contexto
social que Sartre ha definido como serialidad, cuya manifestación típica
es lo "colectivo". El comportamiento colectivo no es una actitud
humana original, se desprende del descubrimiento de la soledad de los
hombres que viven entre otros hombres, siguiendo y obedeciendo reglas que
no se han dado reflexivamente, sino que las han adoptado de manera pasiva,
natural. "Llamo colectivo a la relación de doble sentido, de un
objeto material, inorgánico o trabajado, con una multiplicidad que
encuentra en él su unidad de exterioridad" (Crítica,
p. 319). Los serializados son intercambiables por cualquier otro miembro
de la serie. La alteridad en es los colectivos "la razón de ser de
la serie" (Crítica, p. 314). Es por eso que el hecho de vivir en serie hace
del futuro más un destino que una libre elección. Para explicar la
situación "normal" dentro de la serialidad, Sartre denomina a
los miembros de la serie "terceros". Cada tercero espera de los
otros comportamientos semejantes y previstos y actúa como miembro
"natural" de la serie. Pero no siente una afinidad natural con
los otros miembros de la serie, aunque percibe una afinidad indeseada.
El grupo es una estructura más compleja que el colectivo y lo
contiene. Afirma Sartre que "en una historia condicionada por la
lucha de clases es necesario mostrar el paso de las clases oprimidas del
estado de colectivo a la praxis revolucionaria de grupo". "El
grupo se constituye a partir de una necesidad o de un peligro común y se
define por el objetivo común que determina su praxis común" (Crítica,
p. 385).
El primer paso para la organización de un grupo es el juramento.
Por medio del juramento el miembro de un grupo se protege contra sí
mismo, controla sus reacciones, sabe cómo hay que obrar en cualquier
circunstancia y sabe que los demás miembros del grupo obrarán de igual
modo en la misma circunstancia. Cuando jura compromete a los demás tanto
como a sí mismo. El juramento es al mismo tiempo coerción y protección.
Es una "caución de mi libertad a través de la del tercero" (Crítica,
p. 442).
El juramento conduce al terror. La finalidad del juramento es la
supervivencia del grupo. El terror obedece a la misma finalidad y es una
coerción reflexiva del grupo. El terror es el conjunto de deberes
coercitivos que todo miembro del grupo adquiere a modo de contraparte de
los derechos que le da el juramento. La legitimidad de la violencia del
terror procede del juramento.
En un grupo organizado, sus miembros cumplen funciones. Se crean
aparatos de distribución y vigilancia de tareas para llevar a cabo la
"praxis organizada"; mediante estos aparatos la organización
apunta a establecer una "pasividad activa" vigilada.
La fraternidad de todos los miembros del grupo se convierte en
fraternidad-terror cuando la justificación del bien común exige la
existencia de métodos que van desde el diálogo hasta los castigos. La
organización puede cambiar las funciones de un miembro según las
circunstancias y eliminar a los individuos o subgrupos del grupo, si es
necesario. A través de la experiencia histórica es posible comprobar que
"las depuraciones se proponen establecer la homogeneidad
interior" (Crítica, p. 575
y 576). De este modo en un grupo institucionalizado es preciso realizar
tareas sociales a partir de tareas individuales, haciendo inesenciales a
los individuos particulares y esenciales a sus funciones, tal como indica
la jerarquía preestablecida. Esta jerarquía se manifiesta en la
constitución, que obligatoriamente establecerá la constancia del
principio de inercia jurada: los principios fundamentales no podrán ser
tocados. Partiendo de esto, Sartre señala la contradicción que se da
dentro del grupo institucionalizado. Este originariamente se había
agrupado para propiciar el surgimiento de una sociedad libre; pero si la
institución es incapaz de evolucionar se crea un círculo vicioso en el
que "el terror se establece como único medio de gobernar" (Crítica,
p. 578) y el terror "en cualquier circunstancia histórica que lo
consideremos, se produce contra la serialidad, no contra la libertad"
(Crítica, p. 578). Así, en la
medida en que se resta importancia a los individuos dentro del grupo se
corre el riesgo de, por medio del terror, convertirlos en una serie,
olvidando el principio de la necesidad de la libertad. Para Sartre no
existe alienación más radical de la libertad que la que se manifiesta en
el seno de los colectivos y de la serialidad. Un grupo institucionalizado
tiene que tener estructuras teleológicas -capaces de cambios futuros que
las mantengan- y no confiar únicamente en la conservación y la repetición.
Cuanto más creadora sea una institución mayores serán sus posibilidades
de perdurar. Pero si se impone la inercia al espíritu creador, surge
nuevamente la negación que dio origen al grupo: la alteridad serial.
b)
Deformaciones del grupo organizado. El condicionamiento exterior y el
mito de la igualdad.
El condicionamiento interior es la limitación interior, reflexiva,
de la libertad en los terceros en el seno del grupo. El condicionamiento
exterior se le opone porque no recurre al juramento, sino que hace uso de
la manipulación que actúa valiéndose de la impotencia. Cuando es
necesario que el grupo lleve a cabo un proyecto que no ha decidido por sí
mismo, sino que el gobierno le sugiere, éste puede utilizar la manipulación,
el condicionamiento exterior. Esto consiste en recordar a los miembros del
grupo que son ellos quienes deciden libremente mientras se manipula sus
decisiones mediante un condicionamiento que se inicia desde la infancia,
tanto en la escuela como en la casa, enseñándole al niño a hacerse
"más perfectamente Otro que los Otros" (Crítica, p. 621). Este mecanismo apela a la docilidad serial, y
cuando se ha interiorizado y reafirmado a lo largo de toda la vida, hace
que los individuos -con una apariencia de libertad- formen bibliotecas,
discotecas o inclusive un saber que es pretendidamente suyo, pero que en
realidad es una manifestación típica del Otro, es decir de nadie, o en
todo caso, de todo el mundo.
El condicionamiento exterior existe en la medida en que el subgrupo
que está a cargo del poder tenga la posibilidad de ejercer un campo de
acción sobre las masas, como ocurre en las sociedades industriales. Y
este procedimiento diluye la responsabilidad individual inscribiéndola en
una responsabilidad colectiva. Los medios masivos de comunicación
permiten enviar mensajes que actúan como condicionamientos exteriores
sobre los miembros del grupo; entonces éstos, convertidos en
serie, pueden, a causa de este condicionamiento, cometer actos
criminales; pero,
en tanto series condicionadas, su responsabilidad es colectiva, serial, o
sea de nadie. "Este poder de control de un grupo sobre el resto de la
sociedad nos muestra el impacto que el gobierno (como instrumento de
manipulación de la información) puede tener sobre ésta, cuando se trata
de darle una imagen falsa de su cohesión y de su responsabilidad
compartida" (Martínez Contreras, J, Sartre
La filosofía del hombre, Siglo XXI Editores, Mexico, 1980, p. 410).
El grupo se debate en la amenaza constante de disolución por
diferenciación. Por eso el gobierno existe para impedir que se desarrolle
una acción organizada que escape a su control. Toda organización
inquieta al aparato gubernamental porque amenaza con disolver la
serialidad.
Los miembros del aparato gubernamental obran en función del interés
general. El instigador, en cambio, lo hace en base a sus intereses
particulares. "Es un antisoberano que rige a la misma pasividad en el
sentido de sus intereses particulares" (Crítica,
p. 625). Frente al soberano potencial que es el instigador, el gobierno de
un grupo institucionalizado intensifica sus mecanismos de control; y si
sus estructuras no son teleológicas intensificará el gobierno por el
terror y, negando la libertad se apoyará en la alteridad serial.
Para que el gobierno funcione es preciso que cada miembro de la
sociedad sea definido por el lugar que ocupa dentro del sistema y que
alcance un escalón jerárquico establecido de antemano. De este modo el
soberano puede delegar funciones propias de su poder en capas inferiores.
Así nace la burocracia, por medio de un proceso de pseudo-participación
todo individuo siente que forma parte integrante del soberano y que sus
funciones son prolongaciones de las funciones de éste. La burocracia es
un aparato de manipulación, control y represión, es decir, de
"extero-condicionamiento de la multiplicidad inferior, desconfianza y
terror serializante al nivel de los iguales, aniquilación de los órganos
en la obediencia al organismo superior" (Crítica,
p. 626). El aparato burocrático tiende a suprimir definitivamente la
libertad porque lleva al hombre a parecerse lo más posible a una máquina
que obedece al soberano sin pensar, concretando "la mineralización
del hombre en todos sus niveles, salvo al nivel supremo" (Crítica,
p. 627).
Ahora bien, Jacques Ellul (Los
nuevos poseídos, Monte Avila, Caracas, 1978, p. 173 y ss.) afirma que
cuando la clase dominada se encuentra en un período de conflicto y
conquista del poder, cuando es el grupo portador del futuro de la
sociedad, crea entonces los mitos. En ese momento, la clase en ascenso en
tanto tal, puede creerlos. La clase ascendente es portadora de sus propios
mitos, que son revolucionarios. Pero una vez que se vuelve clase
dominante, también lo son sus mitos. En ese momento tiende a conservar el
poder y sus mitos se tornan conservadores, son un instrumento de defensa
del orden establecido. Estos mitos ofrecían un futuro a la sociedad, pero
cuando quienes los prometieron se encuentran en el poder conservando esos
mitos, funcionan entonces como garantes, portadores, realizadores de la
esperanza colectiva: el mito se convierte en justificador. Inscribiendo
esto en el análisis sartreano, podría afirmarse que cuando un grupo se
constituye e institucionaliza atendiendo al principio de la necesidad de
la libertad, puede -por temor a la disolución por diferenciación-, si no
tiene estructuras teleológicas, endurecer el control de su gobierno por
el terror, y valerse del condicionamiento exterior: garantizando la libre
elección a todos los miembros del grupo mientras los manipula. En esta
situación, puede confundirse igualdad con serialidad. Se garantiza a
todos los miembros del grupo su libertad, la base de la constitución del
grupo; pero al mismo tiempo el gobierno manipula las elecciones de los
miembros del grupo convirtiéndolos en una serie. De este modo la igualtad
de todos los miembros del grupo preconizada por éste al garantizar a
todos la posibilidad de elegir libremente, se fractura al ser los
manipuladores quienes ejercen la libre elección y los manipulados quienes
ven alienada su libertad al convertirse en una serie. El mito de la
igualdad sostiene al subgrupo que ejerce el poder y que ejerce el
condicionamiento externo que hace parecer la serialidad como igualdad.
Este fenómeno se observa con claridad en las sociedades
masificadas del presente, donde el condicionamiento exterior es ejercido
sistemáticamente por los gobiernos. Sartre se muestra muy escéptico en
cuanto a la existencia de los sistemas democráticos, y, asimismo,
considera absurda la dictadura del proletariado, en tanto constituye un
compromiso bastardo entre el grupo activo y soberano y la serialidad
pasiva.
JEAN-PAUL SARTRE
Para terminar este análisis de lo expuesto por Sartre en la Crítica
de la razón dialéctica y su relación con el mito de la igualdad,
podríamos afirmar, parafraseando al filósofo (1): los subgrupos que
detentan el poder han forjado el mito de la igualdad al privar a la
libertad humana de su praxis individual y al reducirla a la sola docilidad
serial por medio del condicionamiento externo. De este modo, a nuestro
juicio, la igualdad puede funcionar como limitación de la libertad.
(1) En Saint
Genet, comédien et martyr, Sartre dice: "la gente de Bien ha
forjado el mito del Mal al privar a la libertad humana de su poder
positivo y reducirla a la sola negatividad".
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Cecilia Suárez
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