La
novela La náusea del francés Jean-Paul Sartre, la cual cumplió
60 años de su publicación en marzo de 1998, fue escrita por el filósofo
existencialista a partir de 1932, aproximadamente. Inicialmente era para
el autor una tentativa por encontrar una clarificación a uno de los temas
que caracteriza sus etapas ideológicas y filosóficas: la contingencia.
Su título no era La náusea sino Melancolía, como
lo veremos más adelante. Ésta, su primera novela, pudo haberse visto
frustrada no solamente por la dispersión intelectual y los afanes
investigativos del autor, así como por sus preocupaciones de tipo moral
personal y su participación en el servicio militar, sino especialmente
por su anhelo de lograr la creación de una obra en la que ampliaría en
detalle su concepción sobre la contingencia. Fue Simone de Beauvoir, como
lo narra en La plenitud de la vida, quien lo convenció de
que abandonase esa larga y abstracta meditación sobre la contingencia, dándole
al personaje central, Roquentin, una dimensión novelesca.
Es factible que desde esa época Sartre
hubiese pensado por primera vez en la posibilidad de hacer de la
literatura un medio de expresión para el conocimiento, la difusión y el
análisis de los más severos y rigurosos conceptos filosóficos. Esto
es al menos lo que nosotros entendimos en su primera etapa novelística. No
obstante, en un reportaje concedido al comité de redacción de la revista
inglesa New Left Review, en diciembre de 1969, al responder la
pregunta "¿por qué abandonó la novela?", anotaba:
"A menudo
me he planteado el problema. Es cierto que no existe ninguna técnica que
permita dar cuenta de un personaje de novela como se puede dar cuenta a
través de una interpretación marxista y psicoanalista de una persona que
ha existido realmente. Y si un autor trata de utilizar estos sistemas de
interpretación de una novela sin haber encontrado la técnica formal
apropiada, la novela desaparece. Esta técnica no la ha encontrado nadie aún
y no estoy seguro de que pueda existir". Y más adelante
agregaba: "No sentí más necesidad de escribirlas. Un escritor
es siempre un hombre que ha elegido más o menos lo imaginario: le es
necesaria cierta dosis de ficción. Por mi parte la encuentro en mi
trabajo sobre Flaubert que, por lo demás, se puede considerar como una
novela. Trato de alcanzar en este libro un cierto nivel de comprensión de
Flaubert por medio de hipótesis. Utilizo la ficción guiada, controlada,
pero ficción al fin, para reencontrar razones por las cuales Flaubert
escribe una cosa el 15 de marzo, luego lo contrario el 21, al mismo
corresponsal, sin preocuparse de la contradicción. Mis hipótesis me
conducen a inventar en parte mi personaje".
En 1934 termina una segunda versión, durante una
estadía en Berlín, de lo que más tarde se llamaría La náusea y
al mismo tiempo la interrumpe para internarse obsesivamente en la psicología
escribiendo La imaginación. Fue un cuadro de Durero el que le dio
a Sartre la idea de llamar Melancolía a este trabajo. En
1936 la da por terminada.
El manuscrito Melancolía fue
enviado por Sartre a su amigo Paul Nizan para que éste lo hiciese llegar
a la editorial Gallimard. Poco después, Sartre recibe la mala noticia de
parte de su amigo Paulhan en el sentido de que, pese a algunas cualidades,
la obra no puede ser publicada. En el otoño de 1936, Charles Dullin y
Pierre Bost insisten ante Gaston Gallimard hasta lograr su aceptación
definitiva en abril- mayo de 1937.
Es interesante ver cómo Sartre relata su visita
a la editorial Gallimard y los detalles para la consecución de la edición
de su primer libro formal. Le escribía a su compañera Simone de Beauvoir
en los siguientes términos:
"Entérate,
pues, que desembarqué en la estación del norte a las tres menos veinte.
Bost me esperaba. Tomamos un taxi y fui al hotel a buscar Eróstrato.
De allí pasamos a Dôme, donde encontramos a Poupette, que corregía los
otros dos relatos: Destierro y El muro. Los
tres nos dedicamos a eso y a las cuatro en punto habíamos terminado. Dejé
a Bost en el cafecito donde te esperé el día en que fuiste melancólicamente
a buscar, a la NRF, el original rechazado. Entré gloriosamente. Siete
tipos esperaban en el entrepiso, unos a Brice Parain, otros a Hirsch,
otros a Seligmann. Di mi nombre y dije a una mujercita que manejaba teléfonos
sobre una mesa que quería ver a Paulhan. Tomó uno de esos teléfonos y
me anunció. Me dijeron que esperara cinco minutos. Vi pasar a Brice
Parain, que me miró vagamente, sin parecer reconocerme. Me puse a leer El
muro para distraerme y un poco para reconfortarme, porque Destierro
me parecía muy malo. Apareció un hombrecito muy pulcro. Camisa
deslumbrante, alfiler de corbata, saco negro, pantalón a rayas, polainas
y el sombrero hongo un poco echado hacia atrás. Una cara rojiza con una
gran nariz cortante y ojos duros. Era Jules Romains. Tranquilízate, no
era un parecido. En primer lugar era más natural que se encontrara allí
que en cualquier otro lado; luego dio su nombre. Así. Al cabo de un rato,
cuando todo el mundo me había olvidado, la mujercita del teléfono salió
de su rincón y pidió fuego a uno de los cuatro tipos que quedaban.
Ninguno tenía. Entonces se levantó y coquetamente, con impertinencia,
dijo: 'Bueno, hay aquí cuatro hombres ¿y ninguno tiene fuego?'. Levanté
la cabeza, me miró y dijo vacilante: 'Cinco'. Luego: '¿Qué está
haciendo aquí?'. 'Vengo a ver a M. Parent, no, Paulhan'. 'Bien, suba!'
Subí dos pisos y me encontré frente a un gran tipo bronceado con un
bigote negro suave que va a pasar dulcemente al gris. El tipo estaba
vestido de claro; era un poco gordo y me dio la impresión de ser brasileño.
Era Paulhan. Me introdujo en su escritorio; habla con una voz distinguida,
con una agudeza femenina que acaricia. Me senté con la punta de las
nalgas en un sillón de cuero. Enseguida me dijo: '¿Qué es ese equívoco
respecto a las cartas? No comprendo'. Yo dije: 'El origen del equívoco
viene de mí. Yo no había pensado aparecer en la revista'. El me dijo:
'Era imposible. Primero, es demasiado largo, nos hubiera llevado seis
meses y además el lector se hubiera desorientado al décimo folletín.
Pero es admirable'. Siguieron varios epítetos laudatorios que imaginarás:
'acento tan personal, etc.'. Yo me sentía muy incómodo, porque pensaba:
'Después de esto mis relatos van a parecerle pobres'. Me dirás que poco
importa el juicio de Paulhan. Pero, en la medida en que podía halagarme
que encontrara Melancolía bien, me mortificaba que encontrara mis
relatos pobres. Mientras tanto, él me decía. ¿'Conoce a Kafka? A pesar
de las diferencias, sólo puedo comparar eso con Kafka en la literatura
moderna'. Se puso en pie, me dio un número de Mesure y me dijo: 'Voy a
entregar uno de sus relatos a Mesure y me reservo el otro para la NRF'. Yo
dije: 'Son un poco... eh... eh... libres. Toco puntos en cierto modo
sexuales'. Sonrió con aire indulgente: 'Para eso Mesure es muy estricto
pero la NRF publica todo'. Entonces le dije que tenía otras dos. 'Bien -
dijo muy contento -, démelas, así podré elegir las que mejor vayan con
el número de la revista, no le parece? Voy a llevarle la semana próxima
las otras dos si mi correspondencia no me impide terminar El
cuarto'. Luego me dijo: 'Su manuscrito está en manos de Brice
Parain. No está del todo de acuerdo conmigo. Le encuentra pasajes opacos
y largos. Pero no comparto su opinión: me parece que necesitan sombras
para que resulten mejor los pasajes brillantes'. Yo estaba mortificado
como una rata. Agregó: 'Pero sin duda su libro será aceptado. Gallimard
no puede dejar de aceptarlo. Además, voy a acompañarlo a ver a Parain'.
Bajamos un piso y caí en el despacho de Parain, que se parece como dos
gotas de agua a Constant Remy, pero él es más hirsuto: 'Este es Sartre'.
'Ya me parecía - dijo el otro cordialmente -, además, hay un solo
Sartre'. Y comenzó a tutearme inmediatamente; Paulhan nos dejó y Parain
me hizo atravesar una sala de fumar y de tipos sentados en los sillones y
me llevó a una terraza-jardín. Nos sentamos en sillones de madera
pintados de blanco, ante una mesa de madera pintada, y empezó a hablarme
de Melancolía. Es difícil contarte en detalle lo que dijo, pero
grosso modo era esto: leyó las treinta primeras y pensó: éste es un
personaje presentado como los de Dostoyevski; tiene que continuar así y
pasarle cosas extraordinarias, porque está fuera de lo social. Pero, a
partir de la página treinta, lo decepcionaron e impacientaron cosas
demasiado opacas, tipo popular. Le pareció demasiado larga la noche en el
hotel (esa en que están las dos sirvientas), porque cualquier escritor
moderno puede describir así una noche en el hotel. Demasiado largo también
el bulevar Victor Noir, aunque le pareció estupendo lo de la mujer y el
hombre que se insultan en el bulevar. No le gusta nada el autodidacto, que
le parece a la vez demasiado opaco y demasiado caricaturesco. Al
contrario, le gusta mucho La náusea, el espejo (cuando el tipo se
mira en el espejo), la aventura, los sombrerazos y el diálogo de la gente
simple en la cervecería. Se quedó ahí, no pudo leer el resto. Encuentra
el género falso y piensa que se sentiría menos (el género diario), si
yo no me hubiera preocupado por 'soldar' las partes de lo fantástico con
partes de populismo. Le gustaría que yo suprimiera en lo posible el
populismo (la ciudad, lo opaco, las frases como: 'Comí algo demasiado
pesado en la cervecería Vezelise'). Y las soldaduras en general. Le gusta
mucho M. de Rollebon. Le dije que, de todas maneras, no hay más
soldaduras a partir del domingo (sólo quedan el miedo, el museo, el
descubrimiento de la existencia, la conversación con el autodidacto, la
contingencia, en fin). Me dijo: 'Aquí tenemos la costumbre, si pensamos
que se puede cambiar algo en el libro de un autor novel, de devolvérselo
por su propio interés para que haga algunos retoques. Pero sé lo difícil
que es rehacer un libro. Tú verás, y si no puedes, tomaremos una decisión
sin necesidad de eso'. Era un poco protector 'el mayor joven'. Como él
tenía que hacer, me fui pero me invitó a tomar una copa con él cuando
hubiera terminado su trabajo. Por lo tanto fui a hacerle una broma al
chico Bost. Como había conservado por inadvertencia el manuscrito de Melancolía,
entré en el café y arrojé el libro sobre la mesa sin una palabra. Me
miró empalideciendo un poco y le dije: 'Rechazado', con un aire
lamentable y falsamente desenvuelto. ¡No! ¿Pero por qué?. 'Les parece
opaco y aburrido'. Se quedó abrumado; luego le conté todo y se alegró
muchísimo. Volví a plantarlo y me fui a beber con Brice Parain. Te
ahorro la conversación que tuvimos en un cafecito de la calle Du Bac.
B.P. es bastante inteligente, nada más. Es un tipo que piensa sobre el
lenguaje como Paulhan: es asunto de ellos. Ya sabes, el viejo truco: no es
sino la logomaquia porque nunca se agota el sentido de las palabras. Pero
todo es dialéctica, etc. Quiere hacer una tesis sobre esto. Nos
separamos. Me escribirá de aquí a una semana. Para las modificaciones de
Melancolía, naturalmente te espero y decidiremos lo que hay que
hacer…"
La
crítica, sin embargo, y pese a lo narrado por Sartre sobre su odisea
con la editorial Gallimard, recibió con entusiasmo la aparición de
esta novela, resaltando la presencia de un escritor al cual en adelante
debería tenerse en cuenta. Paul Nizan escribía en el periódico Ce
Soir el 16 de mayo de 1938: "Sartre podría ser un Kafka francés
si su pensamiento no fuera enteramente extraño a los problemas
morales".
La primera edición se puso en venta el 21 de
marzo de 1938 en un volumen de 223 páginas dedicadas a "El
Castor", nombre con el cual Sartre se refería a su compañera de
siempre, Simone de Beauvoir. Ha tenido incontables reimpresiones no
solamente en francés sino en las principales lenguas del mundo.
Con el único afán de darle contenido de
investigación a este trabajo recurriremos en él a las consabidas citas,
independientemente de la vanidad que de ellas se desprenden, aclarando,
eso sí, que la única cita responsable nos parece la del autor en cuestión.
Es, por ejemplo, imprescindible traer a colación algunos
apartes de la entrevista más controvertida de Sartre concedida a
Jacqueline Peiatière en Le Monde, el 18 de abril de 1964, con
motivo de la aparición de Las palabras. Y decimos que es
imprescindible por cuanto La náusea venía demandando de él una
aclaración de contenido y de convicción luego de su impresionante
proceso evolutivo con sus confrontaciones con el psicoanálisis, el
marxismo y la antropología.
Dice Jacqueline Peiatière: "El primer
universo sartriano, el de La náusea, no era de ningún modo
color rosado. ¿Ve usted el mundo bajo una óptica diferente?" "No.
El universo sigue siendo negro. Somos animales siniestros… pero
bruscamente descubrí que la alienación, que la explotación del hombre
por el hombre, la subalimentación, relegaban a segundo plano el mal metafísico
que es un lujo, mientras que el hombre, ese sí, es un mal. En una
oportunidad, un escritor soviético oficial me dijo: "El día que el
comunismo reine en el mundo (es decir, el bienestar para todos) entonces
comenzará la verdadera tragedia del hombre: su finitud". "No es
todavía el tiempo de descubrirla. El mal económico y social, creo y
deseo que puede remediarse. Con un poco de suerte, esta época puede
conseguirlo. Estoy del lado de los que piensan que las cosas irán mejor
cuando el mundo haya cambiado."
"¿Todo esto
lo lleva a usted a denunciar su obra anterior?". "De ningún
modo, también en este sentido ha habido confusiones sobre lo que he
escrito en Las palabras. No hay un solo libro mío del
que reniegue. Esto no quiere decir que los considere buenos. Lo que lamenté,
en La náusea, es no haberme jugado por
entero… Yo permanecí ajeno al mal de mi héroe, preservado por mi
neurosis, la que a través de la literatura me aportaba la felicidad. Aún
si entonces hubiera sido más honesto conmigo mismo, de todos modos habría
escrito La náusea. Lo que me faltaba era el sentido
de la realidad. Desde entonces, he cambiado. He hecho un lento aprendizaje
de lo real. He visto niños morirse de hambre. Frente a un niño
moribundo, La náusea no tiene peso ".
Ideología, filosofía, tesis
La obra es el punto de partida para una
investigación seria de contenido rigurosamente filosófico sobre el
absurdo y la aventura, pero que no dejaba de traducir sus experiencias
personales durante los últimos cuatro años (1933 - 1936) como profesor
en el Liceo del Havre, golpeado particularmente por su reciente
descubrimiento de la fenomenología (que marca toda su historia
personal-intelectual), de Kafka y de sus vivencias personales muy cercanas
a la depresión existencialista y a la neurosis. Es curioso observar cómo
en un época de tanta agitación política, la misma del Frente Popular,
del comienzo de la guerra de España que afectara los sentimientos
republicanos de tanta gente y que incluso marcara una etapa de unificación
izquierdista de todos los intelectuales del mundo, del ascenso del
fascismo en Europa, conocido y palpado por él en Alemania con el triunfo
del nazismo, tentado vagamente a adherir al partido comunista, Sartre no
hubiese hecho ninguna alusión a la problemática política y social que
empezaba desde ese entonces a preocupar y comprometer a los más notables
escritores del mundo.
Aceptando ya la no-contaminación política en
su obra y su vida de ese entonces, la pregunta que se nos plantea es la de
cuál era su situación ideológica. Pues bien, La náusea es el
inicio de la exposición de la tesis sobre el existencialismo que fuera
estimulada y ampliamente divulgada durante la segunda guerra mundial. Se
sabe por ejemplo, que fue tal el furor en las gentes jóvenes por los
libros y por la teoría sartriana, que el mito Sartre llegó a convertirse
en un problema de agitación social.
Su estilo de vida personal, su misma
indumentaria, los lugares de actividad social que frecuentaba se convertían
en actos de conducta personal para sus seguidores, en lugares obligados y
hasta en centros de atracción turística.
Es indudable que sus tesis tienen origen en
otros autores. Habría que pensar en Pascal, Kierkegaard, Husserl y
Heidegger, principalmente.
Aunque la verdadera filosofía existencialista
de Sartre no se encuentra precisamente en La náusea, sino
que es amplia y detalladamente expuesta en su monumental obra El
ser y la nada, su primera novela nos ofrece elementos de juicio
suficientes para describir el pensamiento existencialista del autor.
La característica más importante de la
primera filosofía de Sartre, expuesta en La náusea a través de
su personaje central Roquentin, es la intención de mostrar "la vida
en sus más lúgubres colores" y su insípida obscenidad que hace
afirmar a éste que hasta la misma idea de la vida le causa el deseo
"dulcemente insidioso de enfermarse". En la misma
forma como el héroe de la novela siente su propia vida como nauseabunda,
oscura y sin remedio, descubre algo similar en los objetos, considerándolos
como que existen a pesar de sí mismo en "masas monstruosas y
blandas, en desorden, desnudas, con una desnudez espantosa y
obscena". Para él, nada significa nada, aparte de
su obsesión por escribir la biografía de ese aventurero del siglo XVIII,
Monsieur Rollebon. En él no hay el más mínimo esfuerzo por entender
el valor de lo social, de la colectividad de los hombres, del fin político
de la persona. Su obsesión es una sola, que resume el contenido de la
filosofía existencialista de la primera época de Sartre:
"Existo. Es
algo tan dulce, tan dulce, tan lento. Y leve; como si se mantuviera en el
aire. Se mueve. Por todas partes, roces que caen y se desvanecen. Muy
suave, muy suave. Tengo la boca llena de agua espumosa. La trago, se
desliza por mi garganta, me acaricia y renace en mi boca. Hay
permanentemente en mi boca un charquito de agua blancuzca-discreta que me
roza la lengua. Y ese charco también soy yo". Pero agrega: "Donde
quiera que pongo mi mano continuará existiendo y yo continuaré sintiendo
que existe; no puedo suprimirla ni suprimir el resto de mi cuerpo, el
calor húmedo que ensucia mi camisa, ni toda esta grasa cálida que gira
perezosamente como si la revolvieran con la cuchara, ni todas las
sensaciones que se pasean aquí dentro, que van y vienen, suben desde mi
costado hasta la axila, o bien vegetan dulcemente, de la mañana a la
noche, en su rincón habitual".
Ninguna otra mejor síntesis de la filosofía
sartriana en La náusea que estas dos contundentes citas.
Coda crítica
Independientemente de su estructura y del valor
literario de esta obra que representa uno de los aportes más serios a
la literatura universal del siglo XX, La náusea es quizás una
de las más graves equivocaciones desde el punto de vista conceptual filosófico.
El existencialismo en ella expuesto no tiene valor real de tipo social ni
siquiera para la época en que fue propuesto y en la que se le hizo
aparecer como una fuerza de protesta y de reacción ante el
establecimiento burgués y ante sus relaciones con el proceso
conflagratorio de la década del 40. Y no es precisamente una actitud de
trascendencia social, lo que signifique un rechazo a los más importantes
valores de la historia y de la sociedad.
Que la historia de la filosofía la juzgue y se
encargue de ella, aunque el juicio de la literatura ya la haya redimido.
Bogotá,
Colombia, enero de 1998
© Germán Uribe 1998
Gentileza de: http://www.ucm.es
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