Corría
el año 1989. En París se celebraban los fastos del bicentenario de la
Revolución Francesa. En Berlín caía el Muro. Y en EE.UU., Francis
Fukuyama, director adjunto de planificación política del Departamento de
Estado, publicaba, en The National Interest, un artículo que le
convirtió en una celebridad: ¿El fin de la història? Este
escrito fue mayoritariamente acogido, y aún suele ser recordado, como una
optimista apoteosis triunfal de la democracia liberal y del liberalismo
económico que salían vencedores de la guerra fría. Pero se trataba de
una interpretación errónea. De hecho, aunque respondía afirmativamente
a la pregunta que daba título a su artículo, aunque mantenía que la
democracía liberal podía constituir el punto final de la evolución
ideológica de la humanidad, su autor no veía demasiados motivos para
alegrarse de la confirmación de la llegada del fin de los tiempos.
"El fin de la historia -profetizaba melancólico- será una época
muy triste". Esta melancólica profecía traducía fielmente los
puntos de vista de su selecto club intelectual, el de los audodenominados neoconservadores,
que, si no querían tracionarse a sí mismos ni a su común, venerado y
difunto maestro Leo Strauss, sólo podían hacer ver en lo que se presumíac
omo victoria la amenaza de una catástrofe. Y es que ¿El fin de la
historia? era, como luego lo fue El fin de la historia y el útimo
hombre, publicado por Fukuyama en 1992, un brillante ejercicio de
escolasticismo straussiano y, más concretamente, una puesta al día, con
la mirada puesta en los nuevos acontecimientos, de un ya viejo debate
entre Leo Strauss y su amigo Alexander Kojève.
Strauss y Kojève se habían conocido en Alemania en 1929 y reencontrado
en París en 1933, justo en el momento en que éste último inició sus
famosas lecciones sobre la Fenomenología del Espíritu de
Hegel a las que asistieron, entre otros, Raymond Aron, Jacques Lacan,
Georges Bataille y Merleau-Ponty y cuyos contenidos fueron parcialmente
publicados, con notas actualizadoras, en 1947 bajo el título La
introducción a la lectura de Hegel. La lectura kojeviana de la Fenomenología,
muy influida por Nietzsche, Marx y Heidegger, privilegiaba tres elementos
de la obra hegeliana convirtiéndolos en claves hermenéutica de la obra.
En primer lugar, la dialéctica entre el amo y el esclavo,
interpretada como el motor de la Historia. En segundo lugar, el deseo
de reconocimiento, entendido como la gasolina que hacía funcionar
este motor. Finalmente, el fin de la historia, pensado como la
consumación de aquella dialéctica gracias a la satisfacción subjetiva
de este deseo de reconocimento en el Estado universal y homogéneo.
En los años 30, Kojève jugaba con la identificación del estalinismo con
este Estado universal. Tras la Segunda Guerra Mundial, optó por
ver su encarnación en los Estados Unidos y los países de la Comunidad
Económica Europea. Según el Kojève de la posguerra, Hegel no sólo había
acertado al pensar la historia como un proceso racional guiado por el
progresivo reconocimiento de que todos los hombres eran libres e iguales,
sino también al fijar su fin en la democracia liberal nacida con
la Revolución Francesa. De acuerdo con este nuevo punto de vista, según
Kojève, el american way of life, en el que los ciudadanos viven
una existencia animal subhumana, sería la forma de vida más genuína de
la posthistoria.
Durante más de tres décadas, Strauss y Kojève interpretaron, con la
guerra fría como telón de fondo, una disputa intelectual de altos
vuelos, y que hay que leer entre líneas, sobre la tesis del fin de la
historia, una disputa que se presentaba en público como una novecentista
puesta en escena de la vieja querella entre los antiguos y los modernos.
Kojève, el hegeliano paladín de la modernidad, defendía desde París la
racionalidad de la historia y la llegada de su consumación. Strauss, el
partidario del retorno a la filosofía política de la antigüedad, mantenía,
desde Chicago, haciendo suyo el rechazo de los clásicos al derecho
natural igualitario, que la modernidad, y los ideales de la revolución
francesa que la sintetizaban, eran un error. Este debate dejó un
interesante rastro escrito del que el epistolario entre los dos autores y,
sobre todo, la edición de Sobre la tiranía de Strauss, en la que
se incluyen las consideraciones críticas de Kojève y la respuesta de aquél,
constituyen las principales muestras. Es precisamente en esta respuesta
donde se halla la fuente de la ambigua relación de Fukuyama con el fin
de la historia. Tras dar vueltas sobre la tesis kojeviana del fin de
la historia y sobre la existencia subhumana que le sería propia, Strauss,
reciclando un viejo tema bien grato a los pensadores alemanes de aquella revolución
conservadora que, en la preguerra, había sido la suya y que pretendía
hacer frente a la decadencia de Ocidente, afirma: "El Estado a
través del cual el hombre debería devenir razonablemente satisfecho es
el Estado en el que la base de la humanidad humana se hunde o en el que el
hombre pierde su humanidad. Es el Estado del ´último hombre´de
Nietzsche. (…) Si el Estado universal y homogéneo es el fin de la
Historia, la Historia es claramente trágica".
Apesar de su reparto de papeles en la disputa sobre la racionalidad de la
Historia, Kojève y Strauss, cuyas coincidencias superaban las
divergencias, acabaron estableciendo, junto con Raymond Aron, un curioso
eje trasatlántico que explica no pocas cosas sobre la circulación de las
ideas entre Estados Unidos y Europa durante la guerra fría. Algunos de
los estudiantes predilectos de Strauss (Allan Bloom, Stanley Rosen)
realizaban estancias iniciáticas en París junto a Kojève y Aron,
y Aron enviaba a algunos de sus discípulos más avantajados (Pierre
Manent, Pierre Hassner) a Estados Unidos para que se sumergieran en el
naciente neoconservadurismo americano de la mano de Strauss y Bloom. Los
frutos de este intercambio se hicieron espectacularmente visibles, ya
muertos Strauss y Kojève, en 1989, cuando el historiador aroniano François
Furet proclamaba, desde París, que la Revolución Francesa había
terminado, mientras Fukuyama recordaba, desde Washington, el fin de la
Història, en dos operaciones intelectuales y propagandísticas promovidas
y generosamente sufragadas por la John M. Olin Fundation, una fundación
neoconservadora, alma mater del straussismo, que estaba dirigida,
en aquel momento, por Allan Bloom, discípulo predilecto de Strauss, amigo
de Kojève (de quien había editado la traducción inglesa de la Introducción
de la lectura de Hegel)y maestro, en la Universidad de Cornell, de
Fukuyama.
En 1987, Allan Bloom había publicado su apocalítico El cierre de la
mente moderna, tal vez el primer de los best sellers del
neoconservadurismo, en el que, inspirándose en Strauss, ofrecía un
contundente análisis de la cultura universitaria norteamericana y un
pesimista diagnóstico sobre el régimen de los Estados Unidos, al que
retrataba como una réplica de la República alemana de Weimar (que
desembocó en el III Reich), cada vez más poblada,como ésta, por
aquellos autosatisfechos últimos hombres que Nietzsche había descrito
como los más despreciables de los seres. La forma nostálgica y ambigua
en la que se concreta el discurso de Fukuyama sobre el fin de la història,
sus reflexiones sobre la pertinencia de la crítica nietzscheana del Estado
universal y homogéneo y sobre la posibilidad de una nueva puesta en
marcha del proceso histórico cabe interpretarlas teniendo presente este
diagnóstico y sin olvidar las revitalizadoras terapias que, desde
entonces, los neoconservadores (entre ellos el propio Fukuyama, uno de los
firmantes del Proyecto para el Nuevo Siglo Americano) han prescrito para
nuestro decadente mundo.
Publicado por el diario La Vanguardia de
Barcelona el 16 de febrero de 2005.
Gentileza
de: http://www.lavanguardia.es/
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