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Una nómina posible

 

 


JEAN BAUDRILLARD

JACQUES DERRIDA

MICHEL FOUCAULT

 

 

En cuanto se califica de posmoderno a un filósofo, se convierte en blanco de críticas como responsable de su justificación y propalación

 

JOAN PIPÓ COMORERA - 13/10/2004


Del mismo modo que existe una lista de filósofos que se interrogaron sobre el principio del mundo sin poder ni tan siquiera imaginarse que la posterioridad los iba a conocer como presocráticos (desde Tales hasta Demócrito), también hay que decir que hubo otros ya algo más cercanos al presente que en vida no pudieron llegar a saber que eran unos ‘filósofos posmodernos’. La razón estriba en que el uso del adjetivo posmoderno para caracterizar a un filósofo sólo se extendió a partir de la década de los 80 del pasado siglo. Por eso a la hora de elaborar su lista se debe aclarar que existe un primer grupo de posmodernos que sólo ha llegado a serlo de manera ‘post mortem’. Aparte de Nietzsche y de Heidegger, y si se le concede una cierta autoridad designadora al Lyotard que figura en las enciclopedias como el principal divulgador del posmodernismo, otros miembros de este grupo habrían sido el Wittgenstein que insistió en la gran diversidad existente en los juegos lingüísticos y también el Kant que, a diferencia de lo que sí hicieron otros modernos posteriores como Hegel o Marx, no quiso escribir una ‘Crítica de la razón política’ que eliminase las distancias entre la razón pura, la práctica y la relacionada con los enjuiciamientos reflexionantes propios de la estética. Adorno y Horkheimer también serían nombres presentes en la lista. Finalmente, y si se toma nota del hecho de que el Roland Barthes que un mal día de 1980 cometió un fatídico error de interpretación semiológica al cruzar la calle y acabó atropellado por una camioneta, habría que otorgarle entonces a este el mérito de cerrar la primera sección.

Por lo que hace a la segunda sección formada por los que serían ‘posmodernos ante mortem’, aquí encontraríamos a dos tipos de autores. Por un lado, los que, si bien encontrándose en estado vivo y activo en el momento de la explosión de la cuestión posmoderna, fueron reacios a reconocerse como tales y sólo pudieron llegar a poseer este título a partir de una adscripción foránea realizada por la crítica. En este grupo se integran nombres como Derrida, Deleuze o Foucault, que antes de morir en 1984 tuvo tiempo de aclarar que ‘no alcanzó a ver cuál sería el tipo de problemas que compartirían los que han sido llamados post-modernos’. Tampoco al Jean Baudrillard autor de la entrada ‘El fin de la modernidad o la era de la simulación’ para el suplemento de la ‘Encyclopaedia Universalis’ de 1980 no le hizo ninguna gracia ser literalmente presentado como ‘profeta de la posmodernidad’ y se permitió en su diario describir despectivamente el concepto de lo posmoderno como ‘una fornicación verbal que se practica en todas las latitudes’. Respecto al grupo de autores a los que sí se les podría encontrar una profesión de fe posmoderna, con el de Lyotard podrían juntarse nombres como el de Vattimo, Rorty e incluso como el de Sloterdijk. Este último, por ejemplo, y a una pregunta planteada por la periodista Nina Forstenberg a propósito de si se consideraba posmoderno, respondió ‘Si el post-modernismo se entiende como la posición que combate contra el latente totalitarismo de la metafísica clásica, desde luego que lo soy. Si lo post-moderno es pluralismo, creo entonces que estoy de su parte’.

De todas formas, y sea cual sea la sección a la que pueda pertenecer, hay que notar que desde el momento en que a un filósofo se le adjudica el calificativo de ‘posmoderno’, es convertido de inmediato en blanco de críticas, críticas que pueden llegar hasta el extremo de que, previa diagnosis de algún que otro mal general extendido en la sociedad contemporánea (el irracionalismo, el relativismo, el escepticismo, el esteticismo, el hedonismo, el abandonismo político, etc.), pase a ser acusado de ser el máximo responsable de su justificación teórica y propalación.

De hecho, son tantos y tan diversos los que inciden en esa actitud recriminadora para con el filósofo posmoderno (ver si acaso el breviario que se ha seleccionado), que está perfectamente justificado afirmar que la experiencia central que lo define es que en el teatro filosófico contemporáneo desempeña el papel de chivo expiatorio gracias al cual tanto modernos como antimodernos pueden aligerar un poco sus descontentos con el estado del mundo. Y tiene esto último mucha gracia, pues el asunto posmoderno sólo llegó a convertirse en una famosa polémica justo a raíz de que al laureado Habermas se le ocurriera elevar una asimilación entre antimodernidad y postmodernidad a la categoría de ‘certero diagnóstico de época’

Gentileza de: http://www.lavanguardia.es/

 

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