El
tema de la separación ha abierto paso con las investigaciones
acerca de los fenómenos que afectan íntimamente al desarrollo de
la personalidad humana desde los primeros momentos de su
existencia.
El
análisis de la separación temprana, nos ha obligado a poner en
primer plano la importancia que tiene para el niño un determinado
repertorio de comportamientos, que proceden del exterior.
En
el momento de nacer, el niño se encuentra totalmente indefenso,
lo caracteriza su inmadurez, tanto física como psíquica y está
obligado a que toda su vida emocional en conjunto adquiera una
estructura, pero no por sí misma, sino a partir de los demás. El
entorno es demasiado amplio para que él encuentre la ayuda y el
respaldo suficientes. Se impone la necesidad de la existencia de límites
más precisos que la misma naturaleza reduce a la figura de la
madre. como primera organizadora de su vida emocional.
La
figura de la madre aparece, por lo tanto, en el punto central de
las coordenadas que describen lo que sucede en la vida de del niño
desde el primer momento de su existencia.
Hay
que admitir que los resultados de las investigaciones sobre la
relación madre-hijo, y la importancia del suministro afectivo
durante los primeros años de vida, han modificado de un modo
profundo nuestras concepciones de lo que debe ser la asistencia a
la primera infancia, tanto desde el punto de vista familiar como
institucional.
La
importancia del rol materno y su creciente revalorización ha dado
lugar, en muchos casos, a una instrumentación utilitaria de dicha
figura, reduciendo a la mujer-madre a la exclusiva asistencia al
hijo. Muchos especialistas han denunciado cierta base ideológica
antifeminista en estas concepciones acerca del papel que le toca
jugar a la madre. Como también se ha hecho notar la escasa
importancia atribuida a la figura del padre con el consiguiente
riesgo que implica la desvalorización de su figura en la evolución
psicoafectiva del niño. Se resta de este modo al padre la
posibilidad de asumir sus responsabilidades, no menos importantes
que las de la madre.
En
cuanto al concepto de separación hemos de precisar algunas
diferenciaciones con respecto a la noción de carencia, ya que la
separación no implica necesariamente carencia. La separación no
produce carencia más que cuando el niño se encuentra inmerso en
un medio en que su interacción con el sustituto materno no llega
a ser suficiente, o bien cuando la separación se repite con
cierta frecuencia. Una única separación de la madre no puede ser
frustrante para el niño; sin embargo, la separación puede
resultar traumática para el niño, si éste cuenta con la madurez
como para diferenciarla de los otros, y además, para haberse
adherido a ella, sin contar con la edad que le permita conservar
su apego encontrándose aún alejado de aquélla.
Es
conveniente no hablar de separación más que cuando se presenta
una interrupción de la relación madre-hijo ya establecida.
No
se puede denominar con el nombre de separación a todas las
situaciones en que se produce un distanciamiento entre el hijo y
la madre si no tenemos en consideración la madurez del niño y la
calidad y naturaleza del vínculo establecido entre él y su madre
y la edad de éste.
Las
investigaciones realizadas por Anna Freud y D. Burlingham son
valiosas en ese sentido. De ellas se desprende de forma muy nítida
que separación entre la madre y el niño comporta profundos
trastornos emocionales desde el segundo semestre de vida y que el
sentimiento de zozobra emergente en el niño se mantiene constante
hasta que llega a cumplir los dos o tres años.
Otro
autor, J. Robertson, a partir de sus estudios clínicos llega a
diferenciar tres períodos en la relación madre hijo ante el
hecho de la separación:
-
Un período de
protesta, caracterizado por el llanto con expresiones de zozobra y
nítidos intentos de reencuentro con su madre a través de múltiples
medios.
-
Un período de
desesperación con marcada desorientación, retraimiento y reducción
de esfuerzos en la búsqueda, dando la impresión de que considera
a aquélla definitivamente perdida.
-
Un
período de desapego en el que al parecer se instala en la
separación, admite cuidados provenientes del sustituto materno y
manifiesta indiferencia hacia la madre.
J.
Bowlby ha investigado profundamente estas cuestiones relacionadas
con la separación (en edades algo más avanzadas) y afirma que
son mucho más importantes que lo generalmente creído. La situación
determinada por la separación hace posible observar un verdadero
proceso de duelo, similar al que se sucede en los adultos
posteriormente a la pérdida de alguna objeto de amor. Demostró
que la pérdida del objeto materno originada por la muerte,
durante los primeros cinco años, constituía un antecedente de
gran significación, más frecuente en los pacientes de hospitales
psiquiátricos y en las personas afectadas por síntomas psiconeuróticos
y trastornos de carácter psicosomático.
J.
Bowlby considera de suma importancia las investigaciones que
otorgan cierta relevancia a la correlación entre los duelos que
experimentan los niños frente a estas situaciones y los estados
depresivos del adulto, dado que le fue posible detectar cierta
similitud entre el duelo del adulto y el período de desesperación
experimentado por el niño ante la separación de su madre.
Asimismo, añade que el desapego que sucede a la desesperación
del pequeño crea obstáculos para la superación de la situación
dolorosa, predisponiéndole así a experimentar reacciones
depresivas.
J.
Bowlby estima que la correlación entre los duelos de la temprana
infancia y las reacciones depresivas del adulto puede ser una de
las consecuencias inadvertidas, resultante de una separación
durante la primera infancia. El efecto de la separación puede
pasar desapercibido a la observación clínica, hasta que los
factores capaces de reactivarlo hacen notar la situación patológica
que se halla oculta.
Los
conocimientos alcanzados sobre el origen de los períodos que
atraviesa la progresiva constitución del vínculo madre-hijo, nos
han permitido demostrar, en el campo de la clínica, que la
separación de la madre es particularmente grave en el momento en
que se constituye la verdadera relación objetal, desde el séptimo
u octavo mes de la vida del niño. Durante el primer semestre de
la vida, la madre constituye para el bebé un puro objeto
funcional y muchos autores agregan que hasta ese momento la madre
no llega a ser indispensable, pero sí en los momentos de
necesidad. A partir del instante en que el niño reconoce a la
madre como tal, ella
se convierte en la figura absolutamente indispensable.
Evidentemente, cuando se produce una separación las consecuencias
pueden llegar a ser altamente significativas para el bebé.
|