R.
Spitz se abocó al estudio de niños que vivían en instituciones
y que contaban con adecuados cuidados físicos, pero con serias
carencias en lo referido a cuidados maternos. Una sola niñera se
ocupaba de brindar atención a un grupo de diez niños al mismo
tiempo. Una vez superados los períodos de privación, comenzaron
a manifestar un estado de deterioro progresivo.
Pasivos
por completo, los niños permanecían tendidos sobre la cama con
una expresión particular en sus rostros. Aparecían
perturbaciones motoras, la coordinación ocular se mostraba
defectuosa, se observaban ciertos movimientos extraños en los
dedos.
En
el IV Congreso Internacional de Psiquiatría Infantil, llevado a
cabo en el año 1958, R. Spitz, en un informe introductorio,
presento sus conclusiones acompañadas con datos estadísticos
sobre la situación de gravedad con la que pronosticaba sus
observaciones sobre el hospitalismo.
De
los 91 casos que estudió, el 37,5% de los niños habían muerto
antes cumplirse el segundo año. Spitz había hecho un seguimiento
de 21 de aquellos 91 niños hasta los cuatro años de edad, y la
gravedad que comporta el hospitalismo se confirmó por medio de
los siguientes datos:
-
Veinte niños
de aquella edad estaban imposibilitados de vestirse solos.
-
Quince niños no
habían logrado incorporar los hábitos higiénicos sino en una
forma insuficiente.
-
Seis de ellos carecían
de la posibilidad de controlar sus esfínteres.
En
lo que se refiere al desarrollo del lenguaje:
-
Seis de los
niños no podían pronunciar ninguna palabra.
-
Cinco niños
contaban con un vocabulario compuesto de dos palabras, mientras
que sólo uno de ellos podía construir algunas frases.
Los
resultados de estas investigaciones son realmente sorprendentes y
nuevos estudios en este campo volvieron a confirmar las
conclusiones que había extraído R. Spitz.
Se
ha demostrado que las perturbaciones producidas por el
hospitalismo son verdaderamente graves. En principio, se comprueba
un decaimiento general que conduce a la caquexia y luego a una
propagación de infecciones de cuna, debido a la frustración que
no permite al organismo desarrollar las defensas necesarias contra
los agentes microbianos, se presenta como un hecho de morbidez e
incluso de mortalidad infantil.
1958
a 2004.
46
años más tarde la realización de un estudio similar, en la
Argentina, arrojaría resultados casi idénticos.
¿A
quién le atañe la responsabilidad directa de buscar las
soluciones indispensables?
¿No
está siendo hora de que esa responsabilidad sea asumida con la
seriedad y preocupación que requiren los asuntos de vida o
muerte?
¿O
el proyecto argentino de salud pública consiste en ignorar los
Derechos del Niño, y en despreocuparse ante su obligación de
asegurar un futuro digno a los niños ya nacidos en situación de
deprivación?
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