Una gruesa gota aparece en lo alto de la frente del negro
de la trompeta, la gota se queda tembleteando contra el cielo que
la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya
va a caer y no se cae. Al menos hasta que la ultima vibración de
Tiger Rag recorre las tupidas cejas del negro que eleva las notas
de la trompeta más allá del dogma musical mientras la sala
atestada de humo y perfumes ocres de las damas parece venirse
abajo con la onomatopeya convertida en idioma.
Y la sala no se viene abajo porque Louis Armstrong, el
cronopio universal que hacia mover los pies al mismísimo Cortázar,
no quiere. Se pasa el pañuelo blanco por la cara y cuello abajo
continúa derribando mitos de cátedra con una trompeta bruñida
fuera de las aulas. Grueso mérito para quien desarrolló desde
las bases el acervo musical que hoy se conoce como jazz. Monstruo
virtuoso que nació en la más obscena pobreza de las esquinas de
Liberty y Perdido en New Orleans.
El self made que enorgullece al american way of life, pero
que por debajo siempre lo vio como al sirviente solícito, hoy
descansa tras una vida de excesos musicales y grandes éxitos.
Su mejor interpretación, según él, fue la fecha mesiánica
en que dijo haber llegado al mundo: el 4 de julio de 1900 que lo
vio nacer y llenar un espacio apetecido por los chauvinismos de
los nuevos hacendados. Póstuma y carraspera carcajada debió
darle cuando hace un par de años se descubrió que Armstrong había
nacido un 4 de agosto de 1901 y aprovechó hasta el final el dato
para clasificar como paradigma del orgullo norteamericano. Esa
clase que se iba a divertir a cabarets, prostíbulos y los vapores
donde este negrito menor de edad tocaba la trompeta como un poseído
despertando las suspicacias del hombre blanco.
Todo un truco hacerse pasar por mayor de edad y de paso ser
la envidia de sus pares de color tocando en la Oliver’s Creole
Band y convirtiéndose en el alumno aventajado del maestro King
Oliver antes de los 18. Fechas, años más y años menos importan
poco ahora y le dan a la primera semana de agosto un valor
individual respecto a la figura de Satchmo, el entrañable Satchel
Mouth o bocón que para nada extraña el día de independencia
yanqui. El gritón mito universal sin barras ni estrellas de por
medio. Pero tan universal y humano que no fue para nada ajeno a
las mundanas pasiones.
La leyenda que acompaña su existencia se agolpa con gran
parte de los prejuicios que negros y blancos le tuvieron al bueno
de Louis. En sus dos autobiografías Satchmo: My Life in New
Orleans, y Louis Armstrong, in His Own Words, el hombre de la
trompeta, no escatima en elogios para sí mismo y recurre a todas
las formas de adulación que la primera persona le permite. Se
jacta de su condición humilde, de su estilo de improvisación y
amor por las féminas mientras los rumores y pelambres del
establishment tratan de bajarle el pelo con habladurías sobre su
relación de juventud con mujeres mayores y prostitutas, su
supuesta profesión de proxeneta (rumor alimentado desde 1918, año
en que se casa con Daisy Parker, una prostituta de Louisiana) y
una innovadora adicción a la marihuana y los laxantes, todas
características impropias para un músico según la época.
Las envidias y luchas artísticas recrudecían cuando se
trataba de esa mal vista cercanía que tuvo con el público caucásico:
su aparición como servil acólito del jovencito de turno en las
películas de Hollywood donde era llamado a participar y la gentil
característica de sus shows le granjeó la molestia de muchos,
hasta la de su colega Miles Davis.
Ambos fueron grandes amigos, e incluso el intérprete de
Kind of Blue fue partidario de convertir el funeral de Armstrong
en una fiesta jazzera como éste deseó alguna vez. Pero aún así,
Davis detestaba la faceta afable del artista, incluso llegó a
escribir alguna vez, “Me molesta la forma en que Louis le sonríe
al público. Sé que lo hace para ganar dinero y porque es
eminentemente un animador, le gusta hacerse el payaso y yo siendo
más joven que él, no tuve que someterme a esa mierda. Él tuvo
que hacerse aceptar por la industria musical. Yo no iba a caer tan
bajo para que gente que nunca ha tocado nada y blancos racistas
hijos de puta escribieran cosas bonitas sobre mi”.
ZAPATITOS BLANCOS
Ni tan santo como para despertar suspicacias, ni tan
pecador como para escapar al promedio del género, Armstrong fue
arrestado en 1930 por portar y consumir cannabis en Los Angeles,
la misma yerba a la que el año anterior le había dedicado una
melancólica homónima (“Muggles”). Tras diez días de prisión
el trato consistió en no volver a pisar la ciudad durante dos años.
Después de morir, muchos de sus amigos lo calificaban como
uno de los precursores y más generosos defensores de la
marihuana, el fotógrafo Jack Bradley dijo que Armstrong inició
en el cáñamo a más artistas que cualquier otro gurú de los
escenarios y el mismo Louis señalaba que la marihuana es cien
veces mejor que el whisky, “Es agradable, es una ebriedad que
cuesta poco alcanzar, es buena para el asma y relaja los
nervios”.
Se calificaba a sí mismo con un San Pecador, pero no
comulgaba ni se sintió dependiente del narcótico que compartía
con Billy Holliday, Lester Young y Cab Calloway, entre otros.
Siempre afable, la trompeta cobijaba a todos los que
rodeaban al gran Louis. El pañuelo se agitaba para saludar en
medio de la grabación a quienes se acercaban a oírlo, incluía
en su camerino a quien quisiera saludarlo y alargaba hasta la
saciedad cualquier reunión convirtiéndola en un recital privado.
Sus visitas y amigos formaban un círculo tan disímil que reunía
desde los lustrabotas a los gángsters de medio pelo que eran dueños
de los clubes en que tocaba. Antes de reunirse a tocar con sus All
Stars, se dejó administrar por Joe Glaser, un efectivo asesor y
mecenas que hacía en el fondo el papel de manager. Glaser
recomendaba a Armstrong los grupos que debía frecuentar y le
presentaba a las personas con quienes debía tocar sin desocupar
su trabajo de corredor de apuestas y ruleta. De simple admirador,
pasó a ser un efectivo asesor de los asuntos del artista hasta
que en 1937 lo pone a la cabeza del sexteto de New Orleáns Fue
idea suya “acomodar” su fecha de nacimiento al día de la
independencia.
Desde el comienzo, la impecable conformación musical de
los All Stars causó polémica por su heterogénea conformación.
No era bien recibido por la familia de color que entre sus filas
se contara con el insustituible trombonista Jack Teagarden, blanco
y más encima texano.
En el sur de Estados Unidos llega a considerarse ilegal una
agrupación de este tipo. De ahí que sólo los antros de algunos
“padrinos” puedan hacerse cargo de las presentaciones de la
banda dada la serie de cancelaciones, protestas, boicots y
amenazas que recibe la banda.
La aspereza que despertaba el grupo era directamente
proporcional a la motivadora inspiración que lograba en la mayor
parte de la audiencia. La mayoría eran músicos provenientes de
barrios marginales y tal como Armstrong, habían sufrido las
dentelladas del racismo hasta el punto de aceptar la segregación
como cosa natural.
No sólo fue uno de los pioneros en el estilo del bebop.
Satchmo marca el ingreso del jazz de raíces negra al entramado
del gran arte, el paso del folclore al lenguaje universal. Con su
voz ripiosa, ofreció una nueva veta que ya no llenaban los
empalagosos registros de los singers de entonces, agregó con
emoción y estilo el relato y el diálogo entre tema y tema ya sea
como intro o remate de sus interpretaciones que resultaban siempre
un experimento y exitoso debut como la inclusión de flautas de
cristal, tubos y todo tipo de percusión. Sin contar con su mayor
aporte, la técnica vocal de notas en cascada, altas y largas, la
onomatopeya del scat que sacan del pentagrama la música en forma
de palabras fuera de octava. Se dice que fue durante la grabación
de Heebie Jeebies, en 1926 cuando Armstrong botó del atril, sin
querer, las hojas donde tenía escrita la letra y para salvar la
situación improvisó el texto imitando el sonido de la trompeta
dejando atrás el prólogo del jazz para debutar las páginas más
talentosas de la música.
MY ONLY
SIN IS IN MY SKIN
El biógrafo norteamericano Gary Giddins teoriza con la
temprana dependencia de los purgantes que Armstrong consumía,
pero cree que se trataba más de una obsesión que de un real caso
de adicción. La causa parece estar en los vicios alimenticios que
ofrecía la pobreza extrema de la familia de este pequeño
lustrabotas y repartidor de carbón que no se podía permitir una
dieta apropiada. Producto de esa mala alimentación eran comunes
en la casa, infecciones y enfermedades derivadas de la falta de
nutrientes, de ahí que un “tratamiento” constante y efectivo
lo constituían los laxantes.
Tal creencia lo acompañó hasta adulto al trompetista,
llegando a ser su preferido el Swiss Kriss, un purgante a base de
hierbas que cargaba exactamente dosificado en sus bolsillos adonde
fuera y que consumía hasta tres veces al día. Arvell Shaw, su
bajista comenta en la biografía de Armstrong que su abuso de
laxantes iba más allá de lo aceptable cuando el grupo se daba
cuenta de que el té que Louis preparaba contenía su muy
particular receta de hierbas: “Si te tomabas el té y el baño
estaba del otro lado de donde lo tomabas, a veces no lograbas
llegar a él. Así de feroz era”, recuerda. Fiel creyente de su
hábito, siempre se la ofrecía a sus colegas y amigos, llegó
incluso a recomendársela a importantes autoridades reales de
Europa que asistían a su camarín tras los conciertos.
Llevado al paroxismo de su creencia, llegó a prestar su
figura y posición para promocionar los purgantes del doctor
Randolph Pressman en uno de los más curiosos contratos
publicitarios ad honorem. En los envases y afiches del producto se
puede ver a Satchmo sentado en el water, sonriendo y dejando para
la posteridad un sonriente: “Déjalo ir todo detrás de ti”.
Sabio consejo. Era la época de los charlatanes y la mezcla de la
medicina con la ciencia popular de quienes vendían en una misma
botellita (y a precios ridículos) la cura para todas las
enfermedades.
La misma sonrisa que lucía en el escenario y en el W.C. lo
acompañó dentro y fuera del camarín hasta su despedida en
cadena nacional un 4 de julio de 1971. Purgando y derritiendo
audiencias con la sonrisa de perlas y la garganta afinada con
tachuelas, igual alcanzó una edad prudente para despedirse con un
catálogo excepcional del que para explayarse habría que llenar más
hojas de éstas con sus colaboraciones junto a Ella Fitzgerald,
reseñar sus películas o rescatar su función de curador en la
ocasión que grabó maratónicamente el legado de George Gershwin,
salvándolo para a la posteridad ante la prematura muerte del
compositor.
En su cama murió Louis Armstrong, a los 71 años,
planeando una gira con sus amigos de la All Stars dos días después
de su último concierto donde por última vez posó los callosos
labios sobre la trompeta de oro para desahogarse de una vida llena
de restricciones, felicidad y amor para tocar Black and Blue.
Nadie recibió a la muerte tan satisfecho. LND
LA
CONEXIÓN ROCK
Al final de cada show Peter Moschulski von Remenick, o
Peter Rock para sus amigos, lleva a cabo un sensible rito para
aplacar la euforia de su público: en el último bis saca una
trompeta y un pañuelo, sonríe como el viejo Satchmo y les
recuerda en sus propias palabras que “en medio del caos, la
violencia, la guerra y la depresión hubo un morenito que tuvo
todo el derecho a ser un depre, un antisocial y un bajoneado, pero
prefirió aferrarse a la música y dejarnos un himno hermoso”.
De inmediato saca un valeroso “What a Wonderful World”
que es mitad imitación, mitad homenaje. Peter Rock asistió a la
segunda tocata de Armstrong en Chile en el efervescente mayo de
1962.
Con quince años y una inquietud musical que buscaba
encausar de alguna forma en su lengua traposa se vio esa noche
frente a Louis Armstrong. Cuarenta años después, calcula la
magnitud de esa visita y recuerda que “de verdad transmitía
algo con su música, yo no entendía inglés por entonces, pero es
algo que te llega de tal manera que es inexplicable”.
Un negro de frac es algo que por entonces era un
acontecimiento y se trataba nada menos que de una celebridad que
cuatro años antes dejó su respectiva marca a la entrada del
teatro Caupolicán de entonces.
Desde octubre del 57 y a la vieja usanza norteamericana, la
estrella de Louis Armstrong descansa en la vereda de San Diego
junto a la de Billy Holliday, Dizzy Gillespie o Bob Dylan entre
otros.
Como asistente a la velada, Peter Rock todavía celebra la
alegría del trompetista y sus All Stars en el escenario, por
ejemplo durante la interpretación de “Baby it’s cold
outside”, donde la imponente corista de la banda se lamentaba
con un “I really can’t stay”, pero coquetamente Armstrong le
respondía: “Mama, it’s cold outside”, y aquí Peter lo
imita con esa infinita sonrisa y la inconfundible voz rasposa. El
resto es pura onda y energía inolvidable: “Llega con todos sus
músicos en un set que se convierte en una fiesta entre ellos no más.
Armstrong
conversa con el grupo, se fuma un pucho y transmite esa calidez al
público durante dos horas. El escenario es su casa, se
desenvuelve en él como quien vive ahí y recibe a sus visitas”.
Como pocos, a sus 57 puede jactarse de haber visto tocar en vida a
Louis Armstrong y seguir predicando a uno de los grandes, como el
lo llama. El bis se lo siguen pidiendo.
Gentileza de: http://www.lanacion.cl
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