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        ARTÍCULOS: ARCHIVO

 



Louis Armstrong
hubiera cumplido 104 años el 4 de julio

por Carlos Salazar

 


Louis Armstrong  

Tan negro y tan blue

 

“¿Qué es el jazz? Si tienes que preguntarlo, es porque nunca vas a saberlo”. Satchmo no era hombre de explicaciones, ni un músico académico. Sólo fue la otra mitad de su trompeta. Un pobre negro que viajó desde las simas de la miseria a la historia de la música universal.

 

Una gruesa gota aparece en lo alto de la frente del negro de la trompeta, la gota se queda tembleteando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae. Al menos hasta que la ultima vibración de Tiger Rag recorre las tupidas cejas del negro que eleva las notas de la trompeta más allá del dogma musical mientras la sala atestada de humo y perfumes ocres de las damas parece venirse abajo con la onomatopeya convertida en idioma.

Y la sala no se viene abajo porque Louis Armstrong, el cronopio universal que hacia mover los pies al mismísimo Cortázar, no quiere. Se pasa el pañuelo blanco por la cara y cuello abajo continúa derribando mitos de cátedra con una trompeta bruñida fuera de las aulas. Grueso mérito para quien desarrolló desde las bases el acervo musical que hoy se conoce como jazz. Monstruo virtuoso que nació en la más obscena pobreza de las esquinas de Liberty y Perdido en New Orleans.

El self made que enorgullece al american way of life, pero que por debajo siempre lo vio como al sirviente solícito, hoy descansa tras una vida de excesos musicales y grandes éxitos.

Su mejor interpretación, según él, fue la fecha mesiánica en que dijo haber llegado al mundo: el 4 de julio de 1900 que lo vio nacer y llenar un espacio apetecido por los chauvinismos de los nuevos hacendados. Póstuma y carraspera carcajada debió darle cuando hace un par de años se descubrió que Armstrong había nacido un 4 de agosto de 1901 y aprovechó hasta el final el dato para clasificar como paradigma del orgullo norteamericano. Esa clase que se iba a divertir a cabarets, prostíbulos y los vapores donde este negrito menor de edad tocaba la trompeta como un poseído despertando las suspicacias del hombre blanco.

Todo un truco hacerse pasar por mayor de edad y de paso ser la envidia de sus pares de color tocando en la Oliver’s Creole Band y convirtiéndose en el alumno aventajado del maestro King Oliver antes de los 18. Fechas, años más y años menos importan poco ahora y le dan a la primera semana de agosto un valor individual respecto a la figura de Satchmo, el entrañable Satchel Mouth o bocón que para nada extraña el día de independencia yanqui. El gritón mito universal sin barras ni estrellas de por medio. Pero tan universal y humano que no fue para nada ajeno a las mundanas pasiones.

La leyenda que acompaña su existencia se agolpa con gran parte de los prejuicios que negros y blancos le tuvieron al bueno de Louis. En sus dos autobiografías Satchmo: My Life in New Orleans, y Louis Armstrong, in His Own Words, el hombre de la trompeta, no escatima en elogios para sí mismo y recurre a todas las formas de adulación que la primera persona le permite. Se jacta de su condición humilde, de su estilo de improvisación y amor por las féminas mientras los rumores y pelambres del establishment tratan de bajarle el pelo con habladurías sobre su relación de juventud con mujeres mayores y prostitutas, su supuesta profesión de proxeneta (rumor alimentado desde 1918, año en que se casa con Daisy Parker, una prostituta de Louisiana) y una innovadora adicción a la marihuana y los laxantes, todas características impropias para un músico según la época.

Las envidias y luchas artísticas recrudecían cuando se trataba de esa mal vista cercanía que tuvo con el público caucásico: su aparición como servil acólito del jovencito de turno en las películas de Hollywood donde era llamado a participar y la gentil característica de sus shows le granjeó la molestia de muchos, hasta la de su colega Miles Davis.

Ambos fueron grandes amigos, e incluso el intérprete de Kind of Blue fue partidario de convertir el funeral de Armstrong en una fiesta jazzera como éste deseó alguna vez. Pero aún así, Davis detestaba la faceta afable del artista, incluso llegó a escribir alguna vez, “Me molesta la forma en que Louis le sonríe al público. Sé que lo hace para ganar dinero y porque es eminentemente un animador, le gusta hacerse el payaso y yo siendo más joven que él, no tuve que someterme a esa mierda. Él tuvo que hacerse aceptar por la industria musical. Yo no iba a caer tan bajo para que gente que nunca ha tocado nada y blancos racistas hijos de puta escribieran cosas bonitas sobre mi”.

ZAPATITOS BLANCOS

Ni tan santo como para despertar suspicacias, ni tan pecador como para escapar al promedio del género, Armstrong fue arrestado en 1930 por portar y consumir cannabis en Los Angeles, la misma yerba a la que el año anterior le había dedicado una melancólica homónima (“Muggles”). Tras diez días de prisión el trato consistió en no volver a pisar la ciudad durante dos años.

Después de morir, muchos de sus amigos lo calificaban como uno de los precursores y más generosos defensores de la marihuana, el fotógrafo Jack Bradley dijo que Armstrong inició en el cáñamo a más artistas que cualquier otro gurú de los escenarios y el mismo Louis señalaba que la marihuana es cien veces mejor que el whisky, “Es agradable, es una ebriedad que cuesta poco alcanzar, es buena para el asma y relaja los nervios”.

Se calificaba a sí mismo con un San Pecador, pero no comulgaba ni se sintió dependiente del narcótico que compartía con Billy Holliday, Lester Young y Cab Calloway, entre otros.

Siempre afable, la trompeta cobijaba a todos los que rodeaban al gran Louis. El pañuelo se agitaba para saludar en medio de la grabación a quienes se acercaban a oírlo, incluía en su camerino a quien quisiera saludarlo y alargaba hasta la saciedad cualquier reunión convirtiéndola en un recital privado. Sus visitas y amigos formaban un círculo tan disímil que reunía desde los lustrabotas a los gángsters de medio pelo que eran dueños de los clubes en que tocaba. Antes de reunirse a tocar con sus All Stars, se dejó administrar por Joe Glaser, un efectivo asesor y mecenas que hacía en el fondo el papel de manager. Glaser recomendaba a Armstrong los grupos que debía frecuentar y le presentaba a las personas con quienes debía tocar sin desocupar su trabajo de corredor de apuestas y ruleta. De simple admirador, pasó a ser un efectivo asesor de los asuntos del artista hasta que en 1937 lo pone a la cabeza del sexteto de New Orleáns Fue idea suya “acomodar” su fecha de nacimiento al día de la independencia.

Desde el comienzo, la impecable conformación musical de los All Stars causó polémica por su heterogénea conformación. No era bien recibido por la familia de color que entre sus filas se contara con el insustituible trombonista Jack Teagarden, blanco y más encima texano.

En el sur de Estados Unidos llega a considerarse ilegal una agrupación de este tipo. De ahí que sólo los antros de algunos “padrinos” puedan hacerse cargo de las presentaciones de la banda dada la serie de cancelaciones, protestas, boicots y amenazas que recibe la banda.

La aspereza que despertaba el grupo era directamente proporcional a la motivadora inspiración que lograba en la mayor parte de la audiencia. La mayoría eran músicos provenientes de barrios marginales y tal como Armstrong, habían sufrido las dentelladas del racismo hasta el punto de aceptar la segregación como cosa natural.

No sólo fue uno de los pioneros en el estilo del bebop. Satchmo marca el ingreso del jazz de raíces negra al entramado del gran arte, el paso del folclore al lenguaje universal. Con su voz ripiosa, ofreció una nueva veta que ya no llenaban los empalagosos registros de los singers de entonces, agregó con emoción y estilo el relato y el diálogo entre tema y tema ya sea como intro o remate de sus interpretaciones que resultaban siempre un experimento y exitoso debut como la inclusión de flautas de cristal, tubos y todo tipo de percusión. Sin contar con su mayor aporte, la técnica vocal de notas en cascada, altas y largas, la onomatopeya del scat que sacan del pentagrama la música en forma de palabras fuera de octava. Se dice que fue durante la grabación de Heebie Jeebies, en 1926 cuando Armstrong botó del atril, sin querer, las hojas donde tenía escrita la letra y para salvar la situación improvisó el texto imitando el sonido de la trompeta dejando atrás el prólogo del jazz para debutar las páginas más talentosas de la música.

MY ONLY SIN IS IN MY SKIN

El biógrafo norteamericano Gary Giddins teoriza con la temprana dependencia de los purgantes que Armstrong consumía, pero cree que se trataba más de una obsesión que de un real caso de adicción. La causa parece estar en los vicios alimenticios que ofrecía la pobreza extrema de la familia de este pequeño lustrabotas y repartidor de carbón que no se podía permitir una dieta apropiada. Producto de esa mala alimentación eran comunes en la casa, infecciones y enfermedades derivadas de la falta de nutrientes, de ahí que un “tratamiento” constante y efectivo lo constituían los laxantes.

Tal creencia lo acompañó hasta adulto al trompetista, llegando a ser su preferido el Swiss Kriss, un purgante a base de hierbas que cargaba exactamente dosificado en sus bolsillos adonde fuera y que consumía hasta tres veces al día. Arvell Shaw, su bajista comenta en la biografía de Armstrong que su abuso de laxantes iba más allá de lo aceptable cuando el grupo se daba cuenta de que el té que Louis preparaba contenía su muy particular receta de hierbas: “Si te tomabas el té y el baño estaba del otro lado de donde lo tomabas, a veces no lograbas llegar a él. Así de feroz era”, recuerda. Fiel creyente de su hábito, siempre se la ofrecía a sus colegas y amigos, llegó incluso a recomendársela a importantes autoridades reales de Europa que asistían a su camarín tras los conciertos.

Llevado al paroxismo de su creencia, llegó a prestar su figura y posición para promocionar los purgantes del doctor Randolph Pressman en uno de los más curiosos contratos publicitarios ad honorem. En los envases y afiches del producto se puede ver a Satchmo sentado en el water, sonriendo y dejando para la posteridad un sonriente: “Déjalo ir todo detrás de ti”. Sabio consejo. Era la época de los charlatanes y la mezcla de la medicina con la ciencia popular de quienes vendían en una misma botellita (y a precios ridículos) la cura para todas las enfermedades.

La misma sonrisa que lucía en el escenario y en el W.C. lo acompañó dentro y fuera del camarín hasta su despedida en cadena nacional un 4 de julio de 1971. Purgando y derritiendo audiencias con la sonrisa de perlas y la garganta afinada con tachuelas, igual alcanzó una edad prudente para despedirse con un catálogo excepcional del que para explayarse habría que llenar más hojas de éstas con sus colaboraciones junto a Ella Fitzgerald, reseñar sus películas o rescatar su función de curador en la ocasión que grabó maratónicamente el legado de George Gershwin, salvándolo para a la posteridad ante la prematura muerte del compositor.

En su cama murió Louis Armstrong, a los 71 años, planeando una gira con sus amigos de la All Stars dos días después de su último concierto donde por última vez posó los callosos labios sobre la trompeta de oro para desahogarse de una vida llena de restricciones, felicidad y amor para tocar Black and Blue. Nadie recibió a la muerte tan satisfecho. LND

LA CONEXIÓN ROCK

Al final de cada show Peter Moschulski von Remenick, o Peter Rock para sus amigos, lleva a cabo un sensible rito para aplacar la euforia de su público: en el último bis saca una trompeta y un pañuelo, sonríe como el viejo Satchmo y les recuerda en sus propias palabras que “en medio del caos, la violencia, la guerra y la depresión hubo un morenito que tuvo todo el derecho a ser un depre, un antisocial y un bajoneado, pero prefirió aferrarse a la música y dejarnos un himno hermoso”.

De inmediato saca un valeroso “What a Wonderful World” que es mitad imitación, mitad homenaje. Peter Rock asistió a la segunda tocata de Armstrong en Chile en el efervescente mayo de 1962.

Con quince años y una inquietud musical que buscaba encausar de alguna forma en su lengua traposa se vio esa noche frente a Louis Armstrong. Cuarenta años después, calcula la magnitud de esa visita y recuerda que “de verdad transmitía algo con su música, yo no entendía inglés por entonces, pero es algo que te llega de tal manera que es inexplicable”.

Un negro de frac es algo que por entonces era un acontecimiento y se trataba nada menos que de una celebridad que cuatro años antes dejó su respectiva marca a la entrada del teatro Caupolicán de entonces.

Desde octubre del 57 y a la vieja usanza norteamericana, la estrella de Louis Armstrong descansa en la vereda de San Diego junto a la de Billy Holliday, Dizzy Gillespie o Bob Dylan entre otros.

Como asistente a la velada, Peter Rock todavía celebra la alegría del trompetista y sus All Stars en el escenario, por ejemplo durante la interpretación de “Baby it’s cold outside”, donde la imponente corista de la banda se lamentaba con un “I really can’t stay”, pero coquetamente Armstrong le respondía: “Mama, it’s cold outside”, y aquí Peter lo imita con esa infinita sonrisa y la inconfundible voz rasposa. El resto es pura onda y energía inolvidable: “Llega con todos sus músicos en un set que se convierte en una fiesta entre ellos no más.

Armstrong conversa con el grupo, se fuma un pucho y transmite esa calidez al público durante dos horas. El escenario es su casa, se desenvuelve en él como quien vive ahí y recibe a sus visitas”. Como pocos, a sus 57 puede jactarse de haber visto tocar en vida a Louis Armstrong y seguir predicando a uno de los grandes, como el lo llama. El bis se lo siguen pidiendo.

Gentileza de: http://www.lanacion.cl

 

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