"Casi siempre se hallan en nuestras manos los  recursos que pedimos al cielo." 
William Shakespeare


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       ARTÍCULOS: ARCHIVO

 


 

 

 

 

 

El regreso del escriba  

 

por Laura Cerruti

 

 

 


   

 

 

 

 

 

Como un fogonazo, la imagen de la antiquísima estatuilla egipcia retratando el oficio de escriba en la época de los faraones asaltó ayer mi memoria, cuando terminé de corregir los trabajos que me han venido entregando mis estudiantes universitarios de tercer año.

 

De aproximadamente cincuenta trabajos, sólo dos estaban escritos con menos de tres faltas de ortografía. Los restantes lucían un promedio de unos veinte errores cada dos páginas. A veces menos, a veces más. Y no solamente errores “menores” como ausencias de tildes para diferenciar un que de un qué, o un solo de un sólo, sino errores de esos que llamamos (¿llamábamos?) groseros, escandalosos, como  baso en lugar de vaso, echo en lugar de hecho o desauseado en lugar de desahuciado.

 

“¿Y qué?” pueden contestarme mis colegas de la publicidad y mis colegas de la docencia. Ya a nadie puede sorprender la desalfabetización de nuestros ciudadanos.

 

Es común que en artículos de prensa o en avisos publicitarios, se cuele algún errorcillo. Justo ayer leí cocido donde debió decir cosido en la revista de un importante semanario. Justo ayer un prestigioso docente de nuestra facultad nos relató en la sala de profesores que un estudiante a punto de egresar y con el sueño

de transformarse en cronista deportivo, refiriéndose a Maracaná escribió “la asaña”. En su defensa podríamos decir tal vez, que lo mismo sabe a gloria un triunfo deportivo que un plato de buena pasta italiana, y es verdad que en tren de bromas, muchas veces el tema da para reírse si no fuera tan alarmante.

 

Y es doblemente alarmante porque sólo alarma a la vieja generación - entre la que me incluyo-, educada en el orgullo de la “cero falta”.

 

La nueva generación no está alarmada en absoluto. Es normal escribir con errores, sin comas, sin mayúsculas, con errores de tipeo, es normal y es bueno que así sea porque internet no permite demoras, en internet todo el mundo escribe como le sale y yo quiero ser como todo el mundo.

 

He tratado, escribiendo así, de introducirme, sin diccionario, en la mente de un veinteañero. ¿Qué más piensa sobre el tema?

 

Hablando ayer con mis estudiantes (universitarios de nivel socioeconómico medio y superior), al devolverles los trabajos plagados de errores marcados en virulento amarillo para que los retornen sin faltas, descubro que piensan que es injusto que se les demande entregar un trabajo sin errores ortográficos, cuando nadie se ha

preocupado de enseñarles a escribir de esa manera (sic).

 

Piensan que es una exigencia desmedida: nadie se los ha pedido antes. Piensan que es una exigencia sin remedio: el corrector del PC a veces corrige y a veces no. Piensan que es una exigencia inútil: su futuro laboral no depende de un error más o menos. Piensan que es una exigencia prematura: todavía están en un salón de clase, ya tendrán tiempo de ponerse a la altura cuando reciban el título.

 

¿Piensan en definitiva que es una exigencia ridícula? Y reflexionando así fue cuando por asalto se me apareció la imagen del pequeño escriba egipcio, tan serio, tan antiguo, ¿tan caduco?

 

Porque lo cierto es que nuestra cultura está cambiando. Aunque algunos niños japoneses expuestos a estímulos visuales demasiado intensos de sus programas de tevé (¿o eran sus videojuegos?), hayan sufrido ataques epilépticos por sobreexcitación neuronal, estamos cada vez más acostumbrados a los códigos

visuales que a los escritos.

 

Recuerdo cuando apareció en nuestra querida “tele” local el primer aviso publicitario en formato video-clip. “El grito del canilla” del diario El País mostraba una velocísima sucesión de imágenes de las calles montevideanas. El público joven adoró el comercial, y el estilo de la publicidad cambió. Los veteranos, en cambio, no

entendían nada, no veían nada. No alcanzaban a procesar el sentido a través de los vertiginosos cortes sucesivos.

 

Nuestros niños, nuestros jóvenes, crecen en una cultura visual nueva (ya es un cliché decir que la gente lee cada vez menos), y que además venera lo rápido, lo instantáneo, lo pre-digerido y lo light: lo que exija el menor esfuerzo.

 

Los estudiantes universitarios no escapan a ello. Me viene a la memoria ahora una profesora -nada veterana, por cierto-, de una sesuda materia teórica de esas que son bases de una carrera, que lamentábase, desolada, de que los estudiantes a su vez se quejaban de que la materia no era lo suficientemente “divertida”.

 

Si no me divierte, no presto atención.

 

Qué lío para una pretensión de “cero error”. Aprender a escribir sin faltas da mucho trabajo. Enseñar a escribir sin faltas da mucho trabajo. ¿Recuerdan la frase “la letra con sangre entra”? Sin llegar al extremo literal, seguro que muchos nos acordamos de aquellas planillas odiosas donde repetíamos los errores corregidos, veinte veces cada uno, cincuenta veces, doscientas veces.

 

¿Odiosas pero efectivas? No siendo especialista en pedagogía, no me atrevo, así, de primeras, a afirmar que la generalización de los errores ortográficos se debe a una falla o a un cambio en la educación primaria. Sé que a mis hijos no solían corregirles las faltas, sé que los estudiantes universitarios dicen lo mismo, sé que hay maestros que aducen escasa paga, escaso tiempo, escaso apoyo.

 

Por las razones complejas que sean – cultura visual, cultura light, desprestigio de las formas tradicionales de autoridad o disciplina, declive de la institución educativa, cambios en la didáctica de la ortografía -, el problema parece haber llegado para quedarse.

 

Y no sólo en la pauperizada educación primaria estatal, sino a todo nivel: he visto errores “grabes” en textos académicos escritos por docentes universitarios, tanto del ámbito privado como público.

 

Pero – y me pongo aquí en abogado del diablo -: ¿son efectivamente graves estos errores? ¿es realmente necesario escribir de acuerdo con las normas ortográficas que dicta la Real Academia Española? Si después de todo, se aduce, para comunicarse alcanza con que el otro te entienda.

 

 

A favor de una simplificación de la ortografía

 

Hace algún tiempo recibí por e-mail un sabroso párrafo que dice así:

 

Sgeun un etsduio de una uivenrsdiad ignlsea, no ipmotra el odren en el que las

ltears etsan ersciats, la uicna csoa ipormtnate es que la pmrirea y la utlima ltera

esten ecsritas en la psiocion cocrrtea. El rsteo peuden estar ttaolmntee mal y aun

pordas lerelo sin pobrleams. Etso es pquore no lemeos cada ltera por si msima preo

la paalbra es un tdoo...

 

Lo que demuestra sin lugar a dudas, que un texto puede estar enteramente mal tipeado y la comprensión permanece intacta. (Si esto es así, cuánto menos se afectará la comprensión si sólo nos olvidamos de un tilde de vez en cuando o cambiamos una zeta por una ese alguna vez).

 

Y los que gustan de citar autoridades que apoyen su opiniones pueden remitirse a Gabriel García Márquez promoviendo “jubilar la ortografía” durante el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española ocurrido en México, Zacatecas. (1)

 

Y están también los que aducen que la guerra ya se perdió desde que la comunicación en la era de la aldea global, vía correo electrónico o vía chat, impuso la “necesidad” de eliminar tildes, mayúsculas, puntos y comas en aras de la rapidez, de la instantaneidad de respuesta - y también del ahorro de dinero, ya que la conexión a Internet es cara y cada segundo demorado en pulsar una tecla extra hace llorar al consumidor alerta-. Creo que incluso rodea al escribiente económico un halo de persona ocupada, eficiente, racional, que no tiene tiempo para perder en revisar errores de tipeo o agregar puntitos o comitas donde el sentido se entiende

sin.

 

Lo anterior puede ser acusado de argumento elitista en pro de la laxitud ortográfica: después de todo, siguen siendo unos pocos los que viven conectados a la Red. Pero está también el argumento democratizante: es bueno que a nadie le importe si se escribe bien o mal, pues así todos seremos iguales, instruidos o no,

cultos o incultos, ortográficos o disortográficos, universitarios titulados o con apenas primaria terminada. Ya se encargó Veblen con su Teoría de las Clases Ociosas, de incluir el cultivo de la correcta ortografía entre las actividades diferenciadoramente inútiles de la clase superior.(2)

 

 

Una reflexión al margen: ¿maestros de brazos caídos?

 

Me pregunto ahora si una posición filosófica como ésta pueda haber calado, y estar todavía calando, en los docentes de educación primaria encargados de enseñar a leer y a escribir (sin faltas) a la actual generación juvenil, al sufrir en carne propia las condiciones deficientes en que muchos niños llegaban (¡y llegan!) al aula: sin útiles, sin desayuno, sin cena. Acabo de leer un libro de Duschatzky y Corea (3) sobre las escuelas marginales de Córdoba durante la crisis del 2000 y la declaración de la directora de una de esas escuelas intentando explicar el ausentismo de los maestros: “los maestros faltan porque se enferman, y se enferman porque no pueden enseñar”. (4) ¡Sería tan lógico que ante la impotencia de tener que enseñar a niños que no pueden aprender, los maestros reclamaran la reducción de las exigencias!

 

Pero ya lo he dicho: mi campo de especialidad no es la pedagogía. Lo que sí constato es que si los programas o las prácticas docentes cambiaron o caducaron, o la exigencia escolar decreció, o los alumnos por diversas razones ya no están a la altura de las exigencias, esto no se circunscribió a la enseñanza pública sino que se

extendió a la privada, de donde proviene la mayoría de mis estudiantes universitarios.

 

Puedo teorizar sobre la cultura light, puedo suponer un desprestigio de la disciplina, podemos discutir ad infinitum con los expertos sobre las verdaderas causas y no ponernos jamás de acuerdo, pero sigue en pie el hecho de que la ubicación temporal del problema está en la escuela: cuando los niños en su mayoría escribían

sin faltas eso era atribuido a la buena enseñanza de la escuela, a la didáctica de sus primeros años, sin importar si el niño tenía o no incorporado un hábito de lectura (no lo tenía) que le ayudase a corregirlas. ¿Por qué ahora que el sistema no funciona deberíamos atribuir las fallas a otras razones, como el hecho de que los

jóvenes no leen?

 

Me explico de nuevo: la enseñanza de la ortografía es responsabilidad de la escuela, pero la razón de que la escuela esté fallando en su responsabilidad no está clara. Es probable que las razones sean múltiples y complejas, donde la responsabilidad es sin duda colectiva, y la explicación, sociocultural.

 

Argumentos como el que la nueva generación no lee libros no explican entonces el origen del problema sino su consolidación: los niños llegan mal aprendidos a la adolescencia, y como no se exponen a textos bien escritos, no tienen modo de auto-corregirse.

 

Y como aparentemente nadie tiene interés en arreglar este estado de cosas, ni en la enseñanza primaria, ni en la secundaria, ni en la universitaria, la escritura con faltas se perpetúa. Si damos por sentado que estas instituciones responden a la demanda de la sociedad, entonces la sociedad no está tan interesada como antes en exigir que se enseñe a escribir bien a sus futuros ciudadanos. Pero si lo que sucede es que las instituciones ignoran olímpicamente esta demanda, esta necesidad social, ¿no sería hora de intervenir y exigir?

 

Reforma ortográfica: ¿una necesidad?

 

Habíamos empezado listando los argumentos por los que parece que a la sociedad ya no le interesa tanto que sus integrantes escriban bien. Primero: alcanza con escribir de modo que te entiendan. Segundo: la comprensión no se ve afectada por algunos pequeños errores. Tercero: hasta Gabriel García Márquez ha dicho que la ortografía ya no es necesaria. Cuarto: Internet exige escribir de un modo más simple y marca un camino hacia la simplificación en todas las áreas. Quinto: la realidad es que ya nadie escribe sin faltas: es inútil, tonto y obcecado luchar contra la corriente. Sexto: es más justo y solidario que todos podamos escribir sin errores sin ser “sancionados” o marginados de diversas maneras por ello.

 

Los promotores de una reforma ortográfica simplificante aducen estos y otros argumentos para promover distintas modificaciones: desde la eliminación definitiva de los tildes y la supresión de las haches al comienzo de las palabras, hasta reformas más drásticas que implican que directamente se escriba tal como se

pronuncia. (5) Nada tan desorbitado, sin embargo, si vemos la evolución del idioma castellano. ¿Quién es capaz de leer o escribir en castellano medieval? ¿Recuerdan que hace no tantos años escribíamos septiembre en lugar de setiembre? El lenguaje es algo vivo, evoluciona, y la Real Academia, letra a letra, lentamente, incorpora algunos cambios.

 

En contra de una Reforma

 

Hay, claro, opositores a cualquier tipo de reforma: hay conservadores ultra convencidos de que alterar, aunque sea “legalmente”, una sola letra, una sola norma, es un ataque imperdonable a las formas, un sacrilegio inexplicable. Hay otros que aunque no se oponen con tanto ímpetu, lo encuentran más inútil que útil, y en todo caso, pernicioso. En especial, encuentran perniciosas aquellas propuestas que sostienen que hay que escribir como se pronuncia. El problema es que la misma palabra es pronunciada de manera diferente dependiendo de si el hablante vive en España, en Uruguay o en el Caribe. En Montevideo, en Rocha o campo

afuera. Depende si sabe inglés o francés además de español. E incluso, de si ha visto alguna vez o nunca, la palabra impresa. “Caricia” podría escribirse “carizia”, “lluvia escribirse “yuvia”, “pájaro” escribirse “páharo”, “Géant” escribirse “Yan”.

 

Una reforma drástica de este tipo llevaría a que la actual cohesión del mundo hispano se desintegre, pues lo que hoy consigue la convención sobre una ortografía unificada es que en cualquier lugar del mundo donde se hable y escriba en español, todos entendamos lo mismo. De otra forma con el tiempo surgirían dialectos

diferentes en cada región, en cada grupo, haciendo cada vez más difícil la comunicación inter-regional o incluso inter-grupal.

 

Por otra parte, mantener la tradición es una forma de mantenerse conectado con el pasado. En temas de lenguaje implica poder establecer la raíz histórica de las palabras, y por lo tanto poder rastrear más fácilmente su significado. Es fácil deducir que “Psicología” viene de “psiquis” (mente) y si sabemos que “logos” remite

a “ciencia”, el significado se devela automáticamente. Pero si nos guía un objetivo simplificador y escribimos “sicología”, la raíz epistemológica es “sico” que viene del griego “sycon” que significa “higo”, por lo que “sicología” terminaría significando “ciencia de los higos”.

 

Además, si definimos al lenguaje como herramienta de comunicación humana, y a la comunicación humana como un fenómeno de trasmisión e intercambio de significados, lo que resulta esencial es que la trasmisión sea correcta, sin fallas de comprensión entre el emisor y el receptor. Para reforzar la comprensión y minimizar el error, el lenguaje está cargado de redundancias. Cuando hablamos repetimos frases y palabras, repreguntamos sobre lo que acabamos de escuchar. Y cuando escribimos hacemos cosas en apariencia innecesarias. Por ejemplo, escribir con todas las letras cuando con menos letras se entendería igual. Hay una modita en Internet que es escribir “sls” en lugar de “saludos”. ¿Se entiende igual, verdad? Y el hebreo original, tengo entendido, escribía sin vocales, teniendo el lector que suponerlas. Hagamos la prueba con un texto en español, poniendo un punto donde iría una vocal y veremos que aunque la comprensión sigue siendo posible, exige más esfuerzo pues implica para cada punto, probar y descartar cuatro vocales hasta dar con la quinta que imprime significado:

 

C.m.nz.b.  .   p.n.rs.  n.rv..s.   .lg.n.s d. s.s  c.br.s  .st.b.n  s.b..nd.  d.m.s..d.  .lt.

.n  l.s  .c.nt.l.d.s.  .nt.nc.s  d.c.d..  s.b.r  .l  m.sm.  h.st.  d.nd.  .ll.s  .st.b.n  p.r.

tr..rl.s  d.  r.gr.so.

 

Lo que sucede, además de redoblar el esfuerzo, es que al reducir la redundancia aumenta la posibilidad de atribuir otros significados: ¿“n.rv..s.” querrá decir “nerviosa” o “nervioso”? Cuando dice “c.br.s” ¿significará “cabras” o “cobras”? Claro, está el contexto que ayuda a seleccionar uno u otro significado posible, pero

la interpretación del contexto es muchas veces subjetiva. Me fui a este ejemplo extremo y extraño para ilustrar lo que pasaría si a partir de ahora escribiéramos de la misma manera todos los homónimos: “caza” como “casa”, o “cima” como “sima”, “vaca” como “baca”, etc. Simplemente, pasaría que la atribución de uno u otro sentido dependería del contexto. Pero si un esposo cazador deja una nota sobre la mesa que dice: “Me voy de casa porque no me gusta cómo cocinas”, ¿le entenderá la esposa?

 

Y para extremar las cosas aún más: ¿qué pasaría si cada cual escribiera como le pareciese ignorando todas las normas? Por ejemplo:

 

Aviakedadoelpeskolgadodelaramadeunarvolfueradelalqansedelozgatozdbyodeqaerce

delavocadesuraptoraquauzadekualkyermobymientodesmañanadotalbesparadefende

rlodelosotrostalbesparaexybirlokomounapiesaestraoryinaryaeliloceavyaenredadoym

arkobaldopeceazuzkontinuoztyroneznokonzeguyadztrravarlo (6)

 

Es cierto, nadie escribe así, pero recibo a menudo apuradas instrucciones laborales electrónicas, sin puntos ni comas ni tildes ni mayúsculas ni signos de interrogación, que resultan tan incomprensibles como este párrafo. Personalmente, no estoy en desacuerdo con el uso de una jerga escrita especial para Internet, o en la

generalización de ciertos nuevos convencionalismos divertidos como escribir “xq” en lugar de “porque”, siempre que la comprensión para el receptor se mantenga igual de rápida que la escritura para el emisor. De otro modo, se vuelve abuso.

 

En definitiva, los partidarios de no “jubilar a la ortografía” anticipadamente, contestan uno por uno los argumentos de los reformistas. Primero: no alcanza con que cada uno escriba de modo que le entiendan, es decir del modo que le parezca, porque el lenguaje no es un asunto individual sino social. Segundo: la comprensión se ve afectada incluso por pequeños errorcillos. Tercero: García Márquez dijo lo que dijo, en serio o en broma, pero sus libros están todos publicados con una ortografía impecable. Cuarto: Es cierto que Internet reclama escribir de un modo más rápido en los intercambios personales, pero como institución no admite errores: el que escribe mal en sus buscadores nunca encontrará lo que busca. Quinto: la realidad

es que ya nadie escribe sin faltas, cierto; luego es más necesario que nunca luchar para revertir esa tendencia. Sexto: es más justo y solidario que todos podamos escribir sin errores, punto. Eso no significa emparejar hacia abajo, sino hacia arriba.

 

Mientras discuten, ¿qué hacemos? 

 

Pero mientras tanto, las normas las dicta la Real Academia Española. ¿Qué hacemos entonces? ¿Las respetamos o las ignoramos? Volviendo a la pregunta antes formulada: ¿es realmente necesario escribir bien - es decir, de acuerdo con las reglas ortográficas? ¿Sirve de algo tanto esfuerzo? 

 

Las recompensas de escribir bien 

 

Debo aclarar antes de proseguir lo que más de un lector me estará reclamando que aclare: escribir bien no se reduce a escribir sin faltas de ortografía. Escribir bien requiere además, armar bien las frases, encadenar lógicamente los párrafos, de modo que el sentido se trasmita correctamente. Esto que parece tan sencillo no lo es, y muchas veces la dificultad para el lector no es saltar por encima de las “minas” disortográficas, sino entender qué quiso decir el escribiente.  

 

Pero hoy nos centraremos en las faltas de ortografía, considerándolas la señal más visible y menos subjetiva del problema. Y voy a hablar de las recompensas de escribir bien pensando concretamente en los estudiantes de Ciencias de la Comunicación. Y ya no desde una discusión teórica que puede ser interesante para los académicos pero estéril para los pragmáticos, sino desde mi experiencia empírica como profesional de la Comunicación.

 

Escribir sin faltas tiene obviamente una recompensa inmediata: uno se hace entender mejor y más rápidamente cuando escribe. Logra con más eficiencia sus objetivos de comunicación.

 

Escribir sin faltas denota preocupación por el receptor. Y el receptor lo agradece. Muchos lectores censuran inconscientemente la falta de respeto que implica una revisión descuidada del texto. 

 

Escribir sin faltas trasmite una imagen de educación pulida. En un mundo competitivo, y ante igualdad de formación, un currículo sin faltas (o un informe, o un aviso publicitario) frente a uno con faltas, hace una diferencia significativa.

 

Escribir sin faltas es como lucir un traje sin manchas. Es parte de una fachada que puede no condecir con el interior, pero que colabora en trasmitir una imagen de profesionalismo riguroso.

 

Pero hay otras razones de más peso práctico para quien va a desempeñarse como Comunicador Social, para quien va a ser publicista, periodista, guionista, comunicador organizacional: escribir con faltas es muy caro.

Hay una frase de humor negro que circula en la Facultad de Ingeniería: “En la Facultad de Medicina te podés equivocar porque los errores se tapan con tierra. En Ingeniería no te podés equivocar porque es demasiado caro”. 

 

En Publicidad, es carísimo. Cada error ortográfico, cada errorcillo de tipeo puede costar miles de dólares. Una partida de diez mil folletos devueltos por un cliente enojado porque la dirección fue mal escrita o el nombre del producto mal tipeado, se reimprime a costo de la agencia. Recuerdo con temblor las horas de corrección con lupa de cada original de prensa. Y recuerdo con sonrisa el error famoso de un gran creativo publicitario, que dejó pasar un titular de prensa donde “Hijo” salió escrito sin “hache” y el cliente se perdió. El creativo de marras, dice el anecdotario, publicó al día siguiente, a su costo, un aviso que decía: “Ayer un ijo lloró”.

En Periodismo tiene otro tipo de costo, además del económico. La letra impresa tiene por algún motivo no muy claro, una apariencia de verdad impersonal indiscutible. Pero eso, mientras no se cuele un error. Ahí el lector cae súbitamente en la cuenta de que el artículo fue escrito por un ser humano, tan falible como él. Nace la desconfianza. Si el periodista se equivocó al escribir, o el corrector falló en corregir, ¿será que con la misma falta de rigor se investigaron los sucesos? Confianza y credibilidad son un capital que se construye también, con la impecabilidad al escribir.

 

El profesional de la Comunicación tiene entonces, la necesidad de escribir sin faltas para desempeñar su función correctamente y sin costos económicos o de imagen para el Medio donde desempeña sus funciones.

 

Para concluir

 

Cada vez menos personas escriben correctamente: a nadie le importa, y cabe la posibilidad de que la presión social por la simplificación de la escritura haga su efecto en algunos años. 

 

Pero mientras tanto, la correcta ortografía seguirá siendo indispensable en muchos ámbitos. 

 

Lo terrible es que implica que el escribir bien vaya quedando en manos de una élite ilustrada, tal vez con más poder que el resto. Igualito que en el antiguo Egipto. El privilegiado escriba moderno, a diferencia de la “masa” disortográfica, será el que por talento natural redacte sin errores, o el que haya recibido una enseñanza especializada.

 

Mas allá de la tristeza impotente por las oportunidades decrecientes en que queda sumergida la mayoría, me queda mi responsabilidad concreta como docente.

 

Me pregunto entonces si una Facultad de Comunicación, donde la escritura correcta es todavía vital para el futuro profesional, no debiera pararse frente al problema de la escritura como la Facultad de Medicina frente al uso del bisturí: no se aprende en las escuelas, pero sin saber manejar el instrumento, el título no se obtiene.

    

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Bibliografía:

1. Zedelka, “RE: Experimento” , 8 de noviembre de 2000, www.lists.albura.net/efe.es. Ver también: Gómez J., Jorge. “García Márquez se a vuelto loco”, http://sololiteratura.com/marquezseavuelto.html. Y también: “La ortografía entre la tradición y la jubilación”, Foro, www.unidadenladiversidad.com. 

2. Veblen, Thorstein. The Theory of the Leisure Class. Chapter 14: The Higher Learning as an Expression of the Pecuniary Culture. (La Teoría de las Clases Ociosas. Capítulo 14: El Aprendizaje Superior como expresión de la Cultura Pecuniaria). Publicado en el sitio web de Estudios Americanos de la Universidad de Virginia, www. xroads.virginia.edu/~HYPER/VEBLEN/veblenhp.html  

3. Duschatzky, Silvia y Corea, Cristina. “Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones.” Ed. Paidós, Buenos Aires, 2002. 

4. Corea, Cristina. Conferencia brindada a propósito de la publicación de Chicos en Banda. Copia del documento facilitada por Alicia W. de Perkal, mayo de 2004. 

5.  Foro: “La ortografía entre la tradición y la jubilación”, www.unidadenladiversidad.com. 

6. “Utilidad de la ortografía” , http://sepiensa.org.mx/contenidos/l_orto/uno.htm

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Montevideo, junio-julio de 2004

 

 

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