Jacques Derrida no se cansó de repetir que la ausencia y
la muerte contaminan y forman parte de la presencia y de la vida.
Nadie, o sólo alguno, quiere mirar hacia ese agujero que habita y
corrompe lo que parece ser de un solo bloque y compacto. Y ahora
Derrida se muere, quizá para dejar constancia de que si cuando
vivo la muerte le miraba con ojos cariñosos, ahora cuando muerto
él es quien, desde su inmensa obra, nos mira con ojos astutos. No
quiero repetir el tópico de que esa persona amada se va, pero en
realidad quedará viva entre nosotros. No quiero hacerlo, porque
en realidad no hace falta, porque los textos de la deconstrucción,
siguiendo los pasos de la escritura (que Derrida tanto alabó),
ya se han separado hace mucho de su autor, van rodando de mano en
mano, y pese a las lamentaciones de quienes abogan por un rigor
mortis de la deconstrucción (que en este país no faltan, como en
todos lados), se vuelven productivos, creadores, radicales, más aún
si cabe. ¿Quién no ha oído ya alguna que otra vez la palabra deconstrucción
usada hasta de una manera paródica? Pocos, aunque se trate sólo
de una tortilla deconstructiva. Pero ahora el problema no
es cómo se ha usado la deconstrucción y en qué sentido, sino ¿qué
es eso de la deconstrucción que Derrida nos deja como herencia?
Podríamos hablar de la relación de Derrida con Nietzsche,
Heidegger, Lévinas, Blanchot, Sollers, la deuda con ellos es
inmensa. Podríamos introducirnos en los vericuetos y en los
lenguajes de la metafísica y de la fenomenología, y ese sería
un camino adecuado si nos halláramos en un aula universitaria.
Pero aquí me interesa otra cosa: me interesa hablar de las
consecuencias de la deconstrucción en nuestra vida cotidiana, en
el campo de la enseñanza, en el de la política, en el de la
sexualidad, en el de las relaciones de poder. ¿Qué nos ha enseñado
la deconstrucción? Estoy cansado de oír que de la deconstrucción
no se puede decir que sea esto o lo otro, que no es un método,
porque se resiste a la identificación. Porque, aun siendo cierto
en cuanto a sus condiciones de posibilidad, en la práctica, en el
plano de la intervención sociohistórica, eso es falso.
La deconstrucción nos ha enseñado que nuestra tradición
occidental ha penetrado en nuestros cerebros y en nuestros cuerpos
(biopolítica, diría Foucault) para hacernos pensar y actuar en términos
de oposiciones binarias y jerárquicas, y que eso, en muchos
contextos, resulta peligroso. Contribuye, por ejemplo, a
establecer una línea de demarcación entre yo y el otro, entre el
nacional y el extranjero, entre lo masculino y lo femenino, entre
el superior y el inferior, entre la vida y la muerte, y un largo
etcétera. Y la deconstrucción nos ha proporcionado un arma para
combatir ese estado de cosas, una estrategia que disuelve lo que
separa lo propio de lo ajeno, el pene del clítoris o de la
vagina, el ario del judío, el judío del palestino, mi casa de la
tuya. Esa estratagema consiste en reblandecer la barra que separa
unas cosas de otras, unas veces de manera violenta, otras veces
advirtiendo una fisura que conecta un extremo de la oposición con
el otro.
Es cierto que Derrida nos muestra lo que estoy diciendo en los
textos filosóficos, literarios, fílmicos, fotográficos, etcétera.
Pero no debemos olvidar que nosotros estamos hechos de textos, que
nos justificamos con palabras, con lógicas inventadas o no, que
se insulta al otro con palabras, que se le condena asimismo con
verbos y sustantivos. Y ello quiere decir que el lenguaje tiene
esencialmente un poder preformativo, es decir, la terrible
capacidad de llevarnos a actuar de una manera o de otra. Por
consiguiente, esos ejercicios que en apariencia son juegos del
significante, ornamentos, textualismos,esteticismo,traslucen
lo que ocurre en el mundo, y lo que se puede hacer en este mundo
para disolver los fantasmas del fascismo bajo cualquiera de sus
formas. No, no me resulta nada extraño que Antonio Negri hable
desde hace un tiempo de deconstruir las instituciones. Él se cree
que hace un uso indebido de Derrida. No es así, lo usa allí
donde la deconstrucción es más efectiva.
Por supuesto, los lugares que abarca la deconstrucción son
muchos, sus estrategias se ven en la literatura, en la pintura, en
la arquitectura, en el derecho. Es lógico que así sea. Derrida,
ahora, marcha como una sombra, quizá ya casi cenizas, la ceniza
de la que tanto habló junto con Quevedo y Celan, se disuelve en
la nada, y uno está tentado de pensar que ya no podremos
interrumpirlo (señal de vida decía él, eso de que te puedan
interrumpir). Mas no es cierto, yo pienso seguir interrumpiendo su
obra, se queje quien se queje, incluso sus más aparentemente
allegados de acá y de acullá. Querido Jacques, ya no te volveré
a ver en aquel café de Irvine mirando los saltos de las ardillas,
ya no se harán aquellos silencios largos entre tú y yo, y sé
que muchos te llorarán (Hillis Miller, buen amigo, seguro). No
asistiré a tu cremación. Pero ten por seguro que tu ceniza caerá
sobre mí, signifique lo que signifique y se mire por donde se
mire. Escribir, sí.
Gentileza de: http://www.lavanguardia.es/
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