HOMENAJE A JULIO CORTÁZAR
EN
EL 20º ANIVERSARIO DE SU MUERTE
Julio Cortázar
Fantomas
contra los vampiros multinacionales
por
Julio Cortázar
© 1977 Tribunal Russell
(Continuación)
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XIII
Hubo un largo
silencio, y después el rumor caracteristico de alguien que bebe un
vaso de jugo de naranja. El narrador encendió un cigarrillo;
percibió al mismo tiempo el ruido de otro fósforo que se encendía
a miles de kilómetros, y el suspiro satisfecho de Susan, a quien
debían haberle prohibido terminantemente que fumara.
—Pero entonces —dijo el narrador—, colorín
colorado, este cuento se ha acabado.
—Siempre me quedo corta cuando te trato de estúpido
—dijo la voz de Susan—. El señor está encantado con el happy
end, se tomará un buen whisky (maldito sea, aquí no hay más
que jugos infectos) y se irá a la cama con una pelirroja o solo,
que me da lo mismo para que sepas. La conciencia tranquila, el
piyama bien planchado, los dientecitos brillantes porque él usa
dentífrico Protirene que le hace tanto bien al nene.
—Susan, te quiero y te admiro demasiado para
mandarte al quinto carajo. Me duelen tus dos piernas, Susan, me
duele estar tan lejos de vos esta noche.
—Eres un amor —dijo Susan, y el narrador estimó
que lo decía de veras y tuvo como ganas de pasearse por el cielo
raso, de lanzar fuegos artificiales por la ventana—. No te das
cuentas, dromedario argentino, que todo eso es una cortina de humo.
La verdad es otra, Fantomas ha perdido el tiempo.
—Pero, Steiner...
—Pongo mi tercera pierna en el fuego que ni
Steiner ni sus cómplices murieron en el incendio. Fantomas cayó en
la peor trampa, la de creer que su misión había terminado. Es
ahora que empieza lo importante, Julio, es ahora que tenemos que
actuar.
—Mi querida, vuelvo de Bruselas tan cansado, tal
vez sepas que...
—Lo sé, esta pieza está llena de diarios y yo
sé leer si las letras son lo bastante grandes. El Tribunal Russell
en Bruselas, verdad. La segunda reunión sobre los problemas
latinoamericanos. Una sentencia muy dura y muy clara contra Ford,
contra Kissinger, contra las sociedades vampiras, la ITT y el resto.
La tengo aquí, mira, los amigos me traen los télex fresquitos. El
Tribunal. . . Oye, lo que no sé es quiénes estaban en el Tribunal.
—Nos estamos saliendo del tema —dijo el
narrador que seguía fijo en Fantomas, pero se detuvo al escuchar
algo así como un rechinar de dientes, tal vez un mero ruido del teléfono,
aunque nunca se sabía con Susan.
—¿Saliendo del tema? —dijo la enfermita como
si cortara papel con una navaja—. Si alguna vez estuvimos en el
tema es ahora, gaucho insípido. ¿Cómo puede ser que no te des
cuenta? Es cierto que hay millones que tampoco, pero la gente paga
por tus libros y esó crea obligaciones mentales, me parece.
—Somos más de una docena —acotó el
narrador—, juristas, científicos, teólogos, sociólogos,
dirigentes sindicales y escritores de diversos países. Somos eso
que un ministro chileno calificó hace poco de banda de marxistas.
Supongo que viniendo de la Junta lo creerás.
—Esos generales son tan simpáticos —dijo
Susan— con sus uniformes planchaditos y siempre como un equipo de
fútbol, en dos filas y muy serios. En fin, ustedes harían mejor en
dar a conocer a todo el mundo la composición del tribunal, porque
pasa que aquí, sin hablarte de casi toda la América latina, no están
muy enterados.
—Hacemos lo posible, Susan, concedemos
entrevistas, instamos a los periodistas a que difundan los trabajos
y las conclusiones, vamos a la TV, hay veces en que tengo la impresión
de ser uno de esos grandes putos del cine que se mueren por la
publicidad; sé que hay que hacerlo, pero no marcha bien, el boxeo o
las estrellas llenan las mejores páginas, somos muy pobres. Susan,
nos falta...
—Dont cry, baby, dont cry —dijo
Susan—, mamá te dará una banana de postre si eres bueno.
—Y por eso nuestra sentencia...
—No servirá para nada, monono, si ustedes y
nosotros no encontramos el camino, y cuando digo nosotros no hablo
de los esbeltos intelectuales tan admirados por las élites, sino de
nosotros y de millones de mujeres y de hombres del planeta.
—Cosas así se han dicho todos los días en el
Tribunal— murmuró el narrador, más bien abatido.
—Por eso es que necesitamos explicarle la verdad
a Fantomas—dijo sorpresivamente Susan—, y mañana le voy a dar
uno de esos tirones de orejas que le dejarán la máscara ladeada
por una semana. Mira, basta por ahora, la enfermera ha pasado del púrpura
vivo al verde morgue. Llama a Moravia, que no conoce la sentencia, y
léesela, mañana te llamaré yo para que no te arruines del todo.
Chuip chuip.
Eso en Susan
significaba dos besos cariñosos, pero en cambio la carraspera de
Moravia no tenía nada de estimulante.
—Manaccia la miseria—dijo a modo de
saludo—. Mi biblioteca está completamente vacía, y hace un rato
me llamó Italo Calvino desde París para decirme la misma cosa. Los
de Mondadori...
—Ya sabemos, Alberto, yo ni siquiera me he
molestado en ir a ver mis libros o lo que quede de ellos. Te llamo
solamente para decirte un par de cosas antes de volverme loco,
ocurre que Susan pretende que te explique lo que pasó en Bruselas,
se le ha metido una idea en la cabeza y...
—No veo la relación.
—Yo tampoco, pero el matriarcado se hace sentir
y yo obedezco.
—La sentencia del Tribunal está en todos los
diarios, la leí después de hablar con Susan. Está muy bien, dicho
sea de paso, por fin se nombran algunas cosas por sus verdaderos
nombres. ¡¡Porca madonna, mis libros!!
—También han desaparecido los malos —le dije
para consolarlo.
—Vete a la mierda —dijo Moravia, colgando con
la rapidez de un águila.
La noche fue larga y llena de agujeros, uno enorme
que iba de una punta a otra de la pared del salón, y otros más
pequeños en diversos muros del departamento. El narrador necesitó
todo su sentido del humor para apreciar el efecto que hacían
algunos muñecos, pósters, estatuillas, calidoscopios e ídolos
africanos, bruscamente en relieve allí donde no había quedado ni
un solo libro. Hasta encontró algunas cajas de fósforos, un
contraceptivo y unos anteojos de sol que daba por perdidos, sin
hablar de una espesa capa de pelusas y dos vistosas arañitas que
completamente perturbadas se paseaban de un lado a otro con el aire
que hubiera tenido su tía (la del narrador) si al visitar por la mañana
el gallinero lo hubiera encontrado vacío. Al final, y como a pesar
de algunos rumores optimistas no disponía de un harén como
Fantomas, se fue a dormir con la sola aunque íntima compañía de
un embutal y se despertó por obra del teléfono y de la voz de
Octavio Paz.
—Susan tiene razón —dijo Octavio— tampoco
yo me había dado cuenta.
—¿Te llamó antes que a mí? —dijo el
narrador, con los celos que correspondían.
—Sí, y te repito que tiene razón. Ya
comprenderás, va a hablar contigo dentro de unos minutos, de modo
que es mejor andar rápido.
—Yo...
—Somos unos perfectos intelectuales, Julio.
Verifica mi diálogo con Fantomas y verás que le pido que haga algo
por el amor que profesa al arte. Si pudiera cambiar ese texto, donde
dice arte yo hubiera debido decir hombre. El resto que te lo
explique Susan.
No colgó con la violencia de Moravia, porque
cuando se es mexicano se es mexicano, pero de todas maneras colgó y
el narrador anduvo media hora dando vueltas por el departamento como
las dos arañas, preparándose un café que como siempre le salió
tibio y fofo, y fumando con ese aire que se aprende en las películas
de suspenso. La llamada de Susan lo pescó desnudo y enjabonado, y a
diferencia de lo que pasa en esa clase de películas, no había teléfono
en el baño, de manera que...
—Acaba de irse —dijo Susan—. Sécate de una
vez, se te nota demasiado. Me dijo que se entrevistará con ustedes,
pero dudo que lo haga, tiene cosas más importantes. Fantomas no
estaba contento, hay que decirlo, pero creo que lo convencí, en
todo caso se puso como en sus mejores momentos, los pectorales se le
veían de lejos y tamblaba como un jet antes de soltar los frenos y
largarse por la pista.
—Si aparte de esa descripción sexy me dijeras
lo que pasa, Susan.
—Pasa que Fantomas sabe ahora que le tomaron el
pelo, y en su caso no es una comprobación agradable.
—De acuerdo, le hicieron creer que el culpable
era ese psicótico de París, etcétera.
—Hm. Ahora él y muchos más sabemos que la
destrucción de las bibliotecas no es más que un prólogo. Lástima
que yo no sea buena dibujante, porque me pondría en seguida a
preparar la segunda parte de la historia, la verdadera. En palabras
será menos interesante para los lectores.
—Decila de todas maneras, ya es tiempo.
—¿No la sientes en el aire? —murmuró Susan,
y su voz venía cansada y dolorida, como si de pronto sus piernas
rotas la llamaran a una realidad de yeso , de inyecciones , de
interminables cuidados—. Julio, Julio, ¿quién es verdaderamente
Steiner? ¿Cómo se llaman los que el Tribunal Russell acaba de
condenar en Bruselas?
—Se llaman de mil, de diez mil, de cien mil
maneras —dijo el narrador con la misma voz cansada, aunque sus
piernas estuvieran intactas—, pero se llaman sobre todo ITT, sobre
todo Nixon y Ford, sobre todo Henry Kissinger o CIA y DIA, se llaman
sobre todo Pinochet o Banzer o López Rega, sobre todo General o
Coronel o Tecnócrata o Fleury o Stroessner, se llaman de una manera
tan especial que cada nombre significa miles de nombres, como la
palabra hormiga significa siempre una multitud de hormigas aunque el
diccionario la defina en singular.
Del otro lado se oyeron unos ruidos secos y rítmicos,
que podían significar aplausos aunque vaya a saber.
—Ahora —dijo Susan después de chupar en algo
que desde luego no era un mate amargo—, comprenderás por qué te
hablé de la sentencia del Tribunal. La aventura de Fantomas es una
vez más el Gran Engaño que los expertos del sistema nos han puesto
por delante como una cortina de humo, igualito que en su tiempo la
Alianza para el Progreso, o la OEA, o la reforma en vez de la
revolución, o los bancos de fomento y desarrollo, no sé si hay uno
o dieciocho, y las fundaciones dadoras de becas, y...
—Despacio —dijo el narrador— menos
enumeraciones y más claridad, nena.
—El Gran Engaño —repitió Susan— la prueba
es que hasta Fantomas el infalible se fue de boca con Steiner y su
pandilla y creyó que la cosa estaba liquidada cuando no hacía más
que empezar. ¿Qué son los libros al lado de quienes los leen,
Julio? ¿De qué nos sirven las bibliotecas enteritas si sólo les
están dadas a unos pocos? También esto es una trampa para
intelectuales. La pérdida de un solo libro nos agita más que el
hambre en Etiopía, es lógico y comprensible y monstruoso al mismo
tiempo. Y hasta Fantomas, que sólo es intelectual en sus ratos
perdidos, cae en la trampa como acabamos de verlo.
—Le estás hablando a un convencido —dijo el
narrador— y además te va a salir carísimo, nena.
—Shit, tienes razón —dijo Susan—, en
fin, Fantomas te explicará lo demás. Llámame por la noche, aquí
todo es tan blanco y huele a limpieza, me clavan agujas, no hay más
libros y lo único bueno que se ve en la TV es la adaptación de una
novela mía que me sé de memoria.
—Mi pobre... empezó el narrador, pero no terminó
nunca la frase porque los vidrios de la ventana volaron en astillas
(y eso que según la ciencia el vidrio es un líquido) y de
acuerdo a sus costumbres Fantomas se plantó con la máscara blanca
y un traje azul eléctrico en mitad del salón. El narrador colgó,
puesto que el ruido debía haber informado de sobra a Susan, y puso
una cara más o menos.
—La puta que los parió —dijo Fantomas—, no
voy a dejar a uno solo vivo, esto no me lo hacen a mí,
conchemadres.
—¿La factura te la mando a tu casa? —quiso
saber el narrador.
—Piscis te la pagará, es la tesorera. Rápido,
al trabajo, necesito información, Norman Mailer acaba de darme
datos interesantes, y mira lo que me manda Osvaldo Soriano desde
Buenos Aires:
|
XIV
–Aplicarlos fuera del
país –repitió el narrador–. Sí, claro, no es nuevo. Pero tené
cuidado, Fantomas, con noticias de este tipo deben estar tratando de
lanzarte a otra pista falsa, o por lo menos inútil. Vos sabés que
Susan no se caracteriza por la claridad de sus explicaciones
telefonicas, y, sin embargo, me parece que entendí.
–Yo también –dijo Fantomas, sentándose en el
suelo y sacando un frasco superchato de grapa–, por eso quiero
enterarme bien de lo que hicieron ustedes los hipercerebrales en el
Tribunal Russell, porque según Susan ahí está el detalle.
–Mirá en los apéndices y encontrarás lo
necesario –dijo el narrador mostrando
las páginas finales de este mismísimo volumen–. Si querés
una síntesis, te la hago en tres palabras: las sociedades
multinacionales. La ITT puede servirte de resumen; aunque suena como
una marca de yerba mate brasileña viene de bastante más al norte.
¿Querés que te muestre cómo las veo vo?
–Me sería sumamente grato –dijo Fantomas pasándome
el frasco como para hacerme olvidar los pedazos de vidrio por el
suelo.
–Así las veo –dijo el narrador.
–Parece el comienzo de Un perro andaluz
–dijo Fantomas, siempre tan culto.
–Todo en nuestra América es el comienzo de ese
perro, viejo, pocas veces hemos llegado a mirar algo de frente sin
que la navaja o el cuchillo vinieran a vaciarnos los ojos.
Pero a esta altura
de tan amena plática, ¿serías favorito de decirme qué me
combinás, qué te provoca como acción, hacia dónde vas a
orientar tu rauda manera de hacer moco las ventanas?
–Mailer me dio una lista, un amigo ecuatoriano
me la completó, mis corresponsales de Londres, Munich, Nueva York
y Lima están procesando electrónicamente algunas verduritas
necesarias para completar el espectro, en fin, digamos que dentro
de media hora llamará Libra aquí.
–Qué placer–dijo el narrador, que después
de haberla visto en la revista tenía una debilidad particular por
sus muslos tan renegridos como satinados. Cuando Libra se manifestó
con un murmullo de antílope al borde de una fuente, el narrador
consideró de su deber tomar personalmente nota de todas las
informaciones, aunque Fantomas mostraba alguna tendencia a empuñar
personalmente el tubo. De tan romántico diálogo resultó una
lista de nombres y direcciones que Fantomas memorizó en un
segundo, tras de lo cual quemó el papel previamente mojado en
grapa: Por su parte el narrador sabía lo bastante sobre el tema
como para simbolizar los múltiples datos en una sola imagen cuya
multiplicación no hubiera engañado ni a una gallina
alcoholizada.
–Este asunto me joroba un tantico, mano
–dijo Fantomas–. Yo como sabes estoy por la acción directa, y
eso de las multinacionales me compliea la estrategia en el ring,
sin contar que son como esos gusanos que cuando más los cortás
en pedazos, má se reproducen y saltan para todos lados. Anoche le
propuse a García Márquez dedicarme exclusivamente a la CIA,
porque la conozco mejor y además me tinca que fue ella la que me
armó el asunto de Steiner, hijos de mil putas. Pero el Gabo me
soltó una risotada necrofílica, sin hablar de la Susan hace un
rato. Es una lástima, porque la CIA, tú ves
|
XV
–Tan fácil
–resumió Fantomas con un suspiro–, cuestión de ir siguiendo el
mapa y páfate, en una semana les bajo la cresta.
–Nihil obstat –concedió el narrador–, pero
será un nuevo Steiner en más grande. ¿Nunca oíste hablar de la
DIA? Es cien veces más poderosa que la CIA, y no hay mapitas que te
ayuden a localizarla. Como tu gusano, tendrías que volver a
empezar, después de la DIA tendrías la GUA y la FOA y la REA, etc.
Susan tiene razón, nos estamos quedando en la superficie, mascarita
blanca, y entre tanto la verdadera raíz del problema sigue tan
garifa. Tomá este pedacito de historia antigua, muy antigua puesto
que remonta a 1970, casi la Edad Media si te fijás bien.
Una cartita de
la ITT muy personal y confidencial como verás por el sello, pero
que en castilla dice (se habla de Chile): "Por ejemplo, una
solución constitucional podría nacer de desórdenes internos
masivos, huelgas, y guerrilla urbana y rural. Esto justificaría
moralmente una intervención de las fuerzas armadas por un periodo
indefinido". Te repito la fecha, 1970.
Fantomas hinchó el pecho hasta que empezó a
crujirle la camiseta, pero no dijo nada.
–Complemento de información –anunció el
narrador–, publicado por el Vorwärst de Bonn. La Química
Hoechst de Chile escribe a su central de Francfort.
"...una acción
preparada hasta el último detalle y realizada brillantemente... El
gobierno de Allende ha encontrado el final que merecía... Chile será
en el futuro un mercado cada vez más interesante para los productos
Hoechst".
–Que las aspirinas se les queden atravesadas en
el culo – dijo amablemente Fantomas.
–Amén –dijo el narrador–, pero deberías
encontrar algo que les duela más.
–De eso me ocuparé yo. Dame la lista. Creo que
Susan y tú tienen razón, es allí donde hay que atacar, y ahora
mismo.
El narrador lo vio encaminarse hacia una ventana
que no era la rota, y soltó un grito terrible para detener un vuelo
que ya se advertía en el aire de discóbolo de Fantomas.
–¿Qué te cuesta salir por la ventana
rota?–suplicó–. Y otra cosa, Fantomas: ¿Vas a proceder solo?
–La soledad es mi fuerza, Julio. La soledad y mi
don de transformarme infinitamente, llegar al enemigo bajo las
apariencias más dispares. ¿Te conté el día en que le rompí la
cara a John Wayne cuando creía que yo era una inocente huérfana
perdida en el infierno de Las Vegas y me llevó a su cama so
pretexto de telefonear a mis afligidos padres?
–Fantomas, este trabajo lo harás solo como
siempre, pero no estoy seguro de que sirva de mucho.
–¿Qué pretendes? –gritó Fantomas crispándose
para concentrar sus poderes levitatorios–. ¿Qué pida la
colaboración de la policía, de la Cruz Roja Internacional? ¡Solo,
solo solo! ¡Me basto y me sob...!
|
XVI
La
otra ventana voló en mil pedazos, hijo de puta. El fresquete que
empezaba a reinar en tan ventilado salón obligó al narrador a
refugiarse en el dormitorio, donde con ayuda de varias botellas y
mucho tabaco se dispuso a esperar los acontecimientos. Por suerte,
Fantomas no acostumbraba a hacer esperar a nadie mucho tiempo, y a
las dos horas diversos amigos empezaron a llamar desde los lugares
más antipódicos, Eduardo Galeano desde la calle Pueyrredón en
Buenos Aires, Julio Ortega desde Correo en Lima, Daniel
Waksman desde México, Cristina Peri Rossi desde Barcelona, José
Lezama Lima desde La Habana, la lista fue larga y elocuente, ahora
era Lelio Basso desde Roma, Julio Le Parc desde Montrouge, Caetano
Veloso estupefacto en Sao Paulo, Carlos Fuentes fatigando a las
telefonista mexicanas, y naturalmente Susan Sontag, que lloraba de
risa frente a cosas como éstas puesto que acababa de enterarse de
que Fantomas, precedido por nada menos que Piscis, había asumido
la personalidad de un millonario paralítico para asistir a una
reunión del directorio de la Kennecot, de la cual todo el mundo
había salido pálido y tembloroso.
–Traté
de convencerlo, Susan –dijo el narrador–, pero ya lo conocés,
me hizo su célebre discurso individualista y ya ves, seguirá por
su cuenta, es seguro.
Como seguir siguió, y poco a poco las agencias
de noticias fueron difundiendo los diferentes procedimientos
gracias a los cuales Fantomas se había abierto camino en las
fortalezas de aluminio y cristal de las sociedades
multinacionales. Una imagen proveniente de Chicago lo mostraba
inofensivo y soñador mientras llenaba una jarra de agua que luego
acabó en el cráneo de Pennypepper E. Pennypepper, el rey del
cobre y la sardina.
Según
Heinrich Böll, que la envió por télex desde un diario de
Francfort, la imagen siguiente mostraba a Fantomas guardándose
impúdicamente el importe de la indemnización que la junta
militar chilena acababa de pagarle a la Anaconda o a la Kennecot.
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Continuación...
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