HOMENAJE A JULIO CORTÁZAR
EN
EL 20º ANIVERSARIO DE SU MUERTE
Julio Cortázar
Fantomas
contra los vampiros multinacionales
por
Julio Cortázar
© 1977 Tribunal Russell
|
El
regreso de un superhéroe atípico
Buenos
Aires, (Télam).- La reedición de un libro de Julio Cortázar,
"Fantomas contra los vampiros multinacionales", que
ubica a un legendario personaje de historieta enfrentado a grupos
monopólicos, remite una vez más a una faceta de un escritor
volcado decididamente, desde los años 60, a la denuncia y a la
acción.
El libro que acaba de publicar el sello Destino apareció por vez
primera en 1975 en México en formato revista con narración,
ilustraciones y collages a manera de comic. En sus páginas
Fantomas -creado en Francia en 1911 y antecedente de los superhéroes
de historieta- regresa a la acción para enfrentar a las
corporaciones multinacionales, las dictaduras y una conspiración
para someter el mundo incendiando las bibliotecas.
El tema de la quema de libros, más que metáfora de la realidad,
reminiscencia de los nazis haciendo hogueras de libros u otros
intentos literarios en tal sentido como el "Fahrenheit
451" de Ray Bradbury, se superponía al pinochetismo
instalado en Chile desde 1973 y resultaba premonitorio de la
represión a la cultura argentina a partir de la asonada castrense
de 1976.
Cortázar, quien en ese año de 1975 se encontraba en México
participando de la Comisión Internacional de Investigación de
los crímenes de la Junta Militar chilena, estaba al tanto de una
realidad que -lo dijo en su momento- dejaba minimizado al infierno
de Dante.
El escritor supo también que con el golpe chileno se quemaron dos
millones de ejemplares almacenados en las bodegas de la editorial
Quimantú, ochocientos mil en proceso de edición, trescientos mil
volúmenes impresos para instituciones y editores privados, más
una veintena de originales de autores chilenos.
Unos años antes, Cortázar había visitado Chile interesado por
conocer por dentro la experiencia de la Unidad Popular que llevó
a la presidencia al socialista Salvador Allende, con quien se
entrevistó.
Apenas una semana después de la asonada castrense que tomó el
poder en Chile, el escritor argentino fue convocado por Lelio
Baso, luchador antifascista, para formar parte del Tribunal
Russell II, que ya había actuado sobre los crímenes cometidos en
Vietnam e Indochina, presidido en esas ocasiones por el propio
Russell y el escritor francés Jean Paul Sartre.
Llamado junto a García Márquez y el filósofo James Petras,
entre otras personalidades, Cortázar convoca a su vez a un héroe
fantástico Fantomas, creado en la Francia de principios del siglo
XX por Pierre Souvestre y Marcel Allain para los folletines de la
época. Aunque ya por los años 60 la editorial Novaro había
desempolvado al personaje -siempre de frac, capa, galera, bastón
y máscara y guantes blancos- para integrarlo a sus historietas.
El autor de "Rayuela" leyó una revista de Fantomas en
un viaje por tren de Bélgica a Francia, en medio de las
actividades del tribunal citado, y se decidió a escribir una
historieta en la que participan, dialogando con el superhéroe, él
mismo y otros escritores -Alberto Moravia, Octavio Paz, Susan
Sontag- alarmados todos por la quema de bibliotecas.
Con "Fantomas contra los vampiros multinacionales", Cortázar
encuentra en el género de la historieta un modo de difundir, más
allá de los circuitos convencionales las actas del Tribunal
Rusell, sus reflexiones y una llamada de atención sobre las
violaciones de los derechos humanos y las aspiraciones de un poder
hegemónico.
En el seno del Tribunal se debatía la forma de que esas actas
-donde se responsabiliza a Nixon, Ford, Kissinger, la CIA,
Pinochet, Banzer, López Rega y a Stroessner de los horrores
vividos por los países dictatoriales- se conocieran en toda América
Latina. Siempre cercano al cómic, Cortázar elige un género
popular con gran penetración en el mercado.
Es poco conocido el dato de que años después, en 1981, escribió
un texto para una historieta con ilustraciones del pintor Alberto
Cedrón, "La raíz del ombú", donde aparecen Fangio,
Antonio Tormo, los desocupados llegando de la provincia a la
capital, una serie de pasadizos que comunican con la Escuela de
Mecánica de la Armada (ESMA) y unos hombres-larva, que se
superponen con integrantes de los denominados "grupos de
tareas" de la represión.
En su libro "Argentina: Años de alambradas culturales"
(1984), Cortázar dice haber descubierto que lo que se hace
"en el extranjero para favorecer la causa de la libertad de
los pueblos latinoamericanos oprimidos no llega jamás a los oídos
de esos pueblos (...). De ese descubrimiento nació un texto que,
presentado como una tira cómica buscó llevar a los niveles más
populares el conocimiento de lo que el Tribunal Bertrand Russell
II había cumplido a favor de la causa latinoamericana".
Esa historieta -leída en la Argentina de la dictadura en la
clandestinidad y reeditada en 1989 por el desaparecido diario
"Sur"- plantea una reflexión sobre el papel del
intelectual que se auto cuestiona: "¿Qué son los libros al
lado de quienes los leen, Julio? (...). La pérdida de un solo
libro nos agita más que el hambre en Etiopía, es lógico,
comprensible y monstruoso al mismo tiempo". (Télam)
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I
De cómo el narrador
de nuestra fascinante historia salió de su hotel en Bruselas, de
las cosas que vio por la calle y de lo que le pasó en la estación
de ferrocarril.
La reunión de Bruselas del Tribunal Russell II
había terminado a mediodía, y el narrador de nuestra fascinante
historia tenía que regresar a su casa de París, donde lo esperaba
un trabajo bárbaro, razón por la cual no tenía demasiadas ganas
de volver; esto explicaba su tendencia a demorarse en los cafés,
mirar a las chicas que paseaban por las plazas y revolotear por
todas partes como una mosca en vez de encaminarse a la estación.
Ya tendría tiempo en el tren para reflexionar
sobre lo sucedido en esa dura semana de trabajo; por el momento sólo
le había interesado cerrar los ojos del pensamiento y dedicarse a
no hacer nada, cosa que según él merecía de sobra. Le encantaba
la vagancia por una gran ciudad, deteniéndose en las vitrinas, tomándose
un café o una cerveza cada tanto en lugares donde la gente hablaba
de otras cosas y vivía de otra manera, y sobre todo mirando a las
chicas belgas, que como todas las demás chicas de este mundo eran
esencialmente mirables y admirables. Fue así como nuestro narrador
pasó largas horas derivando, caboteando, orzando y anclando en
diferentes lugares de Bruselas, hasta que bruscamente entre dos
tragos de una ginebra y la pitada al cigarrillo que se situaba
exactamente entre los susodichos tragos, se dio cuenta de algo
curioso: la presencia inconfundible de una multitud de
latinoamericanos en los lugares más diversos de la ciudad.
Recapitulando (se le iba a ir el tren, pero por
otra parte estaba ya a una cuadra de la estación y con un buen
sprint llegaría a tiempo) se acordó de los dos dominicanos
hablando animadamente en la plaza mayor, del boliviano que le
expIicaba a otro cómo comprarse una camisa en un supermercado del
centro, de los argentinos que dudaban de la calidad del café antes
de animarse con gran palmada en los hombros y entrar en un local de
donde acaso saldrían agonizando. Pensó en las chicas (¿colombianas,
venezolanas?), cuyo acento lo había decidido a arrimarse lo más
posible, sin hablar de las minifaldas que constituían otro poderoso
motivo de interés. En resumen, Bruselas parecía sensiblemente
colonizada por el continente latinoamericano, detalle que al
narrador le pareció extraño y bello al mismo tiempo. Pensó que
una semana de trabajo en el Tribunal, donde el español había sido
la lengua dominante, lo sensibilizaba demasiado a los fenómenos
meramente turísticos; pero a la vez tuvo la impresión de que no
era así y que hasta el aire olía a pampas, a sabanas y a selvas,
cosa más bien infrecuente en una ciudad tan llena de belgas y
cervecerías.
"Exilados, claro", pensó el narrador.
"No tiene nada de extraño ni aquí ni en cualquier parte. De
Chile, del Uruguay, de Santo Domingo, de Brasil; exilados. De
Bolivia, de Colombia, la lista era larga y siempre la misma;
exilados. Algunos habrían acudido para asistir a las sesiones del
Tribunal Russell, para dar testimonio de persecución y de tortura;
otros ya estaban ahí, ganándose la vida como podían o
sobreviviendo en un mundo que ni siquiera era hostil, simplemente
otro, distante y ajeno. En Munich, en París, en Londres era lo
mismo, las voces latinoamericanas, los gestos reconocibles, las
sonrisas o los largos, melancólicos silencios. Turismo: la mera
palabra era un insulto, una bofetada. Bien se distinguía a los
turistas, su manera de vestir y su aire de vacaciones. De todos los
que acababa de ver, acaso solamente las dos chicas venezolanas eran
turistas; el resto estaba ahí barrido por el odio de lejanos déspotas,
haciendo frente a su destino de incierto término. Los exilados, el
vago perfume de pampas y sabanas y selvas.
Arrancándose a una tristeza inútil, el narrador
franqueó casi supersónicamente la distancia que lo separaba de la
estación. El viaje sería largo, y pensó comprar un diario o una
revista; vio el kiosco multicolor a la entrada de los andenes, y
como faltaban siete minutos para el rápido de París, se abalanzó
hacia la posible lectura. No contaba con lo imprevisible, en forma
de una señora anteojuda y agazapada en su reducto de papeles
impresos, que lo miró severamente y se quedó esperando.
—Señora —dijo estupefacto el narrador después
de echar una ojeada al kiosko—, aquí lo único que se ven son
publicaciones mexicanas.
—Qué le va a hacer —dijo resignadamente la señora—,
hay días en que pasa cualquier cosa.
—Pero es imposible, usted me está engañando y
ha escondido los diarios belgas.
—Moi, monsieur?
Sí, señora, aunque las razones de su insólita
conducta me parezcan más bien inconcebibles.
—Ah, merde alors —dijo la vieja—, a mí no
me venga con reclamaciones, yo vendo lo que el concesionario me pone
en los estantes, bastante tengo con las várices y con mi esposo que
se pescó la radiactividad por culpa de las merluzas contaminadas, dígame
si es vida.
—¿Entonces yo, señora, si quiero enterarme de
la marcha de la historia de aquí a París, tengo que zamparme un
diario azteca?
—Mire, señor—observó sorpresivamente la
vieja—, la historia viene a ser como un bife con papas fritas, uno
lo pide en cualquier lado y siempre tiene el mismo sabor.
—De acuerdo, pero...
—Vaya a saber—dijo la señora—, porque ahora
que uno lo piensa despacio, eso de los diarios mexicanos viene a ser
más bien una tomada de pelo, ¿no le parece?
—Menos mal que usted lo admite —se alegró el
narrador— Qué diablos, México no está a dos cuadras de Bélgica,
y...
—Seguro —dijo la señora—, esos países
quedan por el lado del Asia, es sabido. ¿A usted le parece que en México
la merluza está también contaminada?
—Yo la merluza casi no la conozco —confesó el
narrador—, el vacuno me invade el menú, qué le va a hacer.
Es una lástima —dijo la señora , porque
gratinada y con una coronita de perejil es propiamente regia, sin
contar que por la noche uno apaga la luz y fosforece, viera qué
hermosura en el medio de la fuente, el médico dirá lo que quiera
pero la radiactividad tiene su encanto.
—¿Y yo esta revista tengo que pagársela con águilas
mexicanas, señora?
—De ninguna manera, el concesionario no acepta pájaros,
aquí estamos en Bélgica y usted me garpa dos francos por esta
revista.
—Se me va el tren, señora —dijo agitado el
narrador.
—Culpa suya, señor, por no tener cambio. Dos,
tres, cuatro, cinco, y este de cinco y otro de cinco que hacen
quince, espere que no tengo más monedas, entonces le doy uno, dos,
tres, cuatro y cinco, total veinte, merci beaucoup.
—Qué andén será, Dios querido.
—El cuatro, señor, todos los trenes para París
salen del cuatro, menos algunos que salen del ocho, y ahora que me
acuerdo hay otro por la tarde que...
|
II
De cómo el
narrador alcanzó a tomar el tren in extremis (y a partir de aquí
se terminan los títulos de los capítulos, puesto que empiezan
numerosas y bellas imágenes para dividir y aliviar la lectura de
esta fascinante historia).
Provisto de lectura en la forma que se acaba de
explicar, el narrador trepó al expreso de París que ya tomaba
velocidad, y después de catorce vagones protuberantes de turistas,
hombres de negocios y una excursión completa de japoneses, dio con
un compartimiento para seis, donde ya cinco confiaban en que con un
poco de suerte tendrían más espacio. Pero plok, el narrador puso
la valija en la red y se constituyó del lado del pasillo, no sin
prospectar en el asiento de enfrente a una rubia que empezaba por
unos zapatitos con plataforma de lanzamiento estratosférico y seguía
en sucesivas etapas hasta una cápsula platinada envuelta ya en el
humito que precede al cero absoluto en Cabo Kennedy.
O sea que estos ñatos estaban así:
Lo más desagradable
era que el cura, la señorita y el señor enarbolaban sendas
publicaciones en el idioma nacional, tales como Le Soir, Vedettes
Intimes, etcétera, razón por la cual parecía casi idiota
abrir una revistita llena de colorinches en cuya tapa un gentleman
de capa violeta y máscara blanca se lanzaba de cabeza hacia el
lector como para reprocharle tan insensata compra, sin hablar de
que en el ángulo inferior derecho había un avisito de la Pepsi
Cola. Imposible dejar de advertir por lo demás que la rubia
platinada desprendía una ojeada cibernética hacia la revista,
seguida de una expresión general entre parece-mentira-a-su-edad y
cada-día-se-nos-meten-más-extranjeros-en-el-país, doble deducción
que desde luego dificultaría toda intentona colonizadora del
narrador cuando empezara a reinar la atmósfera solidaria que nace
en los compartimientos de los trenes después del kilómetro
noventa. Pero las revistas de tiras cómicas tienen eso, uno las
desprecia v demás pero al mismo tiempo empieza a mirarlas y en
una de esas, fotonovela o Charlie Brown o Mafalda se te van
ganando y entonces FANTOMAS. La amenaza elegante, presenta.
|
III
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IV
LA INTELIGENCIA EN
LLAMAS
–Boletos–dijo el guarda.
Un episodio excepcional... arde la cultura
delmundo... ¡Vea a FANTOMAS en apuros, entrevistándose con los más
grandes escritores contemporáneos!
"¿Quiénes serán?", pensó el
narrador, ya captado como sardina en red de nailon pero decidido a
aceptar la ley del juego y leer figurita por figurita sin apurarse
como manda la experiencia de placer que todo zorro viejo conoce y
acata, un poco a la fuerza es cosa de decirlo. En fin, la cuestión
era que...
Cosa
de entrar en conversación, hubiera sido tan agradable poder
mostrarle una de las primeras figuras a la nena platinada y decirle:
"¿A usted le parece que este señor tiene aire de ser el
director de la biblioteca de Londres?", para que ella
renunciara por fin a sus Vedettes Intimes con tanto Alain
Delon y Romy Schneider, porque en realidad ese señor parecía sobre
todo un general retirado de Guadalajara, pero la sofisticada
pasajera seguía línea a línea las incidencias matrimoniales de
Sylvie Vartan, de manera que hubo tiempo de sobra para que el
director de la biblioteca descubriera la ausencia de doscientos
incunables, razón por la cual llamó horrorizado al patio escocés,
más conocido por Scotland Yard, y el inspector Gerard, en fin,
cualquiera podía asistir a la escena puesto que
–¿No le molesta que
fume?
–Al contrario, casualmente iba a pedirle fuego –dijo la nena
platinada extrayéndose con algún esfuerzo del divorcio de Claudia
Cardinale.
–Se me ocurre que usted es italiana –dijo el narrador–, algo
en el acento o en el pelo.
–Soy romana –dijo la nena, con gran éxito por parte del cura
que le sonrió ecuménicamente.
–Justamente en Roma están pasando cosas terribles –dijo el
narrador–, fijese aquí.
–Non e possibile! –se contorsionó la nena después de mirar
fijamente al diariero que anunciaba las nefandas nuevas–. ¿Se da
cuenta que además han destrozado la biblioteca?
El narrador prefirió pasar por alto la ligera laguna cultural, máxime
cuando lo que sucedía en la revista rebosaba de cultura, las
bibliotecas europeas descubrían la desaparición de las obras de Víctor
Hugo, Gautier, Proust, Dante, Petrarca y Petronio, sin hablar de
manuscritos de Chaucer, Chesterton y H.G. Wells, y en ese mismo
momento una pareja joven y esbelta salía de un teatro donde se
representaba La ópera de tres centavos y la chica en cuestión
parecía ávida de saber como podía comprobarse fácilmente seis
figuritas más adelante
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Continuación...
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