Esta
es una de las enfermedades psíquicas que mayor relevancia
adquiere en el mundo moderno; si bien existió siempre, como
peculiar padecimiento del hombre, como característica de la
"hombreidad" (Lain Entralgo), todo hace suponer que en
las últimas décadas hay un acelerado crecimiento porcentual de
casos. Se ha imputado de ello a la complicación insólita del
actual vivir del hombre, a la anomia en que la sociedad sume al
individuo o al "sentirse solo en medio de la multitud",
a la competitividad conflictiva de la comunidad, etc.
Se dirá que estas características sociales, tan diferentes al
mundo "quieto", a la "serenidad" de otras épocas,
están insitas en la acelerada evolución a la nueva cosmovisión
en que estamos inmersos; al decir de algún autor, es éste un
"impuesto" que la sociedad paga, en neurosis, conflictos
y depresión, a su propio desarrollo. Parece ser, en cambio que en
grupos comunitarios de vida más sencilla, de tipo rural o de
pequeñas ciudades, este padecimiento es porcentualmente menor.
Sea por una causa u otra, la realidad incontrolable es, como
dijimos, el aumento de la depresión.
Diferenciemos, antes que nada, la común tristeza de la depresión.
Bien dicen Vidal Alarcón (Ob. cit. pág. 341) que la primera está
dentro del ámbito normal y surge naturalmente frente a
"situaciones adversas de la vida cotidiana". Al
contrario sería insólito sentir, ante esas situaciones, placer y
alegría. Esa "tristeza" se confunde con tedio, la
neurastenia, el estar "pinchado", el antiguo
"Spleen"; la depresión en cambio es enfermedad y entra,
entonces, dentro del terreno de la patología. Altera la vida, el
comportamiento del individuo y su entorno, lo aprecia como un
verdadero cambio, negativo, del estado de ánimo, del humor.
Algunos individuos son, de por sí, y como característica de su
personalidad, más o menos melancólicos. Pero aún en ellos, la
depresión configura un cambio visible. Mucho más en sujetos
activos, alegres, optimistas "llenos de vida" (aquellos
cuya vida cursa habitualmente en el otro polo, el hipomaníaco) en
los cuales el cuadro depresivo aparece como una verdadera fractura
de su acontecer vital.
Como vemos (Vidal/Alarcón) la depresión constituye la mayor
fuente humana de infortunio y sufrimiento. Se habla de que su
incidencia se encuentra entre un 7 y un 15% de los seres humanos,
variando la proporción entre la apreciación conceptual de la
depresión y sus posibilidades de detección a lo largo de la vida
del sujeto y de la apreciación de la envergadura de la misma.
Pero semejante morbilidad que conlleva el "fantasma" del
suicidio (alrededor del 15% de los deprimidos graves terminan
suicidándose) hace a este padecimiento uno de los más graves
problemas médicos de la actualidad.
Sintomatología
Se aprecia en el deprimido
una apariencia general de abatimiento. Arrinconado, abúlico.
El rostro serio, o con una expresión que revela preocupación y
sufrimiento, la mirada perdida, con los ojos abiertos, como
buscando apoyo y mostrando a veces ansiedad. El ceño fruncido (el
signo de Omega), en ocasiones la boca entreabierta, otras
dibujando una triste, una desoladora y a veces trágica sonrisa.
Son característicos lo que Vallejos Nájera llama"gestos
hacia abajo": la cabeza caída, los hombros vencidos, los
brazos y las manos en el regazo, el torso encorvado.
La respiración suele ser profunda, con los largos suspiros que
desde siempre se relacionaron con la desventura y el sufrimiento
(el puente de los suspiros, Venecia). Suele haber tendencia a las
posiciones estáticas. En los casos graves, llantos convulsivos
dominan el cuadro. Se toman la cabeza con las manos, o se cruzan
de brazos, con un rictus doloroso que deforma la facie. Otros están
impasibles, con lágrimas que, silenciosamente, bajan de sus ojos.
Todo en él es pobreza de movimientos. Si se mueve será despacio,
como cansadamente, penosamente y aún torpemente.
No tiene deseos de vivir y su agobio surge de toda su apariencia.
La palabra es bradilálica, apagada, fuertemente impregnada
emotivamente en sentido negativo. Contesta parcamente las
preguntas con un dejo de desinterés y de simple condescendencia
al médico.
A veces, el cuadro es definidamente ansioso: hay agitación,
inquietud variable, desesperación. El paciente pide ayuda, aunque
está convencido que ésta es inútil. Su palabra es ahora
entrecortada, sus sollozos convulsivos y su angustia intolerable
La temática del dificultoso discurso es ese sentir profundamente
triste que nace de su propio hontanas, de la misma profundidad del
Yo. Siente una espesa niebla de pesadumbre que lo agobia, un
"dolor del alma", "un sentimiento trágico de la
vida" (Unamuno).
El pesimismo campea en toda su prospección teleológica: el
futuro es siniestro, cargado de peligros, de amenazas. Un síntoma
cardinal del deprimido es su falta de esperanza. Esto
"amputa" su futuro.
La triste sonrisa, con ribetes a veces trágico, quc se dibuja en
el rostro del deprimido, es justamente porque descree de las
palabras del médico. Siente que esas frases son inútiles, vacías,
que él sabe la verdad de su destino. Es una concesión amable a
la preocupación del médico, pero la evidencia de su total
convicción ominosa.
Esta ausencia de esperanza, ese "desespero" es quizás,
la faceta más doliente del deprimido. No en vano Dante pone en
los portales del infierno la frase fatídica "lacciate ogni
speranza". Sin una luz de esperanza, la vida se fractura, el
hombre pierde "futuridad" al decir de Ortega. Y sin
prospección, sin futuro, no queda nada. Y así siente el
deprimido grave su negro destino.
Sobreviene un verdadero "aplastamiento" del Yo. La
abulia invencible domina el cuadro.
Está dubitativo, irresoluto y todas las posibilidades son
igualmente inútiles. El abatimiento general de la personalidad se
traduce en una impotencia insuperable para abordar aún sencillos
y cotidianos problemas que, por el contrario, aparecen como
complejos e irremediables. Al perder su esperanza, como dijimos,
la vida carece de finalidad y de sentido. Es una triste comedia o
un drama, una tragedia.
Son casi constantes los autorreproches, los conflictos de culpa
por imaginarias fallas, errores, medidas económicas, etc. El es
el culpable de todo, es un desalmado, incapacitado de amar,
merecedor del peor destino, que será en todo caso justicia ante
sus culpas. Aparece aquí lo que se ha dado en llamar el
"fantasma de la depresión", es decir, la tendencia,las
ideas suicidas. Dentro de la perturbada lógica de la desesperación
del deprimido, de su negro destino, de su sufrimiento, el terminar
con la vida, aparece como una resolución, quizás la única, que
tiene sentido. Su desesperanza incluye a Dios y a los hombres. Y
por eso, sólo se desea y se ruega dejar de sufrir, es decir,
dejar de vivir. La idea se va "incubando" en general
progresivamente. Primero se fantasea con ese refugio de la muerte,
con los métodos que podrían utilizarse. Pero al principio, son sólo
un "juego" mental que se rechaza, aunque cada vez menos.
Si la tendencia se acentúa lo cual ocurre en muchos casos, se va
corporizando la idea. Por fin se toma la resolución y el acto de
quitarse la vida se prepara, con cuidado, con prolija premeditación;
a veces comprando un arma o consiguiendo fármacos, según el método
elegido. En ocasiones se busca la despedida de los seres queridos,
un beso en la noche, una caricia y después el acto.
Otras veces el procedimiento no es tan elaborado: el tren, el
salto al vacío, son formas muy comunes.
Hay que desconfiar del deprimido grave con ideas de suicidio que,
aparentemente se tranquiliza. Ha cesado la lucha interna en él,
ya no está indeciso y su pausada actitud denota la resolución trágica.
También es de hacer notar que, con el tratamiento, suele mejorar
antes la abulia que la depresión misma. Y el enfermo, menos
dubitativo, con más decisión, llega en ese momento más fácilmente
a adquirir valor para su acto.
La temática, el contenido ideativo de la depresión es variable,
así como las formas clínicas.
Comunes son las mencionadas ideas de ruina, de desastre inminente,
de cataclismo económico. De ello se deriva la vergüenza, la
pobreza, la pérdida de nivel de vida, la miseria de la familia.
Un mal negocio (a veces real, a veces imaginario) puede ser su
preocupación constante y el inicio del derrumbe, del cual,
naturalmente se culpa. Siendo el responsable único del desastre,
merece castigo, el cual se aplica a sí mismo, incapaz de resolver
el problema, o como verdadera expiación a su falta, quizás como
una prueba de su propia censura, la cual redundaría en una cierta
recuperación de respeto de los suyos, y de la sociedad ("un
bel morir, tutta una vita honora").
Otra temática frecuente de especial interés médico legal es la
hipocondría. Aquí el paciente se siente aquejado de una
enfermedad, naturalmente siempre grave y de ominoso destino. La
presunción de cáncer suele ser de los contenidos más
frecuentes. Al comienzo recurre a los médicos, pero en seguida
elabora la idea de lo irremediable, de la cual ninguna argumentación
médica, ninguna prueba diagnóstica, puede apartarlo. Se
convierte en un investigador, en un "detective" de su
propio cuerpo.
Analiza cuidadosamente su pulso, el latido cardíaco, el
funcionamiento de los órganos vitales.
Por fin, la atención desmesurada que dirige a su propia fisiología,
baja el umbral de percepción de los signos vitales: entonces se
oyen y sienten los latidos, el movimiento intestinal, etc. que
naturalmente, no son percibidos comunmente. Esto aumenta, confirma
su preocupación, es una prueba de sus sospechas, una certificación
del mal irremediable. Cada vez, en un verdadero círculo vicioso,
los síntomas psicosomáticos crecen agravando la depresión.
En ciertas ocasiones, superado el territorio mental neurótico, el
paciente traspone el límite de la psicosis y hace un claro
delirio de contenido hipocondríaco. Entonces el cuerpo ya no se
siente como normal: está vacío, los intestinos destruídos, el
corazón helado (H.Ey). En conclusión, todo conduce a lo trágico,
a lo irreversible.
Las ideas de culpa, ya han sido expuestas en la parte general. El
pecado, la indignidad, la responsabilidad ineludible, ante el
descrédito y ante sí mismo, dan lugar a un remordimiento
desolador, con su necesidad de expiación. También en este caso,
el tránsito al delirio, a la psicosis, es una eventualidad común.
Las ideas de influencia tienen componentes paranoides y casi
siempre ingresan al terreno de lo psicótico. Hay una amplia gama
de temáticas que van desde la persecución a la posesión demoníaca.
Las ideas de negación pueden ser la culminación de las temáticas
descriptas (H. Ey). El paciente se siente ajeno a sí mismo, con
su interior desierto, con una sensación de irrealidad, casi sin
percepción de la vida misma. Esa "vacuidad" del Yo,
niega aún su propia existencia personal y la del mundo, donde
todo es irreal, imaginario, pura apariencia de los sentidos.
Es este ya el antiguamente conocido síndrome de Cotard, en el
cual, sin duda, existe un cuadro claramente psicótico, con
alteración judicativa y sin conciencia de la realidad.
Formas Clínicas
Ya desde el siglo pasado se
intentó una diferenciación clínica, entre distintas formas de
la entonces "lipemanía melancólica" (Esquirol, P.
Mata, Orfila).
Aclarada ya la diferencia entre la tristeza humana, propia de las
oscilaciones normales del estado de ánimo, de reacción lógica y
comprensible frente a los infortunios de la vida (del "riesgo
de vivir") tratemos de referirnos a la depresión ya dentro
del terreno de la patología.
En este aspecto, muchas son las teorías interpretativas de la
puesta en marcha de estos procesos.
Pero, a fuerza de ser pragmáticos, digamos que ya a fines del
siglo pasado, Kraepelin describió la psicosis circular, maníaco
depresiva, en la çual ambas fases serían posible alternativa,
aunque es más común la depresión. De todas maneras, atinado es
decir que el hipomaníaco, alguna (o algunas) vez en su vida
"paga el impuesto a la depresión".
Desde hace ya largos años, se habló de una depresión endógena
y de una depresión reactiva (o exógena).
En el primer caso, la enfermedad nacía sin motivación aparente,
o con insólita respuesta displacentera ante acontecimientos de
menguada importancia. Era algo que provenía de la hondura misma
del ser, como una trasformación inmotivada del Yo hacia la visión
depresiva de la vida.
Este era el cuadro, aparentemente, que se identificaba con la
conocida melancolía.
Este acontecer no era comprensible, no se asumía, no tenía
coherencia interna, no era presumible ni esperado. Fenomenológicamente,
era una ruptura, una quiebra, sin causalidad en el acontecer vital
del individuo.
En el caso de la depresión reactiva (exógena) se identificaba un
acontecimiento negativo, doloroso, que provocaba una respuesta
penosa, pero lógica y comprensible, aunque quizás exagerada.
Esta circunstancia era la causa objetiva, el "empujón"
hacia la depresión.
Más tarde se aceptó que la primera tenía raigambre en la
fisiología del paciente, y la segunda en causales psicógenas.
Pero pronto se apreció que este esquema era incompleto: había
también una depresión consecutiva a otras enfermedades, la
depresión secundaria, que integraba otro síntoma más de una
enfermedad de base (depresión sintomática).
Y luego, toma individualidad clínica otra forma: la depresión
involutiva, con su curso clínico progresivo, en general
desfavorable y que aparece en personas de mayor edad.
Por su claridad, transcribimos un muy demostrativo y esquemático
cuadro que resume los aspectos básicos de la depresión,
publicado por M. Nachón (Depresión en la práctica médica, pág.
10).
La depresión endógena es la que más se ajusta a la sintomatología
que hemos descripto al principio de este capítulo. La profundidad
del cuadro es variable y va desde una neurosis depresiva atenuada
a una psicosis delirante y llega a veces al suicidio. Es la más
común en la enfermedad cíclica bipolar. Podríamos decir que la
"distimia vital" da lugar a la profunda sintomatología
que ha sido descripta.
Constituye una enfermedad por demás común y todo psiquiatra
tiene una buena cantidad de enfermos con este cuadro.
La prosopopeya ya antes descripta se aplica, en mayor o menor
grado a esta forma clínica.
Su comienzo es insidioso (ya dijimos que no existía motivación
aparente) y en algunos casos, mínimos problemas "disparan la
enfermedad". Al comienzo, los prodromos desorientan al
paciente y a la familia, que la consideran un simple decaimiento
del humor. Por otra parte, es habitual responsabilizar a cualquier
hecho nimio del sentimiento vital negativo. Generalmente en forma
paulatina, el desánimo, la tristeza y la angustia, se
incrementan. La temática como dijimos, es variable, pero la
abulia, el pesimismo, la falta de prospección teleológica y la
mencionada "amputación de futuro" y los síntomas somáticos
propios de la angustia, son practicamente la regla.
Cuadro
El enfermo expone su desolación
con una sensación de miedo, de incapacidad de salir de ese círculo
oprimente y penoso, que le bloquea el deseo de vivir, de amar, de
sentir lo positivo de la existencia.
Todo esto es para él inexplicable, pero por fin lo refiere a su
reproche y culpa. Es común que el enfermo de depresión endógena
duerma hasta tarde. Es que la mañana es su peor hora, y por eso
el sueño es su refugio para no sufrir. Al avanzar el día y
llegar la tarde, hay una cierta tranquilización. Si bien no
desaparece el displacer, la tristeza, se atenúa la ansiedad y la
vida parece no atractiva, pero soportable.
Repetimos que, en la depresión endógena el cuadro somático, tal
como fue descripto, es la regla y alcanza particular profundidad,
acorde con la evolución del cuadro. Estos episodios tienen
tendencia a la recidiva, lo cual, justamente, da la pauta de su
endogeneidad. También se observa que algunos individuos los
repiten en determinadas épocas del año.
Los ciclos depresivos son, esencialmente, una perturbación del ámbito
afectivo.
Está en el "sentir" y no en el "pensar" del
hombre. Por tanto, al no afectar (aunque sí
"contaminar") el intelecto en el período de estado no
produce delirio psíquico definitivo, sólo una cierta incapacidad
durante el período de estado.
Por esto, podemos insistir ante el enfermo, que saldrá de la
enfermedad tan inteligente y capaz como antes.
La depresión endógena, tiene una tendencia natural a la curación,
pero se prolonga a lo largo de 6-7 meses (Freedman); quizás por
ello a los deprimidos de recursos, antiguamente, se les
recomendaba un largo viaje; no curaba precisamente el viaje, sino
que la enfermedad cumplía su ciclo.
Claro que estamos hablando de un período de dolor, sufrimiento y
angustia y del muy cercano peligro del suicidio. Los tratamientos
modernos actúan dentro de un lapso de 1 semana a unos 45 días.
En esta forma endógena, los factores heredogenéticos son
importantes. También el biotipo del enfermo, generalmente el hábito
pícnico.
La época de elección son las edades medias de la vida, la
madurez y la menopausia es una época proclive al trastorno, por
lo cual se le asigna trascendencia a los cambios hormonales.
Asimismo se valoran en los últimos años, otros factores metabólicos;
en este aspecto, la acción indudable de los modernos fármacos,
hacen pensar decididamente en un fundamento biológico de esta
enfermedad; estos estudios están ahora en plena vigencia, y sus
datos son particularmente confiables, ya que sus resultados están
basados, no en conjeturas, sino en el análisis de distintas
substancias cuyo desnivel en el cerebro está presente en la
aparición de los cuadros depresivos y cambia de acuerdo a la
evolución del trastorno, reponiéndose dicho desnivel frente a la
curación del episodio. (Aspectos biológicos, Fernández
Labriola).
Digamos también que recientes investigaciones han descubierto
elementos genéticos como etiología de la depresión hechas en
grupos humanos cerrados donde se han encontrado alteraciones
cromosómicas más frecuentes en deprimidos.
Subformas Clínicas
La depresión
inhibida: donde el cuadro está dominado por un repliegue general
del Yo, el paciente está recluido, adinámico, quieto, sentado o
acostado largas horas, indiferente a lo que lo rodea, lo cual no
significa que haya carencia o disminución de la atención, sino
que está totalmente dirigida hacia sí mismo, hacia su temática
depresiva, hacia su sufrimiento y a las meditaciones de su ominoso
destino, con la rumiación constante de su autorreproche y culpa.
Todo lo que le aparta de su profunda introspección (palabras,
incitaciones a distraerse, miedos) le molestan, si bien reclaman
compañía, como una necesidad intuída a su autoperceptible
minusvalía. En ocasiones, hay una constante letanía, con palabra
apagada impregnada de angustia y tristeza, pero siempre dentro de
la inhibición general de la personalidad.
Hay un profundo desinterés hacia lo que no sea su temática
constante; el apetito es muy reducido, la preocupación por
apariencia es escasa, la consideración a los problemas de la
familia muy pobres, o si no, incorporados a su verbigeración
mental como otro factor agravante. Todo en él señala el
agotamiento energético del Yo.
La depresión ansiosa: donde la inquietud hasta el límite a veces
de la agitación, constituye la sintomatología típica. En este
caso, el deprimido no puede estar quieto; hay en él una
hiperdinamia, una hiperquinesis constante. Se levanta, camina por
la habitación, mueve el cuerpo, se mesa los cabellos, retuerce
las manos.
Pide a Dios y a los hombres, un alivio a su padecimiento, con
palabras monótonas, en ocasiones entrecortada por suspiros o
sollozos. Por lo demás, el pensamiento profundamente pesimista,
como en el cuadro inhibido, es la temática constante.
La depresión reactiva o neurótica: En este caso, la sintomatología
permite identificar una causa exterior que motiva el episodio y
que es el punto de partida de la temática depresiva. Digamos que
es fenomenológicamente comprensible, racionalmente analizable y
se le reconoce como una respuesta, a forma depresiva, (pero
exagerada, casi siempre) a una causal realmente negativa,
displacentera, oprimente, dolorosa. Es, en fin, una respuesta
"triste"a un real hecho "triste". Una catástrofe
económica, la pérdida de un ser querido, un desengaño amoroso,
el despido de un empleo, etc., son antecedentes frecuentes.
Habitualmente la enfermedad reconoce una clara historia de Stress
y agotamiento, de exigencias por encima de las posibilidades del
individuo, tales como plantea el diario y complejo vivir en que
estamos inmersos en el mundo de nuestros días.
Primero, el que después será ya enfermo, es un individuo que
aumenta su trabajo, sus horas de vigilia, su tensión y su alerta.
Y todo ello, muchas veces, dentro de la obligación social de
mantener una apariencia de estabilidad emocional y una necesidad
de continuar con su rutina de vida y cuidado de su apariencia en
el mundo.
Por fin, este desgaste, ese "Síndrome de adaptación"
(Selye) hace crisis. Ya no puede superar las exigencias y
sobreviene el derrumbe depresivo, lleno, naturalmente de culpa y
reproche y de sensación desesperante de incapacidad y pesimismo.
Freedman, Kaplan y Sadock (Tratado de Psiquiatría, 1982, pág.
1130) reconocen primeramente esta diferenciación, pero sostienen,
con razón, que hay un tránsito a veces imperceptible de una
forma a otras. Es decir, una depresión puede avanzar como neurótica
(y es la más frecuente) y adquirir luego características de
endogeneidad que puede llegar a la categoría psicótica. Dicen
los autores citados que se registran depresiones psicóticas en
alrededor del 10% de pacientes, en general y un 25% en los
hospitalizados. De esto deducimos, claramente, que son más graves
las depresiones con elementos psicóticos que con un solo cuadro
neurótico.
Digamos que, en nuestra experiencia, la mayoría de las
depresiones no ameritan internación y son tratables
ambulatoriamente. Decimos que tales depresiones están dentro del
terreno de lo neurótico.
No es tarea sencilla, como queda dicho, señalar con precisión el
límite entre lo neurótico y lo psicótico. A veces se trata de
una apreciación clínica de la seriedad y gravedad del cuadro.
Otras veces, el delirio, las ideas de ruina y catástrofe de gran
magnitud, la temática hipocondríaca con alucinaciones cenestésicas,
incluyen, sin mayores dudas, al paciente en el terreno psicótico.
Esta diferencia tiene consecuencias médicolegales importantes, ya
que, en el primer caso el paciente será jurídicamente hábil e
incapaz en el otro.
Como regla general, podemos expresar que en el deprimido, la
fractura judicativa, constituye signo indudable de alienación.
Es un dato de observación clínica que la endogeneidad es más
común en los individuos de cierta edad y, más aún en aquellos
de personalidad introvertida y melancólica. Asimismo, la depresión
endógena tiene mayor persistencia y homogeneidad, y menores
variantes frente a hechos positivos e inestabilidad; la depresión
reactiva, es capaz de ser positivamente influible por
acontecimientos placenteros, por la solución de los problemas
externos, y por la evidencia ostensible de una mejoría en el
entorno.
La depresión endógena está encerrada, abroquelada en sí misma,
inmune al exterior. La depresión reactiva, permite filtraciones e
influencias del mundo. Expresemos, por fin, que en las depresiones
neuróticas suelen existir importantes ingredientes de índole
paranoide e histéricos, sobre todo estos últimos. En ocasiones,
inconscientemente el enfermo "sobre-actúa" en relación
a los síntomas, detrás de los cuales se detectan frivolidades
utilitarias en relación al entorno. Siempre, en estos casos, hay
"auditorio" destinatario de la sobre-actuación del
deprimido. Es esto comprensible, ya que, como dijimos antes, la
motivación exterior es identificable en la depresión reactiva,
hay vinculación con el acontecer familiar o social de la vida. Y,
por lo tanto, la tendencia histeriforme a actuar sobre esa aludida
modificación, aparece como explicable.
No es así, en cambio, en la ya descripta depresión endógena,
nacida, como se puntualizó, de la hondura misma del ser, en la
cual, por lo tanto no se da la vinculación exterior. Los síntomas,
entonces, son más "puros", en el sentido del manejo
histeriforme.
La depresión secundaria: En este caso, el cuadro está asociado,
o es resultante de otras enfermedades de origen orgánicas o psíquicas.
La depresión sería, entonces, un síntoma más de la enfermedad
"de base".
Ey, sin concederles diferenciación nosológica, habla de ellas en
su tratado (ob. cit. pág. 216-217).
Freedman, Kaplan y Sadock, hacen también referencia a estas
depresiones como síntomas (ob. cit. pág. 1127). También están
incluidas en el cuadro transcripto (M. Nachón) anteriormente.
En realidad esos cuadros depresivos, son conocidos, diríamos,
desde siempre, aunque ahora se incluyen dentro de la clasificación
de las depresiones.
Son innumerables las descripciones clínicas, ya muy antiguas, y
es un dato de observación común hablar de enfermedades orgánicas
graves en las cuales el síntoma depresivo está presente.
Para ello existen causales psíquicas y orgánicas como hemos
dicho y tiene al igual que la depresión reactiva,
"comprensibilidad".
La mayor parte de los individuos con la percepción íntima de un
padecimiento grave tienen una resultante de hipocondría y depresión.
Pensar que ocurra de otra manera, por otra parte, estaría fuera
de lógica.
En este punto, como reacción vivencial depresiva, la percepción
íntima de una enfermedad orgánica seria, tendría un límite
imperceptible con la depresión reactiva antes descripta.
Enfermedades tales como anemias, afecciones infecciosas de cierta
duración, enfermedad de P. Marie, trastornos vasculares
cerebrales, afecciones endocrinas, esclerosis en placas, tumores
malignos, arteriooesclerosis cerebral, etc., se asocian
frecuentemente con los cuadros depresivos.
No puede dejar de relacionarse la aparición de la menopausia, con
su transformación humoral, con la edad más frecuente de depresión.
También se ha señalado el efecto depresivo de determinados fármacos.
A este respecto, la reserpina ha servido casi como
"modelo". Fue un dato de observación clínica, que
después se apreció también con otros antidepresivos (¥metildopa).
Asimismo, se menciona el "bajón" depresivo después de
la larga ingestión de anfetaminas y es también conocido el que
sobreviene ante la suspensión de otras drogas euforizantes,
experiencia bien conocida por los drogadictos.
Son observables las fluctuaciones del ánimo asociadas a la
administración de fármacos muy comunes, los corticoides.
Es fundamental el diagnóstico diferencial en los casos del
comienzo. Debe intentarse, desde el inicio, la diferencia entre
una enfermedad orgánica de base, aún solapada o no
individualizada todavía, y una depresión como padecimiento
inicial, con trastornos psicosomáticos asociados a la misma.
Las implicancias del diagnóstico son fundamentales, ya que hacen
a la estrategia del tratamiento.
La depresión secundaria simula, en algunas entidades nosológicas,
los signos del deterioro cerebral; la abulia, el desinterés, el
"apagamiento" general de la personalidad, la tristeza,
la fatigabilidad hacen creer en ese cuadro; el cual remite ante el
retroceso de la enfermedad de base.
Merece destacarse, como ya hemos señalado, la llamada depresión
por agotamiento, que guarda íntima relación a la que surge
frente a los factores stressantes de la vida.
Kielholz (Acta Psicosomática, Geygy- 1961 ) habla de la
"enfermedad de los dirigentes". En estos casos,
trastornos orgánicos de poca relevancia, producen, como
resultado, síndromes depresivos de diferente magnitud, aún
graves.
Es decir, que padecimientos orgánicos no graves, que producen de
todas maneras un menoscabo de las fuerzas vitales, convierten al
individuo en más sensible y proclive a los síndromes depresivos.
Merece especial interés, al decir de Freedman, la tendencia a
diagnosticar arterioesclerosis cerebral, en personas de 60-65 años,
con disminución energética, con descenso para la actividad
intelectual y desinterés por la vida. En muchos casos, se trata
de una depresión sin base de lesión cerebral. Como antes
dijimos, respecto a ciertos fármacos, especial cuidado debe
tenerse en el caso de los hipertensos, en los cuales tiende a
admitirse un padecimiento cerebral orgánico. Los síntomas
depresivos, muchas veces, son resultantes de una medicación, sin
vinculación con trastornos cerebrales, y que remiten ante la
suspensión o cambio de fármaco.
La depresión involutiva: Se trata de un cuadro depresivo cercano
a las etapas preseniles de la vida.
Ante todo, cabe la discusión de si la enfermedad que tratamos
constituye o no una entidad nosológica diferenciada.
Autores hay que incluyen a este trastorno en el grupo ciclotímico
de las enfermedades maníaco depresivas: (Krapelin, al comienzo de
su obra), otros lo entienden como una sintomatología más de los
trastornos preseniles y seniles; otros por fin (Krapelin, más
tarde) le conceden una entidad clínica que le dan individualidad
propia. Creemos, por nuestra parte, que tiene perfiles
distintivos, en su evolución, sintomatología y, sobre todo pronóstico,
que justifican su descripción como forma clínica con características
propias.
La melancolía involutiva es, como dijimos, enfermedad de la edad
avanzada. Pueden registrarse o no antecedentes psiquiátricos,
pero la personalidad del paciente, generalmente retraída,
dependiente, suele ser, sino obligatoria, bastante común.
El comienzo puede ser insidioso, casi desapercibido. Pero es más
frecuente que sobrevenga ante infortunios o acontecimientos
insolubles (muerte de un ser querido, partida de los hijos,
casamientos no deseados, etc.). Es común observar en solteronas
con acentuada fijación edípica que durante muchos años han
convivido con su madre que, ante la muerte de ésta, se sumergen
en la melancolía involutiva. Hasta aquí, podríamos pensar en
una forma reactiva; pero la edad, su concomitancia con reales
signos involutivos de índole orgánica, con el estrechamiento de
las oportunidades vitales restantes, y una prospección teleológica,
sin mayores atractivos y la evolución y el pronóstico,
establecen la diferencia.
Como en las formas clínicas depresivas antes descriptas, se
observan también las temáticas desalentadoras, pesimistas, hasta
el límite de la visión trágica de la vida.
También aparecen frecuentemente ideas hipocondríacas; pero aquí
apreciamos que se edifican sobre padecimientos reales (descenso
energético, padecimientos propios de la edad, trastornos cardíacos,
reumáticos, etc.) que son, desde ya, originados psicológicamente
por el paciente.
Además, se reviste a esas enfermedades orgánicas de un pronóstico
sombrío, irreversible, claros anuncios del derrumbe total.
Están también presentes los autorreproches, la sensación penosa
que, historiando la vida, mirando hacia atrás, todo fue
equivocado, que no se aprovecharon oportunidades y que, en este
aquí y ahora, ya no hay tiempo para rectificaciones, para nuevos
intentos vitales; ya es tarde, el destino está signado por un
pasado lleno de errores, que condiciona, irremediablemente, un
final sombrío.
Es decir, la temática depresiva, semejante a otras formas clínicas
en sus planteos, tiene en la melancolía involutiva, incluído el
"tiempo" ya muy escaso, como elemento decisivo en la
visión de futuro.
Existen, algunas veces, formas psicóticas, con clara alteración
judicativa, elementos alucinatorios, ideas delirantes, casi
siempre de perjuicio e hipocondríacas.
En ocasiones, estos cuadros se complican configurando una
verdadera confusión mental.
Hemos dicho, en las descripciones anteriores de las depresiones,
que éstas, en cuanto padecimiento de la esfera afectiva, no
deterioran el nivel intelectual. Pero en la depresión involutiva,
es posible observar que elementos deteriorantes propios de la
presenilidad, se integran en el cuadro, originados además por una
sensación íntima de incapacidad del paciente.
Podríamos decir, al igual que lo que hemos dicho de la depresión
en general, que existen formas ansiosas,con la clásica
hiperkinesia, hiperdinamia agotadora, angustia desbordante que
puede llevar a una forma agitada.
Y también, la forma inhibida. En ésta, el sujeto se aparta de
sus relaciones, de su entorno; hace pesimistas proyecciones sobre
su futuro, incluyendo siempre la edad como una sombra
desalentadora.
Se va hundiendo lentamente en una total retracción del yo, sin ánimo
para nada. A veces, se adhieren psicológicamente a algunos, un
hermano, un pariente a quien transfieren responsabilidades.
Su estado de impedimento, les inhibe todo sentimiento por los demás,
en este aspecto aparecen como egoístas. Tratan de conservar todo,
y se angustian ante pérdidas mínimas. Se rodean de cosas inútiles,
pero que para ellos son símbolos de seguridad y solidez frente al
futuro. Como antes dijimos, hay una sensación de incapacidad y sólo
llegan a hacer un manejo rutinario de sus bienes, sin alteración
o novedad alguna, que, por el contrario, los llena de zozobra.
El suicidio sigue apareciendo en esta forma clínica, como en las
anteriores, como el gran fantasma. Gran cantidad de suicidas de
edad avanzada han sufrido este trastorno. Son válidas aquí, las
mismas consideraciones que hemos hecho en la descripción
anterior, pero agregándose que la edad, el corto tiempo restante
de vida, no justifican la lucha que es, al mismo tiempo, imposible
e inútil.
El pronóstico es severo. La capacidad de reacción del individuo
es pobre y la declinación general del Yo tiene aspectos
verdaderos en la salud general, la potencia sexual, la jubilación,
la muerte de amigos, en fin, la real y lenta desaparición de
"su mundo", que va perdiendo los actores contemporáneos
de él. Todo cambia a su alrededor, y el ritmo del cambio no puede
ser seguido como antes. El futuro no es, entonces atractivo: lo
margina, no lo incluye en su dinámica, lo hace a un lado.
"Su " mundo muere ¿qué sentido tiene continuar
viviendo?
La depresión involutiva suele ser de aparición más temprana en
las mujeres (50-60 años) por lo cual no puede dejar de tenerse en
cuenta el climaterio y el post-climaterio, con sus secuelas de
desvalorización estética, sexual, etc.
En los hombres, la edad de elección ronda los 60 y 65 años,
tiempo también de profundos cambios hormonales, sexuales, de
forma de vida (jubilación). Las preocupaciones hipocondríacas
suelen ser muy frecuentes. Al decir de Ipar, "ya no está el
cuerpo a mi servicio, sino Yo al servicio del cuerpo".
Es prácticamente una constante el abrupto envejecimiento de estos
enfermos. De pronto, parece descargarse sobre ellos la catarata de
los años.
Con respecto a la edad de aparición de la depresión involutiva,
transcribimos el ilustrativo y conocido cuadro de Paul Kielholz
(1981).
Cuadro
Si bien es
posible observar remisiones temporarias (pocas veces curación) lo
más común es el lento declinar del enfermo (a veces más
acelerado) hacia su profundo hundimiento del Yo en la pesada y
oscura "niebla" depresiva.
Hay entonces, un tránsito imperceptible hacia la psicosis y el
deterioro senil francos con características melancólicas.
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