Iniciamos
el año 2005 tras despedir con enormes tragedias el año finalizado: el
tsunami que asoló el sudeste asiático y sigue con sus desgraciadas
secuelas y, en nuestra castigada Argentina, el incendio de la discoteca
República de Cromañón en el barrio de Once de la ciudad de Buenos
Aires, que costó cerca de doscientas vidas.
Tragedias
terribles que merecen nuestra más profunda solidaridad.
Pero
cabe distinguir entre ambas una significativa diferencia, la que marca la
permanente lucha del ser humano con los fenómenos de la naturaleza que lo
vulneran y le demuestran su fragilidad intrínseca, frente a otra clase de
tragedia: la que es capaz de provocar el ser humano mismo con su carga de
indiferencia, de codicia, de canibalismo.
El
tsunami pertenece al primer grupo. En la Argentina nos enfrentamos al
dolor de vivir una desgracia que corresponde al segundo grupo.
Quien
firma este editorial y todo el equipo de Transdisciplina Creativa, en
medio de la consternación inicial, elegimos esperar unos días para
manifestarnos ante lo ocurrido. Lo hicimos pensando en el hecho de muchos
de nuestros lectores son jóvenes que merecen un aporte elaborado y no una
reacción de circunstancia.
Ante
los muertos y heridos y el desgarramiento y el dolor de los familiares y
amigos de las víctimas, a quienes expresamos hoy nuestras más sentidas
condolencias y solidaridad, optamos por acompañarlos con un respetuoso
silencio.
Creemos
que frente a la muerte sin razón, absurda y absolutamente evitable, lo
primero es el respeto silencioso ante el dolor sin consuelo.
Creemos
también que toda desgracia, pero más aún la tragedia que habría podido
evitarse, debe ser objeto de una profunda, impostergable, seria y efectiva
reflexión.
Creemos
que debe ponerse en marcha el ejercicio más noble de la conciencia crítica
para evaluar acciones e inacciones que lleven a la adopción responsable
de medidas que tiendan a evitar la repetición de la cruenta tragedia
lamentada.
Al
observar con mirada crítica el suceder vertiginoso de las situaciones de
estos primeros días posteriores al incendio, focalizamos nuestra
observación en el factor comunicacional.
Así
como nos sentimos interpretados por quienes en la acción directa o en la
información de lo ocurrido se manejaron con la indispensable humanidad,
responsabilidad y seriedad que tamaño dolor requería, otros, en cambio,
nos provocaron náuseas a causa de su liviandad –calculada o
espontánea-, su falta de la más elemental delicadeza, su oportunismo
inexcusable, en suma, su falta de respeto aún ante la muerte y el dolor.
Su canibalismo.
Nos
referimos a los que no evitaron que escucháramos sus pobres pensamientos
sin sustento, sus dudas y sentencias irrelevantes, sus excusas ante la
ineptitud que resultó asesina, sus absurdas protestas por no poder
cumplir con su “trabajo” de fisgones del dolor ajeno realizado
indignamente con la excusa de la información, la libertad de expresión y
el control de la labor de quienes realizaron una tarea útil en medio de
un caos.
Porque
también se puede ser caníbal por medio de la palabra.
No
fue, claro, una náusea nueva. Fue más intensa tal vez por lo reiterada
en esta circunstancia y en el tiempo, y por la inveterada imbecilidad
–natural o cínica- que
conllevan las acciones que la provocaron.
No
son novedad las debilidades de la condición humana, como tampoco es
novedoso el intento de superación que se manifiesta a lo largo de la
historia mediante el trabajo sostenido de mujeres y hombres nobles.
Ante
la tragedia de la discoteca de Once, Transdisciplina Creativa reitera su
posición de invitar al ejercicio de una reflexión crítica que permita
acciones superadoras y de crecimiento. Cada uno desde su lugar, situación,
disciplina y posibilidades.
Todo
suma cuando de crecimiento noble se trata.
Todo,
menos la indiferencia y el olvido.
“Cuando
alguien murió, un impasible me dijo:
-
En casos así no me dejo
ganar; me refugio enseguida en la metafísica.
-
Se
ve que el muerto no era tu amante- le contesté.”
Julio
Cortázar
Diario de Andrés Fava
Cecilia Suárez
ceciliasuarez-online@fibertel.com.ar
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