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¿En qué se diferencia un trastorno de un malestar?

por Cecilia Suárez

 

El dolor social no se cura en el diván.
 No podemos tratar psíquicamente problemas políticos y sociales.
Me pregunto si el desarrollo de la cultura psicoanalítica en la Argentina
 no ha sido un factor de disminución
 en la elaboración de propuestas políticas y sociales,
 de poner el acento en otra parte,
 de desviar la fuerza de esos campos.
René Kaës (psicoanalista francés)

¿Qué es un trastorno?

Desde el punto de vista de las ciencias médicas, es algo que afecta al cuerpo de modo que impide o interfiere con su normal funcionamiento.

 

¿Qué es un malestar?

Una incomodidad indefinible que causa desasosiego, inquietud, preocupación.

 

El trastorno está asociado con la enfermedad, indica disfuncionalidad;

el malestar puede ser síntoma de un trastorno, o,

más sencillamente, la advertencia o la consecuencia de

estar viviendo, o haber atravesado una situación delicada o desafortunada, y,

no necesariamente estar relacionado con un funcionamiento anormal.


Para establecer una distinción clara, es preciso tener en cuenta algunos otros factores:

 

  • Para definir qué es el “funcionamiento normal” no sólo intervienen normas biológicas, sino también normas sociales.

  • En situaciones históricas determinadas, si se atiende a las circunstancias sociales, algunas “enfermedades mentales” democráticamente elegidas, pueden considerarse normales.

 

Veamos un par de ejemplos: el artista que tiene percepciones excepcionales, escucha o ve cosas que nadie más advierte, si las convierte en novelas, películas, piezas musicales, puede ser un gran escritor, un gran cineasta o un gran músico. Si, en cambio, se considera que ese artista padece alucinaciones con frecuencia, puede pensarse que tiene rasgos psicóticos y, como consecuencia, puede ser diagnosticársele un trastorno psiquiátrico.

 

Es por eso que si no se tienen debidamente en cuenta las circunstancias sociales, se pueden generar problemas, diagnosticando erradamente un problema que no es un trastorno como si lo fuera.

 

Para generar estas confusiones intervienen, no casualmente, disciplinas instrumentales de otro orden: la política y la economía.



Abusar de la medicina como medio de control social o político

 
Ilustraremos con dos ejemplos:

 

  • Cuando el partido hegemónico de la ex Unión Soviética definía a dicha Unión como “el paraíso de los trabajadores”, si alguien denunciaba iniquidades desde dentro probablemente resultaba confinado en un hospital psiquiátrico, con el argumento “quien no quiere vivir en un paraíso está loco”.

En algunos lugares de Estados Unidos y del Reino Unido, los aspirantes a ser funcionarios públicos hacia fines del siglo XIX debían superar un examen frenológico. La frenología era una “ciencia” que por entonces consideraba que las personas que tenían un bulto detrás de la oreja izquierda eran valientes, si, en cambio, tenían un bulto detrás de la oreja derecha eran egoístas. Creemos que este ejemplo no amerita comentarios.

 


La economía y las enfermedades mentales “democráticamente legitimadas”


Nuevamente comentaremos dos ejemplos:

 

  • El estrés postraumático: propio de los ex combatientes, de quienes sufrieron un grave accidente, el ataque de un animal feroz, se vieron afectados por un atentado terrorista, una situación de violencia intensa que afectara su vida o su integridad, una grave pérdida; sufrir estrés postraumático significa que a una persona que pasó por experiencias como las mencionadas, le afecta el pasado, su recuerdo, los sentimientos que le moviliza, los cuestionamientos que le planteo, la necesidad de darle significado a su instinto de conservación.

  • La ansiedad social: es característica de quienes se preocupan porque tienen presiones derivadas de su trabajo, de los estudiantes que deben rendir exámenes, de quienes se presentan a entrevistas para conseguir empleo, están pasando por un divorcio o un cambio de profesión, tienen problemas con sus hijos adolescentes, están evitando un enfrentamiento con su jefe o su pareja, se preocupan por la política y la economía de sus países y por la incidencia que éstas tienen en su vida de todos los días.

 

Ahora bien, ¿cómo se decide que el estrés postraumático y la ansiedad social son “trastornos reales asociados con la enfermedad que indican una disfuncionalidad” y no meros malestares?

 

Se requiere un trámite “democrático” que consiste en lo siguiente: los integrantes de la Asociación Psiquiátrica Americana (American Psychiatric Association) mediante una elección democrática resuelven por votación qué malestares deben incluirse como “trastornos” en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), a fin de que los psiquiatras y psicólogos clínicos puedan “diagnosticarlos” como tales.

 

Posteriormente, las administraciones responsables de la asistencia sanitaria “exhortan” a los profesionales a efectuar dichos diagnósticos (TEPT, trastorno de estrés postraumático; TGAS, trastorno generalizado de ansiedad social), a fin de que las aseguradoras médicas les reembolsen sus servicios. Dicho de otro modo, los “estimulan” para que descubran trastornos que les faciliten el ganarse la vida.

 

Para la ansiedad social, las empresas farmacéuticas ofrecen panaceas contra el trastorno de tener preocupaciones en la vida, por que el “preocupado” es inestable, disfuncional o algo peor. 

 

Creemos que en ambos casos no hace falta aclarar que no estamos ante un razonamiento científico, sino ante un negocio.

 

 


Lo que no hay que perder de vista



La vida no es una enfermedad.

 

 

En los últimos años, las presunciones tanto de inocencia como de cordura se han visto seriamente vulneradas por fuerzas económicas, sociales y políticas que intentaron, y en muchos casos lograron, minar las libertades y derechos fundamentales.

Tratar un trastorno como si fuese un malestar es un error, al igual que tratar un malestar como si fuera un trastorno también lo es.

La respuesta está en que cada persona piense por sí misma y decida la clase de ayuda que necesita.

Que busque el sentido de la situación que la condiciona y ponga en práctica sus propios principios, aquéllos en los que cree indicados para poder superar esa situación.

Esto es la filosofía aplicada; lo que Aristóteles llamaba “frónesis”: prudencia o sabiduría práctica.

 

 

 

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