¿Cómo
nos arreglamos para vivir a la vez en la ciudad real y la ciudad
imaginada? Todas las ciudades presentan una tensión entre lo
visible y lo invisible, entre lo que se sabe y lo que se sospecha,
pero la distancia es mayor en las megalópolis.
La primera oscilación entre lo visible y lo invisible se
muestra como tensión entre la ciudad experimentada físicamente y
la ciudad imaginada. Nos damos cuenta de que vivimos en ciudades
porque nos apropiamos de sus espacios: casas y parques, calles y
viaductos. Pero no recorremos la ciudad sólo a través de medios
de transporte sino también con los relatos e imágenes que
confieren apariencia de realidad aun a lo invisible: los mapas que
inventan y ordenan la trama urbana, los discursos que representan
lo que ocurre o podría acontecer en la ciudad, según lo narran
las novelas, películas y canciones, la prensa, la radio y la
televisión.
La ciudad se vuelve más densa al cargarse con fantasías
heterogéneas. La urbe programada para funcionar, diseñada en
cuadrícula, se desborda y se multiplica en ficciones individuales
y colectivas. Esta distancia entre los modos de habitar y los
modos de imaginar se manifiesta en cualquier comportamiento
urbano. Pero quizás es en los viajes donde irrumpe con más
elocuencia el desajuste entre lo que se vive y lo que se imagina.
Desde las descripciones de Hernán Cortés a las de Humboldt sobre
la ciudad de México, desde las de empresarios norteamericanos
hasta las de exiliados latinoamericanos, del discurso de las
agencias turísticas hasta el de los medios masivos, sería
posible indagar cómo se fue configurando un imaginario
internacional sobre la capital mexicana.
Podríamos
anticipar que viajar a la ciudad de México es para muchos
extranjeros buscar el encuentro con la mayor ciudad
latinoamericana de origen prehispánico, y a la vez con la más
poblada y contaminada del mundo. Así como Rem Koolhaas ha dicho
que Nueva York es ``la estación terminal de la civilización
occidental'', se piensa que México DF es el último puerto de los
delirios de Occidente en su versión tercermundista. En realidad,
México no es ni la más poblada ni la más contaminada, aunque se
acerca a esos logros: Tokio tiene 25 millones de habitantes y
S‹o Paulo 18 millones.
En un estudio reciente, buscamos conocer los imaginarios que
suscita la ciudad de México no a quienes viajan hasta ella, sino
a quienes viajamos por ella diariamente. Partimos de la simple
observación de que las ciudades no se hacen sólo para
habitarlas, sino también para atravesar su espacio. En la ciudad
de México varios millones de personas ocupan entre dos y cuatro
horas diarias transportándose en metro, autobuses, taxis y coches
particulares. Cuando se realizan 29 millones de viajes-persona por
día, las travesías por la capital son formas importantes de
apropiación del espacio urbano y lugares propicios para disparar
imaginarios. Al recorrer las zonas que desconocemos, nos cruzamos
con múltiples ``otros'' e imaginamos cómo viven en escenarios
distintos de nuestros barrios y centros de trabajo.
Presentamos un conjunto de 52 fotos que muestran viajes
diversos por la ciudad de México, desde la década de los
cuarenta a la actualidad, a diez grupos de viajeros (repartidores
de alimentos, vendedores ambulantes, vendedores de seguros, policías
de tránsito, estudiantes y profesionales que viven lejos de sus
lugares de trabajo) y les pedimos que describieran esas imágenes.
No voy a repetir aquí los relatos y comentarios provocados por
esas fotos que publicamos en el libro La ciudad de los viajeros,
pero recuerdo cómo los viajes habituales por la ciudad -al
alejarnos de los lugares conocidos- movilizan suposiciones,
sospechas, ``visiones'' de los problemas urbanos y de la vida de
los ``otros'' que se basan en unos pocos datos y en muchas fantasías.
El viaje metropolitano como tensión entre los deseos y los
miedos.
Un hecho llamativo son las perspectivas peculiares desde las
cuales hablan los habitantes ``comunes'' sobre las dificultades de
la megalópolis, distintas de las que manejan la bibliografía
científica y la información periodística. La amenaza de la
contaminación es inquietante para algunos, pero otros la
relativizan con argumentos curiosos: el riesgo se atenúa si ``lo
podemos ver de esta forma: la contaminación, los alimentos, todo
es una forma de intoxicación, y el sudarlo tantito es una forma
de desintoxicarnos. Sí, recibimos algo de eso, pero lo que
estamos sacando afuera es lo que nos hace sentirnos mejor''.
Las interpretaciones distorsionadas de varias fotos sugieren
que aun lo que sucede en zonas céntricas puede ser
desconcertante. Pero se inventan los datos de esos hechos
desconocidos para coexistir ``naturalmente'' con ellos. Así, por
ejemplo, un plantón de manifestantes en el Zócalo es
interpretado como un conjunto de migrantes que se instala ahí
porque no tiene dónde vivir. Los policías, ante la imagen de dos
niños drogados en la glorieta donde se ve el David,
exclaman: ``¡Cómo van a estar ahí, junto a la Diana Cazadora!''
En el grupo de estudiantes, frente a la foto del Periférico,
alguien dice que para él ``más bien como que es una salida a
provincia por los cerros. Me da la idea de que a veces todo el
mundo quisiera fugarse de esta ciudad''. Como había dicho poco
antes otro participante, en el mismo grupo: ``cada quien construye
su idea de viaje''.
Estas visiones fantasiosas son estimuladas por el carácter
demasiado vasto y complejo de lo que sucede en la gran ciudad. Así
como para alcanzar los objetivos de los viajes hay que usar desvíos
o atajos, convivir con los problemas que parecen irresolubles
incita a buscar rodeos del pensamiento, ``resolver'' en lo
imaginario, para hacer sentir habitable un entorno hostil. Importa
menos saber cómo funciona efectivamente la sociedad que imaginar
algún tipo de coherencia que ayude a vivir en ella.
[...]
La
ciudad imaginada por los medios
Hay partes de la urbe que se vuelven invisibles cuando la
ciudad comunicacional comienza a prevalecer sobre la ciudad
transitada. En los últimos cincuenta años, la expansión de la
ciudad de México la elevó de 1'600,000 personas a 17 millones,
de un Distrito Federal acotado a un área metropolitana de 1,500
kilómetros cuadrados: perdimos la posibilidad de experimentar la
ciudad en conjunto, pero la radio, la televisión y las últimas
tecnologías informáticas (computadora, fax, e-mail)
llevan la información y el entretenimiento a domicilio. Los usos
de la ciudad se reorganizan: la desordenada explosión hacia las
periferias, que diluye el sentido y los límites del propio
territorio, se equilibra con los relatos de los medios sobre lo
que ocurre en sitios alejados dentro de la urbe. Del paseo donde
el fl‰neur reunía la información citadina que luego
volcaría en crónicas literarias y periodísticas, pasamos al
helicóptero que sobrevuela la ciudad y ofrece cada mañana, a
través de la pantalla televisiva y las voces radiales, el
simulacro de una megalópolis vista en conjunto. Los
desequilibrios e incertidumbres engendrados por la urbanización
irracional y especulativa, parecen ser compensados por la eficacia
tecnológica de las redes comunicacionales.
Pero ¿quiénes hablan en los diarios, la radio y la televisión?
Varios estudios realizados en esta década muestran que en la
prensa dominan las fuentes y los actores oficiales. Si bien en
algunos diarios aumentaron las voces de la sociedad civil, éstas
representan un 28 por ciento, frente al 43 por ciento de material
estatal. La mitad de las noticias y las fotos corresponden al
Distrito Federal, sobre todo al Centro Histórico, y sólo 17 por
ciento a los municipios conurbados, donde vive más de la mitad de
la población del área metropolitana. Como lo demuestra el análisis
de Miguel çngel Aguilar sobre este tema, los diarios dan más
elementos que otros medios para reflexionar sobre la capital y
elaborar la condición de ciudadano, pero no contribuyen a
expandir la visión de la ciudad en sentido proporcional al
crecimiento de su territorio y de su complejidad. Pese al énfasis
en la novedad y en lo insólito, finalmente los diarios se
concentran en lo conocido; aunque se venden como informadores de
la actualidad, y por tanto el presente es el momento privilegiado,
se instalan en lo habitual, lo que en este momento prolonga
estereotipos formados históricamente.
En los últimos años, en radios y canales televisivos se abrió
espacios a partidos de oposición y a movimientos urbanos, a
denuncias y demandas de ciudadanos. Pero varias investigaciones
sobre lo que ocurre en estos programas de ``expresión pública''
(véanse los trabajos de çngela Giglia y Rosalía Winocur)
revelan que muy pocas veces crean puentes entre los participantes
y las autoridades. Quienes dirigen tales programas traducen las
declaraciones de los oyentes para integrarlas en un discurso homogéneo,
aunque la interrelación invocada por el conductor simula
reconocer la variedad de posiciones sociourbanas desde las cuales
se habla: ``usted que transita a la altura del viaducto Tlalpan'',
``señor o señora'', ``la gente'', ``el público'', ``los
habitantes'', ``un amigo del auditorio''. En los casos en que hay
teléfono abierto, se admiten expresiones literales de los
participantes; en otros, son seleccionadas y reelaboradas para
adecuarlas a objetivos de la emisora. En todas las situaciones, la
tendencia es reducir la complejidad y situar las opiniones
diversas en un consenso que se imagina compartido por la mayoría.
La valoración de tales espacios participativos debe tener en
cuenta una cierta negociación entre locutores y receptores. Las
radios y televisoras propician la expresión de sus oyentes a
cambio de que ellos les reconozcan credibilidad. Se deja hablar a
``la ciudadanía'', pero ésta debe dejarse limitar, orientar y
hasta censurar. Al final queda la duda de cuánto conceden estos
medios para que se extienda la esfera pública, y cuánto buscan,
a través del rodeo de ``la libre expresión'', testimonios que
legitimen su lugar en el mercado de las comunicaciones.[...]
¿Qué logramos saber de la ciudad ``real'' a través de lo que
cuentan los medios? No hay que subestimar lo que se ha ganado en
transparencia y democratización social gracias al desarrollo de
las comunicaciones masivas. Cuesta pensar que las exigencias
democratizadoras en las ciudades, los reclamos por la contaminación
y los derechos humanos, hubieran podido tener la trascendencia que
lograron sin la repercusión que les viene dando la prensa, la
radio y la televisión. Las secciones especiales sobre ``la
ciudad'' o ``la metrópoli'' expresan la alarma de una parte de la
ciudadanía ante el crecimiento sin planificación y los efectos
autodestructivos de nuestros modos de habitar. No es posible
atribuir en bloque, al conjunto de las industrias culturales, la
virtud de haber ampliado el horizonte informativo de las masas.
Pero si distinguimos entre los medios más comercializados, más
dependientes del rating, sólo reproductores de los gustos
y el sentido común mayoritarios, y, por otra parte, aquellos
preocupados por ampliar la información y representar las voces críticas,
hay que reconocer a éstos el haber enriquecido las agendas de
discusión en las sociedades contemporáneas.
¿Cuántas de estas revelaciones y ampliaciones de agenda se
acumulan, se convierten en memoria y voluntad de transformación?
No hay nada más anacrónico que las noticias del diario de ayer,
se ha dicho muchas veces. Más vertiginoso aún es el régimen de
obsolescencia visual de la televisión, donde la actual
multiplicación de canales exacerba la necesidad de neutralizar el
zapping mediante la renovación incesante de los estímulos.
Discutir la política de los medios se volvió parte del debate
sobre la vida de la ciudad: ¿nos empujan inexorablemente las
tecnologías audiovisuales al repliegue doméstico, al olvido y la
espectacularización a distancia de lo público, o existen formas
de reapropiación crítica de las representaciones mediáticas?
Ciudadanos
atrincherados
El tercer procedimiento de invisibilización de las ciudades
deriva de las nuevas formas de segregación espacial que producen
quienes se encierran y ocultan mediante muros, rejas, la
privatización de calles y los dispositivos electrónicos de
seguridad. No conozco estudios de los cambios veloces que este
proceso está generando en la sociabilidad y en los imaginarios de
la ciudad de México. Hay encuestas, debates periodísticos y
parlamentarios, manuales que recomiendan cómo protegerse de
secuestros, robos de coches, casas, tarjetas de crédito y
violaciones: uno de estos manuales sostiene que ``las bardas, el
alambrado de púas y los perros entrenados no han logrado detener
el embate del mal''; por eso, destacan la necesidad de prepararse
personalmente para saber defenderse, algo así como tener una
cultura contra los riesgos.[...]
Las nuevas estrategias de protección adoptadas por los
habitantes modifican el paisaje urbano, los viajes por la ciudad,
los hábitos y comportamientos cotidianos. En barrios populares
-las favelas brasileñas, las villas miseria de Buenos Aires y sus
equivalentes en Bogotá, Caracas y México- los vecinos se
organizan para cuidar la seguridad y aun impedir, en ciertos
casos, la entrada de la policía. Los sectores económicos más
poderosos establecen conjuntos residenciales y lugares de trabajo
cerrados a la circulación o con acceso rigurosamente restringido.
Algunos colocan controles igualmente estrictos en los centros
comerciales, los incluyen dentro de los conjuntos habitacionales,
o llegan a extremos como el de la zona de Morumbi, en S‹o Paulo,
donde a los guardias privados y los clubes dentro de los edificios
se agregan otras ofertas que apelan tanto a la demanda de
seguridad como de distinción: una alberca por departamento, tres
recámaras para empleadas domésticas, dos salas de espera para
choferes en el sótano y habitaciones especiales para guardar la
cristalería.
La segregación física instituida por estos ``enclaves
fortificados'', como explica Teresa Caldeira, es exacerbada por
cambios en los hábitos y rituales familiares, por obsesivas
conversaciones sobre la inseguridad que tienden a polarizar lo
bueno y lo malo, establecer distancias y muros simbólicos que
refuerzan las barreras físicas. Una cultura de la protección
sobrevigilada se alía con nuevas reglas de distinción para
privatizar espacios públicos y separar más abruptamente que en
el pasado a los sectores sociales. El imaginario se vuelve hacia
el interior, rechaza la calle, fija normas cada vez más rígidas
de inclusión y exclusión.[...] El espacio público de las calles
queda como espacio abandonado, síntoma de la desurbanización y
del olvido de los ideales modernos de apertura, igualdad y
comunidad; en vez de la universalidad de derechos, la separación
entre sectores diferentes, inconciliables, que quieren dejar de
ser visibles y de ver a los otros.
A esto se agrega en muchas ciudades, como describe Mike Davis
respecto de Los çngeles, ``respuestas armadas ubicuas'', hechas
por agentes diversos y no coordinados. Al ``control arquitectónico
de las fronteras sociales'' y la militarización errática de la
vida urbana, se añadeÊel manejo ``policializado'' del espacio
electrónico y el acceso pagado a las ``comunidades de
informaciones'', bancos de datos para élites y servicios por
suscripción que ``se apropian de partes del ágora invisible''.
``En una ciudad de varios millones de inmigrantes, las amenidades
públicas están disminuyendo radicalmente, los parques son
abandonados y las playas se vuelven más segregadas, las
bibliotecas y los centros públicos de diversión son cerrados,
los agrupamientos juveniles prohibidos, y las calles se van
volviendo más desoladoras y peligrosas.'' ``Al mismo tiempo en
que son demolidos los muros en Europa oriental, se los está
erigiendo por toda la ciudad de Los çngeles.''
De
la vigilancia al imaginario colectivo
[...]En 1997, cuando la ciudad de México se prepara para
definir quiénes serán sus gobernantes y se crean condiciones
para una elección más transparente, la metrópoli que desde hace
décadas es imposible de abarcar con la mirada del paseante se
vuelve opaca aun en las zonas que conocíamos. Se multiplican los
lugares por donde ya es mejor no transitar ni detenerse a ver,
crecen los pedidos de vigilancia. ¿Servirá la nueva etapa para
que juntos, gobierno, partidos que no ganen, movimientos
sociales y ciudadanos comunes, podamos imaginar una ciudad
distinta? ¿Por qué la ciudad de los medios es tan a menudo sólo
la ciudad de los miedos?
Quizá no todas las noticias de cambios sean anuncios de
peligros, ni todos los peligros sean tan alarmantes. Tal vez la
primera tarea consista, por eso, en discernir lo que efectivamente
está ocurriendo, estudiar no sólo los conflictos macrosociales y
económicos sino también la cultura cotidiana y la cultura política
desde las cuales sería posible reconstruir una apropiación menos
segregada, más justa y comunitaria, de los espacios urbanos. Se
trata de decidir si lo que va a prevalecer es la vigilancia o el
conocimiento y la imaginación participativos. Hay dos tipos de
ciudades, escribe Italo Calvino: ``...las que a través de los años
y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en
las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados
por ella''.
Leo en un número reciente de la Revista Mexicana de Política
Exterior el espléndido artículo ``Historia de tres
ciudades'', referido también a sedes de grandes conferencias
mundiales donde se trataron algunos de estos temas (Río, Viena y
Chicago), escrito por L.M. Singhvi. Cuenta la anécdota de un
periodista de Europa oriental que decía: ``...nuestros periódicos,
como los periódicos del resto del mundo, contienen verdades,
verdades a medias y mentiras. Las verdades se encuentran en las páginas
de deportes, las verdades a medias en las predicciones del clima y
las mentiras en todo el resto''. Para hacer una ciudad más
visible sería útil que los medios masivos que nos ayudan a
imaginarla incluyeran toda la información urbana en la sección
deportiva.
Bibliografía
Miguel Angel Aguilar, ``Espacio público
y prensa urbana en la ciudad de México'', Perfiles
Latinoamericanos, año 5, núm. 9, Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales, México, 1996, pp. 47-72.
Teresa P. R. Caldeira, ``Un nouveau
modèle de ségrégation spatiale: les murs de Sao Paulo'', Revue
internationale des Sciences Sociales, núm. 147, París, 1996.
Mike
Davis, City of Quartz. Excavating the Future in Los Angeles,
First Vintage Books Editions, Londres, 1990.
Néstor García Canclini, Alejandro
Castellanos y Ana Rosas Mantecón, La ciudad de los viajeros,
Grijalbo, México, 1996.
Angela Giglia y Rosalía Winocur,
"La participación en la radio: entre inquietudes ciudadanas
y estrategias mediáticas", Perfiles Latinoamericanos,
op. cit., pp. 73-84.
Rem
Koolhaas, Delirious New York, The monicelli Press, Nueva
York, 1994.
Gentileza de: http://www.jornada.unam.mx
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