La ira es una
emoción saludable para las personas
por Marta Morales
Las
expresiones faciales desvelan nuestras reacciones biológicas ante el
estrés
El estudio de los
cambios de los músculos del rostro sirve para conocer las emociones
de los que nos rodean de manera casi inconsciente. Así, se dice que
existe un "lenguaje" facial por el que podemos relacionarnos
mejor con nuestros semejantes. De esta premisa ha partido un estudio
en el que se han analizado las emociones de ira de un grupo de
estudiantes norteamericanos. Estas reacciones se han relacionado además
con el pulso o la presión sanguínea. Como resultado, se ha
descubierto que aquellas personas que no expresan su ira o,
simplemente, expresan miedo antes que enfadarse ante una situación de
estrés, tienen más tendencia a dañar su propia salud.
A través del rostro se pueden conocer los
estados emocionales de cualquier persona. Según el famoso investigador
y psicólogo estadounidense Paul
Ekman, autor de libros como “¿Qué dice ese gesto”, publicado
en España en 2004, la cara nos suministra datos abundantes
imprescindibles para nuestras relaciones interpersonales, debido a que
el rostro soporta la información de todo aquello que pasa por nuestra
mente. El resto del cuerpo, por su parte, comunica siempre información
acerca de la intensidad de nuestras emociones.
Este hecho, comprobado por gran cantidad de estudios, ha servido como
base para una investigación realizada por la psicóloga Jennifer
Lerner de la universidad estadounidense de Carnegie
Mellon, de la que se deduce –gracias al análisis de las
expresiones de los rostros- que la ira es una emoción saludable para
los humanos.
Aquellas personas que responden a las situaciones de estrés con
reacciones iracundas inmediatas, en general suelen tener una mayor
sensación de control sobre la realidad y son más optimistas que aquéllas
que reaccionan con miedo. Los resultados de este estudio han aparecido
publicados en la revista Biological
Psychiatry
Situaciones amenazantes
El experimento de Lerner consistió en atosigar a 92 estudiantes de la universidad
de California convenciéndoles para que contaran hacia atrás desde
un número muy alto (más de 6.000) hasta 13 o bien desde el 9.095 hasta
siete. Con la excusa de que la cuenta atrás era en realidad una fórmula
para medir su inteligencia, los alumnos realizaron la prueba (tenían
que contar muy deprisa), empezando de nuevo si incidían en algún
error. Mientras contaban, sus rostros fueron grabados por una cámara de
vídeo.
Aunque aparentemente absurdo, este experimento permitió a los
investigadores analizar las reacciones faciales de los estudiantes, que
iban desde la sorpresa hasta la indignación. Lerner y sus colegas
pudieron identificar en sus gestos miedo, rabia y disgusto, gracias a un
sistema de decodificación psicológica basado en ligeros cambios en los
músculos más pequeños del rostro.
Asimismo, también fueron medidas la presión sanguínea, el pulso y las
secreciones de cortisona de los alumnos, estas últimas por medio de
muestras tomadas de la lengua de los voluntarios con un algodón. La
cortisona es una hormona que se segrega, al igual que el resto de las
demás hormonas corticosuprarrenales, en situaciones estresantes.
Cuando nos sentimos agredidos por situaciones que nos producen cierta
tensión, el sistema nervioso se pone en marcha y las hormonas se
liberan para activar nuestros sentidos. Es una respuesta que está
programada biológicamente, y que suele producir las mismas reacciones
en todas las personas. Su fin es el de protegernos o defendernos ante
cualquier amenaza.
Mejor expresar que esconder
De los resultados del estudio de Lerner se desprende que aquellos
alumnos cuyos rostros mostraban más miedo habían tenido durante la
prueba una tensión sanguínea más alta, al igual que mayores niveles
de cortisona en la sangre. Esto sucedía de igual manera con mujeres que
con hombres.
Según Lerner, esto significa que, en aquellas situaciones en que la ira
o la indignación están justificadas, el enfado como respuesta natural
a dichas situaciones no es “malo”, sino que permite que nos
adaptemos mejor al medio. De hecho, resulta bueno para la salud, puesto
que nuestro organismo recupera pronto los niveles normales de presión
sanguínea, pulso y cortisona en la sangre, al contrario que si nos
reprimimos. Por el contrario, la ira crónica, continuada, tampoco es
saludable: hace daño al corazón y a la presión arterial.
El rostro, al menos en este caso, sí parece ser el espejo del alma.
Numerosos estudios señalan que juzgamos las caras en primer lugar según
lo agradable o desagradable que sea la emoción que expresa, en segundo
lugar según la frecuencia de los gestos (actividad es igual a tensión,
pasividad es igual a relajación) y, por último, según el parámetro
de intenso o controlado. A partir del movimiento muscular de nuestro
rostro se puede conocer no sólo nuestra situación emocional sino, además,
la forma en que cuidamos de una manera indirecta nuestra salud.
Gentileza de: www.tendencias21.net
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Cada noche
me acecha del otro lado
de la cama.
Me mira con su sonrisa feroz,
invitándome a desafiarla.
Me señala con el dedo
tembloroso
por las carcajadas espantosas.
La miro, callo, le doy la espalda,
pero no puedo dejar de escucharla.
Susurra, luego grita,
al final, aúlla
para llamar mi atención.
Para obligarme a enfrentarla.
Cobarde de mí, la espío de reojo
mientras ella contiene el aire,
esperando.
Y me rindo.
Me entrego.
Me abro las venas y la alimento con mi sangre,
mi sudor y mis lágrimas.
Es preferible escribir
a permitirle que me ataque.
Locura mía, vital, arrasadora,
que me mantiene de este lado
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