La
supuesta llave de la felicidad de todos, y el explícito propósito de los
políticos, es el crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI). Y el PBI
es medido en función de la suma total de dinero gastado por la población.
Jonatan
Rowe y Judith Silverstein escriben:
"Despojado del exitismo y la euforia, el crecimiento implica
simplemente `gastar más dinero´. Y a dónde vaya a parar ese dinero y
por qué no tiene la menor importancia".
De
hecho, la mayor parte del dinero que se gasta, y una parte aún mayor del
crecimiento de ese gasto, termina financiando la lucha contra los
equivalentes de la sociedad de consumo de las `dolencias iatrogénicas¨,
problemas causados por la exacerbación y luego aplacamiento de carencias
y caprichos del pasado. La industria de alimentos de los Estados Unidos
gasta alrededor de 21.000 millones de dólares anuales en sembrar y
cultivar el deseo de productos más sofisticados, exóticos y
supuestamente más sabrosos, mientras que la industria de las dietas y la
pérdida de peso gana 32.000 millones de dólares al año, y la inversión
en tratamientos médicos, en gran medida necesarios para luchar contra el
flagelo de la obesidad, se duplicará a lo largo de la próxima década.
Los habitantes de la ciudad de Los Ángeles gastan en promedio unos 800
millones al año en combustible, a la vez que los hospitales registran un
´récord de admisión de pacientes con problemas de asma, bronquitis y
otros males respiratorios causados por la contaminación del aire, lo que
hace que su ya astronómica facturación rompa nuevas marcas. Mientras
consumir (y gastar) más que ayer pero (así se espera) menos que mañana
siga siendo el camino soberano hacia la solución de todos los problemas
sociales, y mientras el cielo sea el único límite para el poder magnético
de las sucesivas atracciones consumistas, los cobradores de deudas
impagas, las compañías de seguros y los inadaptados carcelarios seguirán
siendo los mayores contribuyentes al crecimiento del PBI. Es imposible
medir con exactitud el enorme y creciente papel que juega en el
crecimiento del PBI el estrés emanado de las preocupaciones que consumen
nuestras vidas de modernos consumidores líquidos.
El
método más aceptado para calcular el "producto bruto" y su
crecimiento, y en particular el guarismo fetiche que la política actual
extrae de él, descansa sobre la presunción no verificada y rara vez
explicada abiertamente, a pesar de las repetidas impugnaciones de la que
es objeto. Según dicha presunción, la suma total de la felicidad humana
aumenta a medida que mayor cantidad de dinero cambia de manos. En una
sociedad de mercado, el dinero cambia de manos en múltiples ocasiones.
Por mencionar apenas algunos de los patéticos ejemplos señalados por
Jonathan Rowe, el dinero cambia de manos cuando alguien queda inválido
como consecuencia de un accidente y el automóvil en cuestión es un
amasijo de hierros retorcidos que no puede ser reparado, cuando los
abogados presentan sus cargos al ocuparse de un caso de divorcio o cuando
la población instala filtros de agua o decide directamente comprar agua
embotellada porque la que sale del grifo se ha vuelto intomable. Y en
todos esos casos y tanto otros similares, el "producto bruto"
crece y los políticos al mando, los economistas de turno y sus grupos de
expertos se regocijan.
El
modelo del PBI que domina (de hecho, que monopoliza) la manera como los
miembros de una sociedad líquida moderna consumista e individualizada
piensan el bienestar o el "bien social" (en las raras ocasiones
en que sus propias preocupaciones acerca de cómo tener una vida exitosa y
feliz les dejan tiempo para tales consideraciones) es notable no tanto por
sus clasificaciones erróneas o tergiversadas, sino por lo que
directamente deja fuera de ellas, por todo aquello que elimina de plano de
sus consideraciones y sus cálculos, restando de esa manera y en la práctica
toda relevancia real al tema de la riqueza nacional y el bienestar
individual y colectivo.
Así
como los Estados modernos omniordenadores y omniclasificadores no podían
tolerar a los "hombres sin amo" y así como los imperios
modernos en expansión y ávidos de territorios no podían tolerar la
tierra "sin dueño", los mercados modernos no toleran de buen
grado las "economías de no-mercado": un tipo de vida que se
reproduce a sí misma sin dinero que cambie de mano.
Para
los teóricos de la economía de mercado, ese tipo de vida no cuenta y,
por lo tanto, no existe. Para los practicantes de la sociedad de mercado,
constituye una afrenta y un desafío: un espacio aún no conquistado, una
flagrante invitación a la invasión y la conquista, una tarea inconclusa
que reclama acciones inmediatas.
Para
demostrar la naturaleza provisoria de todo modus coexistendi posible entre
las economías de mercado y las de no-mercado, los teóricos aplican a
estas formas o fragmentos de vida autorreproductivas nombres que sugieren
su anormalidad e inminente desaparición. La gente que se las arregla para
producir lo que necesita para sostener su estilo de vida y, por lo tanto,
no necesita realizar visitas periódicas a los comercios son entonces
personas que "viven al día", cuya existencia cobra sentido por
lo que les falta o necesitan: una existencia primitiva y miserable que
precede al "despegue económico" con el que se inicia la vida
normal, que obviamente no necesita calificativo alguno. Toda instancia en
la que un bien cambia de manos sin intercambio de dinero queda relegada a
la nebulosa de las "economías informales", una vez más la
parte connotada de una oposición cuya contraparte normal ( a saber, los
intercambios mediados por el dinero) no necesita dominación.
Los
practicantes de la economía de mercado hacen todo lo posible por triunfar
en esos lugares donde han fracasado los expertos en marketing. La expansión
es tanto horizontal como vertical, extensiva e intensiva: no sólo hay que
conquistar esas tierras que se aferran a su estilo de vida "de la
mano a la boca", sino también la parte informal de la economía de
pueblos ya convertidos al credo de compra/consumo. Las formas de vida no
monetarias deben ser destruidas para que quienes confiaban en ella
enfrenten la decisión de comprar o morirse de hambre. (aunque nadie les
garantiza que una vez convertidos al consumismo no les ocurra de todos
modos).
Se
demostrará que los aspectos de la vida todavía no comercializados entrañan
peligros que sólo pueden ser conjurados gracias a la compra de
herramientas o a la contratación de servicios, o se los denunciará en
tanto inferiores, repulsivos y, en definitiva, degradantes. Y como tales,
son denunciados.
La
ausencia más ostensible en los cálculos económicos de los teóricos y
que a la vez encabeza la lista de blancos de guerra comercial de los
practicantes del mercado, es el enorme sector de lo que A Halsey denominó
"economía moral", el intercambio familiar de bienes y
servicios, ayuda vecinal y cooperación entre amigos: todas aquellas
razones, impulsos y acciones con los que están entretejidos los lazos
humanos y los compromisos duraderos.
El
único personaje digno de la atención de los teóricos, por ser quien
mantiene aceitadas las ruedas del crecimiento económico, es el homo
economicus, ese actor solitario, autorreferente y sólo preocupado por sí
mismo que busca el trato más ventajoso y se guía por sus
"elecciones racionales", atento a no ser presa de ninguna emoción
que conspire con sus ganancias monetarias y en cuyo mundo vital pululan
otros personajes que lo único que comparten son estas virtudes. El único
personaje que los practicantes del mercado son capaces de reconocer y
aceptar es el homo consumens, ese comprador solitario, autorreferente y sólo
preocupado por sí mismo que ha hecho de la búsqueda del mejor precio una
cura para la soledad y reniega de cualquier otro tratamiento, un personaje
que sólo reconoce como comunidad necesaria de pertenencia a ese enjambre
de compradores que atestan los centros comerciales, un personaje en cuyo
mundo vital pululan otros personajes que no comparten más que esas
virtudes.
(...)
El
homo economicus y el homo consumens son hombres y mujeres sin ataduras
sociales. Son los miembros ideales de la economía de mercado y hacen las
delicias de los guardianes del PBI.
También
son ficciones.
A
medida que las barreras artificiales contra el libre mercado son quebradas
y las naturales son erradicadas o destruidas, la expansión
horizontal/extensiva de la economía de mercado parece estar a punto de
completarse. Pero la expansión vertical/intensiva lejos está de haber
terminado y uno se pregunta si tal cosa es posible o siquiera concebible.
Si
las tensiones generadas por la economía de mercado no alcanzan niveles
explosivos es sólo gracias a la válvula de seguridad de la "economía
moral". Si los sobrantes humanos producidos por la economía de
mercado no se vuelven inmanejables es sólo gracias al colchón de esa
"economía moral". De no ser por la intervención correctiva,
mitigadora, moderadora y compensatoria de la economía moral, la economía
de mercado dejaría al descubierto su instinto autodestructivo. El milagro
diario de salvación/ resurrección de la economía de mercado es fruto de
su fracaso en seguir ese instinto hasta sus últimas consecuencias.
Si
el homo economicus y el homo consumens son los únicos admitidos en el
mundo regido por la economía de mercado, un número considerable de seres
humanos queda excluido de la lista de candidatos que reúnen los
requisitos necesarios para acceder a un permiso de residencia permanente,
y poco o ninguno tienen derecho a gozar del estatus de residentes legítimos
en todo momento y en toda ocasión. Pocos o ninguno logran escapar de esa
zona gris que el mercado desdeña y que gustosamente desterraría o
extirparía de raíz del mundo que gobierna.
Aquellos
que desde el punto de vista de la conquista de los mercados -conquista ya
alcanzada o aún en curso- es una "zona gris", para sus
habitantes conquistados, conquistados a medias o a punto de serlo es una
comunidad, un vecindario, un círculo de amigos, compañeros de vida o de
por vida: un mundo donde la solidaridad, la comprensión, el intercambio,
la ayuda mutua y la compasión (todas nociones ajenas al pensamiento económico
y aborrecibles para la economía práctica) dejan en suspenso o dan la
espalda a las elecciones basadas en la racionalidad y la búsqueda del
propio interés individual. Un mundo cuyos habitantes no son competidores
ni objetos de uso y consumo, sino compañeros (que ayudan, que reciben
ayuda) en el constante e interminable esfuerzo conjunto de construir una
vida en común y de hacer que esa vida en común sea más fácil.
La
necesidad de la solidaridad parece resistir y sobrevivir a los embates del
mercado y no precisamente porque el mercado ceje en sus intentos. Siempre
que hay necesidad, existe una oportunidad de lucro y los expertos en
marketing aguzan su ingenio al punto de sugerir que la solidaridad, una
sonrisa amigable, la unión o la ayuda en caso de necesidad, pueden ser
compradas en un mostrador. Siempre tienen éxito y siempre fracasan. Los
sucedáneos comprados son incapaces de reemplazar los lazos humanos. En su
versión comercial, los lazos se transforman en bienes, es decir que son
transferidos a otra esfera, regida por el mercado y dejan de ser lazos
capaces de satisfacer esa unión que sólo concibe y mantiene viva con más
unión. La cacería de los mercados en pos del capital escondido o
inexplotado de la socialidad humana no puede tener éxito.
(...)
el
blanco principal del ataque de los mercados son los humanos en cuanto
productores. Una vez conquistada y colonizada toda la tierra, sólo los
consumidores obtendrán su permiso de residencia. El difuso albergue donde
se alojaban las condiciones de vida compartida será clausurado y
desmantelado. Los modelos de vida, así como los tipos de vínculos que
los sostienen, sólo están disponibles bajo la forma de bienes. (...) Es
justamente porque la economía moral tiene tan poca necesidad de los
mercados que las fuerzas del mercado se han alzado en armas contra ella.
En
esa guerra se ha desplegado una doble estrategia.
Primero,
todos los aspectos posibles de economía moral independiente de los
mercados es cosificada hasta cobrar el aspecto de objeto de consumo.
Segundo,
todo elemento de la economía moral que resista dicha cosificación es
considerado irrelevante para la prosperidad de la sociedad de consumo. Se
lo despoja de todo valor, en una sociedad entrenada para medirlo todo en término
pecuniarios e identificar el valor con el precio que figura en las
etiquetas de bienes y servicios vendibles y comprables. Por último, se lo
corre de la atención pública (y se espera que también de la individual)
borrándolo de las cuentas públicas indicadoras del bienestar humano.
El
resultado de esta guerra actual no está ni remotamente definido, aunque
hasta el momento la ofensiva proviene de uno solo de los bandos, mientras
que el otro se encuentra en permanente retirada. (...) Perder terreno es
un suceso ominoso y potencialmente desastroso en el desarrollo de una
guerra, pero el factor que en definitiva decide el resultado de las
hostilidades es siempre la habilidad de las tropas para luchar. El terreno
es más fácil de recobrar que el ánimo cuando se ha perdido, y que la
confianza en los objetivos y probabilidades de la resistencia cuando ha
flaqueado. Es esto precisamente lo que augura un destino más oscuro para
la economía moral.
El
éxito principal y más trascendente de la ofensiva del mercado hasta el
momento ha sido la gradual (pero de ninguna manera completa o
irremontable) aunque sistemática erosión de las habilidades de
socialidad. En términos de relaciones interpersonales, los actores
carentes de entrenamiento funciona cada vez más seguido en
"modalidad de agencia", actuando de forma heterónoma, siguiendo
instrucciones explícitas o subliminales, y guiados principalmente por el
deseo de cumplir órdenes al pie de la letra y por el miedo a apartarse de
los modelos en boga. El magnetismo seductor del comportamiento heterónomo
redunda sobre todo en un abandono de las responsabilidades: una receta
autorizada que viene en un mismo paquete junto con un acta que nos libera
de la necesidad de tener que responder por los resultados adversos de su
aplicación.
El
retroceso de las habilidades de socialidad se ve fogoneado y acelerado por
la tendencia, inspirada por el modelo de vida consumista dominante, a
tratar a los otros seres humanos como objetos de consumo, según la
cantidad de placer que puedan llegar a ofrecer y en términos de
"costo-beneficio". A lo sumo, los otros son valuados en tanto
compañeros-en-la-esencialmente-solitaria-tarea de consumir, compañeros
de alegrías consumistas, cuya presencia y activa participación pueden
intensificar dichos placeres. Perdido por el camino ha ido quedando el
valor intrínseco de los otros en cuanto seres humanos únicos e
irrepetibles, así como la preocupación por el cuidado de la propia y
ajena especificidad y originalidad. La solidaridad humana es la primera
baja de la que puede vanagloriarse el mercado de consumo.
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