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       ARTÍCULOS: ARCHIVO

 


 

 

Ernesto Sabato
entrevistado por
Magdalena Ruiz Guiñazú

 

   



ERNESTO SABATO


 

EN UNA CHARLA A FONDO, EL AUTOR DE SOBRE HÉROES Y TUMBAS CONFIESA SUS DUDAS Y DEBILIDADES,
QUE SON LAS MISMAS QUE SIGNARON SU VIDA Y SU OBRA,
DESDE UNO Y EL UNIVERSO HASTA ABBADÓN EL EXTERMINADOR,
Y DESDE SUS DÍAS DE BECARIO EN PARÍS HASTA LA PRESIDENCIA DE LA CONADEP.

 

Llueve incesantemente en estos últimos tiempos, y las casuarinas que miran a la calle Langeri han crecido hasta casi ocultar esa casa austera en la que Ernesto Sabato decidió vivir hace ya sesenta años, "cuando Santos Lugares" -sonríe Ernesto- "era un pueblito que no tenía nada que ver con la megalópolis que tanto detesto". Y, en efecto, tras esas paredes cubiertas de libros y retratos de familia, reinan la serenidad y el afecto. Un clima que rodea a Sabato, de la mano afectuosa y constante de Elvira González Fraga. Y en estas últimas semanas, como corresponde a un cumpleaños por demás importante, ha sido una experiencia memorable volver a ver algunos videos o escuchar algunas de las muchas cosas de las que hemos hablado con Ernesto.


-Sabato, has cumplido, en junio, noventa y cuatro años...

Sí, y estoy contento. ¡Por supuesto que me hubiera gustado cumplir treinta y cuatro! Noventa y cuatro es una cifra importante, pero hay que aceptar la vida tal como es. Aceptarla. La vida cobra valor porque la espera la muerte, que es un hecho trágico y trascendente. Y misterioso. No sabemos en qué consiste la muerte. Nadie ha vuelto de allí.

-Sin embargo, vos creés en la eternidad del alma...

Sí, creo en la eternidad del alma. No solamente por lo que yo pueda pensar, sino por lo que dicen los filósofos, desde Platón hasta Schopenhauer. Sí, creo en la eternidad del alma... -se detiene y explica:- Ahora, ¿qué será esto realmente? No lo sé. Sé, en cambio, que hay que aceptarlo con estoicismo, luchando hasta el último día sin bajar los brazos, luchando, claro, por lo que uno cree que son causas justas. A lo largo de la vida uno se equivoca muchas veces, y yo....qué sé yo. Pero en general he tratado de luchar por los pueblos oprimidos, por los desamparados.

Y aquí es interesante escuchar algunas confesiones de Sabato:


-La verdad es que he violado buena parte de los Mandamientos, pero alguna cosa buena tengo, y es que, te repito, he peleado siempre por la sacralidad de la persona humana. En ese sentido, adhiero al cristianismo y a la figura natural y sobrenatural de Cristo. Esto, sin duda también me ha costado mucho. Acusaciones, diatribas. Recuerdo cuánto me atacaron cuando trabajé en la Conadep, la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas... Fueron momentos en los que era importante tener fuerza interior.

Me permito aquí recordarle una ocasión muy particular en la que, justamente, él manifestó aquella firmeza. Con motivo de la promulgación de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final, los integrantes de la Comisión Nacional (ya se había disuelto la Conadep y entregado al gobierno del doctor Alfonsín el informe Nunca Más) nos reunimos para redactar un comunicado en el que expresábamos nuestra oposición a esas leyes. Alguien le avisó al entonces ministro del Interior que íbamos a emitir ese comunicado en pocas horas, y el ministro en cuestión se apareció en la reunión, para intentar disuadimos.

-En buenos términos, pero con absoluta firmeza, dijiste que de aquel texto no se tocaría ni una coma...

Es verdad, y me alegro de corazón de que las cosas hayan sido así. Nunca nos arrepentimos de haberlo expresado de esa manera. La Comisión Nacional duró nueve meses, que fueron muy duros, con amenazas y ataques de ciertos sectores, pero el informe Nunca Más se entregó a tiempo y, como se sabe, sirvió de base al juicio a los comandantes de la dictadura militar.

-Fue un momento de mucha emoción. El ministro en cuestión optó por levantarse e irse, y nosotros, los presentes, nos abrazamos con un profundo sentimiento de solidaridad.

Ernesto asiente y estrecha la mano de Elvira, mientras el fuego arde en la chimenea. La casa austera de la calle Langeri, de la que hablábamos, está poblada de Historia. Así. Con mayúscula.

-Yo soy partidario de las pequeñas comunas. En 1944, Santos Lugares me recordaba a Rojas, mi pueblo natal, en provincia. Había almacenes. No había cafés, y al lado del almacén, infaltable, se levantaba lo que se llamaba el "despacho de bebidas", con un cartel que añadía la ley número tal, y cuando entrabas había que tomar... qué sé yo, una grapa, una caña. ¡No ibas a pedir un whisky! No, hubiera sido una ofensa para la gente que estaba allí. Sí, nunca me gustaron las grandes ciudades. El problema es si se puede ser al mismo tiempo universalista y localista.

-Recuerdo, en los años setenta, un libro tuyo, apasionante: La Cultura en la Encrucijada Nacional, que en aquellos tiempos confusos y difíciles fue realmente una guía para no perder la objetividad. Cuando vos preguntás cuáles son "las patrias del espíritu", abrís un horizonte infinito. No hay un lugar inamovible. El espíritu es, felizmente, como el fondo del mar.

-Por supuesto. El espíritu es infinito, es universal. Nos pide amor por nuestro suelo, por modesto que sea. Yo comprendo bien ese amor... Me acuerdo de un negro africano becado en la Sorbona, en la época en que yo estaba en París becado en el laboratorios Curie. Tenía en su cuerpo los tatuajes de su tribu y sentía la nostalgia de su aldea. Yeso me pareció maravilloso. Maravilloso. Hay la patria grande que es el mundo, y la patria chica de cada uno.

-¿Por qué te fascina tanto la estepa rusa? ¿La comparás con la pampa?

-Puede ser. Incluso yo he escrito sobre eso en el libro que mencionás. Sobre la pampa y la estepa; el mate y el samovar; la dacha y el rancho. Ese no hacer nada sentado la galería, mirando el horizonte... A propósito, todavía recuerdo la bronca que me dio cuando, en la traducción de El Túnel al inglés, ¡escribieron ranch por estancia! Los llamé y les dije:
"No es una unidad agropecuaria, ¡es un lugar para mirar el horizonte!". Ese horizonte infinito. Mira, todavía hoy quiero ir a San Petersburgo, conocer Rusia.
Siempre me han fascinado los rusos, por el predominio de sus sentimientos.

-Vos solías decir que la gran literatura rusa era muy proclive a inclinarse ante lo francés.

-Bueno, hoy no sé realmente cómo piensan, pero esa locura eslava es muy seductora. Lo mismo que el romanticismo alemán: Schiller, Hölderlin... Pero tampoco puedo dejar de pensar que Dostoievski fue el gran escritor de todos los tiempos, y no quisiera morirme sin llevar unas flores a su tumba. Siempre me ha fascinado esa tendencia rusa hacia los actos sin sentido, la fuerza del torrente. Yo pienso que la inmensidad de la estepa o de la pampa tiene efectos metafísicos sobre las personas.

-¿Vos creés que el hombre puede modificar su destino?

Ernesto permanece silencioso, y cuando, entre los recuerdos de esa tarde, ponemos en pantalla un video en el que, en su momento, hablaba del destino, sonríe y murmura:
-Hoy pienso exactamente lo mismo.

-Ya veo: casi una declaración de principios.

-Sí, el hombre puede modificar parte del destino. Digamos, buena parte.
Te voy a poner un ejemplo, porque hay realidades objetivas que uno no puede modificar. Si yo estoy preso, si soy un preso a perpetuidad, no puedo salir a correr carreras pedestres. Hay muchas cosas que no puedo hacer pero, en cambio, hay otras que puedo realizar dentro de la cárcel. Puedo ser allí un gran escritor, un gran pintor. Si soy jorobado, la joroba impide definitivamente que sea un galán de cine, pero puedo en cambio ser un gran sabio, adquirir un gran nivel de sabiduría. Esopo era jorobado. Toulouse Lautrec, contrahecho. Es cierto, en el mundo hay muchas dificultades. Si sos muy sensible, el mundo te parece, y creo que es verdad, una atrocidad. El mundo es atroz. Si no, por ejemplo, no existiría la tortura. Y yo creo que casi la totalidad de los artistas por resistirse a ese mundo horrible crearon cosas maravillosas. No a pesar de que el mundo es horrible sino precisamente para Olvidarlo. El otro día estaba escuchando uno de los últimos quintetos de Mozart, muy dramático, de una belleza absoluta.
Y todos sabemos lo que fue la vida de Mozart. Una existencia llena de infelicidad, de contratiempos, de problemas.
Diría más: cuando la vida presenta dificultades, a primera vista una mirada superficial podría juzgar que el destino se está oponiendo a tu vida cuando, en realidad, te está obligando de pronto a ser creador y pasar a la historia como un gran pintor o un sabio importante con sentido de sagesse, de sabiduría. Te repito: pienso que aún encarcelado, el hombre puede disponer de una libertad interior que nadie le puede quitar.

En aquel momento, no pude dejar de preguntarle:

-Pero, ¿cómo se explica entonces que las grandes religiones hablen de la fatalidad del destino por aquello de que "todo está escrito"?

-Eso plantea un gravísimo problema teológico y yo no soy quién para analizarlo. Nunca terminaré de entender bien la relación entre el libre albedrío y el destino. Específicamente, yo creo que hay una libertad condicional. Un hombre es relativamente libre. Pero dentro de esa relatividad, repito, puede hacer cosas. Es la misma situación que se da con el personaje de una novela y su autor. Cuando el autor empieza a escribir, los personajes cobran libertad y, a medida que avanza el libro, el autor puede manejarlos sólo hasta cierto punto.

-¿A vos se te han escapado de las manos tus personajes?

-Bueno, esto es clásico. Lo sabe todo escritor. Claro que si es una novela policial, que es una especie de juego donde todo está inventado, recortado, armado, eso es otra cosa. Pero si es una novela en serio, los personajes tienen libertad.
Entonces hay entre el libre albedrío del personaje y la voluntad del escritor (y esto, creo yo, es una hipótesis) la misma relación que puede haber entre el libre albedrío del hombre y la voluntad del Creador.

-Bueno, pero el autor puede dejar de escribir...

-Una vez que el autor está lanzado en su obra, no puede detener la pluma. Está como obligado a seguir las vicisitudes de sus personajes y, al mismo tiempo, sufre mucho por las desdichas de esos mismos personajes. Y esto no es una frase.
Te puedo asegurar que a mí se me han caído lágrimas viendo la desdicha del chico de Sobre héroes y tumbas. En un momento dado, incluso me pregunté: "¿Por qué tiene que suceder todo esto?". Él estaba sufriendo, ya mí me dolía. No es que yo fuera indiferente, pero a pesar de que el autor, al comienzo, decide que sus personajes van a ser así y así y asá, ellos empiezan a desenvolverse solos. Y allí comienza la libertad.

-Estos temas: libertad, justicia, literatura, ¿eran motivo de discusión en tu familia?

-Y, sí. Nosotros fuimos once hermanos. Todos varones. Imagináte una larga mesa donde se discutía de todo. Y de política... Yo era bastante peleador, discutidor. Por cualquier cosa. Con mi hermano Arturo éramos muy amigos y nos defendíamos el uno al otro. Arturo, después, trabajó mucho en YPF. Y Vicente me refugió en su casa cuando fui perseguido. Vicente era muy jugador y se mudó enfrente de Los 36 billares, ¡para no perder horas de trabajo y poder jugar! (se ríe).

Como decíamos, muchos retratos de familia se codean con los libros que Ernesto ha ido atesorando (en perfecto orden) a lo largo de los años. Sobre el escritorio y muy cerca de la máquina de escribir hay una témpera, muy hermosa, de Matilde pintada por su hijo Mario. Y también la madre de Sábato en la tonalidad sepia de la foto, en el estudio de Ernesto, además de su máquina de coser marca New Home. No son los únicos tesoros del afecto. También el reloj de su padre, una jarrita de plata y “el revólver Colt que tenía papá siempre en su cajón y que heredó mi hermano mayor; hasta llegar a mis manos.”

-¡Pobre mamá! –suspira. Siempre quiso tener una hija mujer, ¡Y en cambio resultamos un familión de once varones! Yo era de los menores, y supongo que también por eso me quería tanto. Me llevaba a las tiendas Blanco y Negro que formaban una cadena en todas las ciudades pequeñas del interior. Siempre estaba con ella.

-Contale el sobrenombre que te habían puesto…-sugiere Elvira-, y Sabato se ríe francamente:

-Me decían “rompecanillas” porque cuando estaba embroncado, ¡No me paraba nadie! Confieso haberme agarrado a las piñas más de una vez.

-Vos sos un violento entramado de ternura. Si no, la gente no te hubiera demostrado tanto afecto -afirma Elvira.

-Puede ser, pero también hacía otras cosas. Leer, por ejemplo. Leer y leer.
Recuerdo la interminable Colección Araluce, aquella de "los clásicos al alcance de los niños", que además tenía unas láminas formidables, a todo color.
Mis hermanos mayores también leían mucho teatro. Por eso, desde chico, yo también me familiaricé con Schiller y los clásicos.

-Y en la escuela, ¿eras un buen alumno?

-Muy buen alumno. Me avergüenza un poco recordar que sacaba diez en todas las materias. Tenía facilidad.
Hasta en dibujo. Recuerdo con mucho cariño al Nacional de La Plata. Te digo:
¡Qué época linda! Tenía un compañero, Romano Yalour, del que era muy amigo. ¿Qué se habrá hecho de él? Nunca más nos vimos. También jugábamos al fútbol en Estudiantes de La Plata.

-¡Cómo? Resulta insólito imaginar a Sabato en un equipo de fútbol...

-Sí, sí. Era delantero, ¡pero tuve que dejar porque tenía floja la mollera! ¿Te das cuenta? No podía cabecear...

Y mientras cae la tarde seguimos conversando, como lo hemos hecho en estos últimos tiempos. Vuelven los días, buenos y malos, con los que un país difícil obliga a sus hijos a pensar, a ser solidarios, a recordar cosas (como lo hace Ernesto en su libro La Resistencia). Por ejemplo, acerca de una anécdota candorosa y maravillosa en la que un hombre de trabajo se desvanece en la calle de puro hambre y, cuando es reanimado, quienes lo socorren le preguntan cómo es que no había comprado algo para comer, con ese dinero que llevaba en los bolsillos. A lo que el hombre contesta, que ese dinero era intocable, porque le pertenecía al sindicato -y no es que antes no hubiera corrupción -explica Ernesto-, pero existía un sentido del honor que la gente era capaz de defender con su propia conducta. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes, y tratarlos como a señores delante de los niños y de los jóvenes que están frente a la pantalla.

-Justamente, sabemos cuánto te preocupan los chicos, y que has estado viajando por distintos pueblos del interior, visitando los fogones de esa fundación que te honra...

-Es cierto, y aunque a mis años es un gran esfuerzo, quiero dedicarle lo que me quede de vida a este trabajo, junto a los chicos y a los jóvenes y a "Memoria de América", que es un homenaje a otras maneras de vivir que aún podemos encontrar en las pequeñas ciudades.

y mientras terminamos el café, Ernesto estrecha nuevamente la mano de Elvira y repite, como un legado del afecto:

-Hace sesenta años que vivo en esta casa. Aquí vivimos con Matilde la infancia de nuestros hijos, donde Mario filmó sus primeras películas y donde nacieron mis nietos. Donde pasamos pobrezas, pero también acontecimientos fundamentales de nuestra vida. Quiero que todo en la casa quede tal cual está. Con sus roturas y sus paredes medio descascaradas. Esta casa donde nació mi obra y donde murió Matilde.

y donde también, para muchos argentinos, siguen viviendo, gracias a algún Dios, el alma y el cuerpo de un talentoso escritor y hombre de honor.


Por Magdalena Ruiz Guiñazú
Fuente: diario "Perfil"
Más información: www.perfilcom.ar

 

 

 

 

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