Imaginar
una historia en la cual sobre los personajes se abate una terrible
enfermedad. Se ha
establecido subrepticiamente y nadie sabe qué camino tomar para
salir venturosamente de esa situación.
El
primero en contraer la dolencia contagiosa fue un personajillo
de poca monta, de esos que el escritor pone mágicamente en el
papel con el empeño de balancear el material del argumento para que la
atención del lector no decaiga un instante. Escribía a la sazón algo
acerca de Tzara como si fuese ferrer lerín; decía más o menos luchar
contra el anquilosamiento de las palabras moverlas disponiendo nuevas
mallas sacudir la estructura del poema despertarlo la palabra corre y se
adhiere aparece un grito una modulación un fondo de sentido se crea
sonido de frases con los elementos volcados el fuego de las cosas que
conocemos bajo otros aspectos valoras lo que tenemos llegar a exprimir el
color y la forma de las letras unidas conocer el léxico tanto que huelga
la estrecha gramática las frases nacen limpias demostrar nuestro
conocimiento con la anarquía en la elección cavilando nuevos programas
saber qué se vierte sobre la hoja blanca aquí ahora poder columbrar
nuestra diaria vida desconocida la vida ceñida que desatamos.
Todo
ese fárrago-lerín, por muy francisco que fuera, traía molestísimo al
autor. Los humores se le caldeaban cada vez que posaba su vista sobre el
fragmento y días después el personaje se pone verde de pronto. Sin
mediar etapa de incubación se le ha instalado el virus fulminante con
toda la horrible calamidad.
Pero
no tiene tiempo de agradecer la suerte de alegrarse por la desgracia que
lo libera de esa pesadilla casi involuntaria de su pluma, porque
como reguero de pólvora la enfermedad se riega, se extiende por la
obra que
escribe y ahora personajes queridos, modelados con amor, con la ternura
que puede imprimir la premeditación, comienzan a sentirse mal, con leves
mareos que hacen perder la visión repentinamente y en la piel se notan ya
unas manchas con ulceraciones de aspecto repulsivo.
Algunos
se quejan de dolores agudos en la región abdominal.
Otros
de fuertes jaquecas propias de ancianos y amas de casas.
Les
tiemblan las manos y la sudoración incontinente no les permite asir
vasijas y objetos con seguridad.
Una
mañana, de compras en el mercado, le sale al paso una vieja decrépita
que fuma el apestoso tabaco que fuman las viejas decrépitas y es
precisamente ella la que le señala, sin darle tiempo a más: - “A usted
le sucede algo. Algo grande y no puede contra eso. Ha llegado el momento
de contarlo a otro. A ver.”.
Pero
qué sabrá esta anciana de problemas existenciales a nivel de la página
en blanco o de las palabras ya escritas que se descomponen al cabo de las
horas, o del pudridero de adjetivos, sujetos y verbos. Trata de eludirla
inventando un pretexto cualquiera y le regala tres tabacos de mejor
calidad, para que fumigue sus altares con olores menos decadentes.
El
escritor está preocupado y no puede más que llenar párrafos y párrafos,
páginas, aún capítulos enteros, de vitaminas y minerales, medicinas de
todo tipo, pócimas, remedios caseros, fabricados con yerbas y raíces
diversas. A excepción de estas prescripciones facultativas que se ha
tomado la licencia de introducir en el montón de cuartillas como cosa
informe encima de su mesa de trabajo, con la intención de frenar la
desgracia, el autor no se ha sentado a escribir ni una línea durante ese
tiempo.
Cuando
pone nuevamente manos a la obra decide hacer algunas enmiendas en el
texto, adaptando el escenario a las nuevas condiciones. Se propone
hospitalizarlos y brindarle los mejores cuidados.
Haciendo
un paréntesis imprescindible, reserva un capítulo entero a la construcción
inmediata de un hospital, ya que esta infraestructura no estaba prevista
en el desarrollo de la narración.
Ya
pone a los equipos pesados en el
movimiento de tierra, trae albañiles, carpinteros, plomeros,
electricistas. Muchos obreros señalan la inexistencia de las vías de
acceso para el arribo de los materiales y debe poner
toda su fuerza de carácter en función de esa encomienda. Lo hace
lo mejor posible. Crea una carretera principal con varios caminos
vecinales...
Entretanto,
algunos trabajadores han adquirido la enfermedad y nuevamente debe poner a
prueba su poder de convencimiento, instándolos a continuar sin desmayo,
porque de la construcción en ciernes depende ya no solamente la
recuperación de aquellos moradores del texto sino de su propia gente, de
ellos mismos. Estamos construyendo – dice, escribe- el soporte
estructural de la futura recuperación de ustedes. De la celeridad con que
se disponga depende el éxito revertido en salud.
A
pesar del sabor a consigna manida de su discurso, los obreros comprenden
la gravedad del momento y mantienen las esperanzas con el trabajo
continuado. Pocas semanas más tarde, el hospital está
a punto., listo para albergar los primeros pacientes. Estéticamente
no es un prodigio arquitectónico, pero su funcionalidad salta a la vista;
al menos los apresurados proyectistas supieron poner cada cosa en su lugar
y los no menos apresurados constructores lo llevaron del papel a la
realidad con bastante exactitud.
Introduce
entonces en la trama los médicos más capacitados que su imaginación
puede crear, oftalmólogos, ortopédicos, cirujanos, dermatólogos,
especialistas endocrinólogos, en neuropatías, patólogos, en medicina
interna y general. Además pone a disposición de los galenos un
equipamiento moderno y práctico, dotado del personal técnico
correspondiente, así como enfermeras experimentadas, de gran calificación.
Al
abrigo de la institución médica y la atención esmerada de enfermeras y
doctores, el grupo de personajes va mejorando paulatinamente. El progreso
es posible notarlo de hora en hora, tanto que ya el argumento principal
recibe las primeras altas. La novela ha salido favorecida con todos estos
contratiempos. Se le ha enriquecido entre las manos. Como
por encantamiento el manuscrito de ciento veinte páginas , se le
ha convertido en un mamotreto de quinientas cuartillas, mucho más
complejo, variado e interesante que al comienzo, gracias a esta enfermedad
bendita enviada tal vez por el mismísimo Thot en persona.
Van
curando sus afecciones poco a poco, sin embargo, la incógnita fundamental
sigue en pie. Se ordena crear una Comisión de Expertos, cuya misión será
investigar hasta las últimas consecuencias las causas de la epidemia.
Después
de varias semanas de minuciosa indagación, los peritos han llegado a la
conclusión irrebatible, alcanzada por el consenso de los integrantes del
equipo investigativo, de que el propio autor ha contaminado, sin saberse cómo,
a los personajes.
Demasiado
tarde se dan cuenta los expertos de que a él no se le ha suministrado
vitaminas ni minerales, medicamentos ni hierbas o pócimas, remedios
caseros, ni se le ha internado en ningún hospital donde fuese atendido
por especialistas. Por supuesto, el autor se entera por el informe que ha
mandado confeccionar a la Comisión, y sabe que debe ordenar sus cosas
a la mayor brevedad, con la mayor rapidez.
Cada
personaje encuentra la ley que lo hará vivir indefinidamente entre los
signos gráficos del alfabeto.
El autor, en cambio,
muere al poner el punto final de la novela.
*
La Habana - Cuba
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