"Casi siempre se hallan en nuestras manos los  recursos que pedimos al cielo." 
William Shakespeare


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       ARTÍCULOS: ARCHIVO

 


 


Personaje en verde

cuento de Saturnino Rodríguez Riverón *

Segunda Mención del V Concurso de Cuento Breve de la Feria del Libro de Punilla

   





 

Imaginar una historia en la cual sobre los personajes se abate una terrible enfermedad. Se ha  establecido subrepticiamente y nadie sabe qué camino tomar para salir venturosamente de esa situación.

El primero en contraer la dolencia contagiosa fue un personajillo  de poca monta, de esos que el escritor pone mágicamente en el papel con el empeño de balancear el material del argumento para que la atención del lector no decaiga un instante. Escribía a la sazón algo acerca de Tzara como si fuese ferrer lerín; decía más o menos luchar contra el anquilosamiento de las palabras moverlas disponiendo nuevas mallas sacudir la estructura del poema despertarlo la palabra corre y se adhiere aparece un grito una modulación un fondo de sentido se crea sonido de frases con los elementos volcados el fuego de las cosas que conocemos bajo otros aspectos valoras lo que tenemos llegar a exprimir el color y la forma de las letras unidas conocer el léxico tanto que huelga la estrecha gramática las frases nacen limpias demostrar nuestro conocimiento con la anarquía en la elección cavilando nuevos programas saber qué se vierte sobre la hoja blanca aquí ahora poder columbrar nuestra diaria vida desconocida la vida ceñida que desatamos.

Todo ese fárrago-lerín, por muy francisco que fuera, traía molestísimo al autor. Los humores se le caldeaban cada vez que posaba su vista sobre el fragmento y días después el personaje se pone verde de pronto. Sin mediar etapa de incubación se le ha instalado el virus fulminante con toda la horrible calamidad.  

Pero no tiene tiempo de agradecer la suerte de alegrarse por la desgracia que lo libera de esa pesadilla casi involuntaria de su pluma, porque  como reguero de pólvora la enfermedad se riega, se extiende por la obra  que escribe y ahora personajes queridos, modelados con amor, con la ternura que puede imprimir la premeditación, comienzan a sentirse mal, con leves mareos que hacen perder la visión repentinamente y en la piel se notan ya unas manchas con ulceraciones de aspecto repulsivo.

Algunos se quejan de dolores agudos en la región abdominal.

Otros de fuertes jaquecas propias de ancianos y amas de casas.

Les tiemblan las manos y la sudoración incontinente no les permite asir vasijas y objetos con seguridad.

Una mañana, de compras en el mercado, le sale al paso una vieja decrépita  que fuma el apestoso tabaco que fuman las viejas decrépitas y es precisamente ella la que le señala, sin darle tiempo a más: - “A usted le sucede algo. Algo grande y no puede contra eso. Ha llegado el momento de contarlo a otro. A ver.”.

Pero qué sabrá esta anciana de problemas existenciales a nivel de la página en blanco o de las palabras ya escritas que se descomponen al cabo de las horas, o del pudridero de adjetivos, sujetos y verbos. Trata de eludirla inventando un pretexto cualquiera y le regala tres tabacos de mejor calidad, para que fumigue sus altares con olores menos decadentes.

El escritor está preocupado y no puede más que llenar párrafos y párrafos, páginas, aún capítulos enteros, de vitaminas y minerales, medicinas de todo tipo, pócimas, remedios caseros, fabricados con yerbas y raíces diversas. A excepción de estas prescripciones facultativas que se ha tomado la licencia de introducir en el montón de cuartillas como cosa informe encima de su mesa de trabajo, con la intención de frenar la desgracia, el autor no se ha sentado a escribir ni una línea durante ese tiempo.

Cuando pone nuevamente manos a la obra decide hacer algunas enmiendas en el texto, adaptando el escenario a las nuevas condiciones. Se propone hospitalizarlos y brindarle los mejores cuidados.

Haciendo un paréntesis imprescindible, reserva un capítulo entero a la construcción inmediata de un hospital, ya que esta infraestructura no estaba prevista en el desarrollo de la narración.

Ya pone a los equipos pesados en el  movimiento de tierra, trae albañiles, carpinteros, plomeros, electricistas. Muchos obreros señalan la inexistencia de las vías de acceso para el arribo de los materiales y debe poner  toda su fuerza de carácter en función de esa encomienda. Lo hace lo mejor posible. Crea una carretera principal con varios caminos vecinales...

Entretanto, algunos trabajadores han adquirido la enfermedad y nuevamente debe poner a prueba su poder de convencimiento, instándolos a continuar sin desmayo, porque de la construcción en ciernes depende ya no solamente la recuperación de aquellos moradores del texto sino de su propia gente, de ellos mismos. Estamos construyendo – dice, escribe- el soporte estructural de la futura recuperación de ustedes. De la celeridad con que se disponga depende el éxito revertido en salud.

A pesar del sabor a consigna manida de su discurso, los obreros comprenden la gravedad del momento y mantienen las esperanzas con el trabajo continuado. Pocas semanas más tarde, el hospital está  a punto., listo para albergar los primeros pacientes. Estéticamente no es un prodigio arquitectónico, pero su funcionalidad salta a la vista; al menos los apresurados proyectistas supieron poner cada cosa en su lugar y los no menos apresurados constructores lo llevaron del papel a la realidad con bastante exactitud.

Introduce entonces en la trama los médicos más capacitados que su imaginación puede crear, oftalmólogos, ortopédicos, cirujanos, dermatólogos, especialistas endocrinólogos, en neuropatías, patólogos, en medicina interna y general. Además pone a disposición de los galenos un equipamiento moderno y práctico, dotado del personal técnico correspondiente, así como enfermeras experimentadas, de gran calificación.

Al abrigo de la institución médica y la atención esmerada de enfermeras y doctores, el grupo de personajes va mejorando paulatinamente. El progreso es posible notarlo de hora en hora, tanto que ya el argumento principal recibe las primeras altas. La novela ha salido favorecida con todos estos contratiempos. Se le ha enriquecido entre las manos. Como  por encantamiento el manuscrito de ciento veinte páginas , se le ha convertido en un mamotreto de quinientas cuartillas, mucho más complejo, variado e interesante que al comienzo, gracias a esta enfermedad bendita enviada tal vez por el mismísimo Thot en persona.

Van curando sus afecciones poco a poco, sin embargo, la incógnita fundamental sigue en pie. Se ordena crear una Comisión de Expertos, cuya misión será investigar hasta las últimas consecuencias las causas de la epidemia.

Después de varias semanas de minuciosa indagación, los peritos han llegado a la conclusión irrebatible, alcanzada por el consenso de los integrantes del equipo investigativo, de que el propio autor ha contaminado, sin saberse cómo, a los personajes.

Demasiado tarde se dan cuenta los expertos de que a él no se le ha suministrado vitaminas ni minerales, medicamentos ni hierbas o pócimas, remedios caseros, ni se le ha internado en ningún hospital donde fuese atendido por especialistas. Por supuesto, el autor se entera por el informe que ha mandado confeccionar a la Comisión, y sabe que debe ordenar sus cosas  a la mayor brevedad, con la mayor rapidez.

Cada personaje encuentra la ley que lo hará vivir indefinidamente entre los signos gráficos del alfabeto.

El autor, en cambio, muere al poner el punto final de la novela.

 

* La Habana - Cuba

 

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