José Martí,
brillante periodista, ensayista de primera línea, poeta excelso, diplomático
al servicio de varios países, catedrático de lengua Inglesa, literatura
francesa, italiana y alemana y de Historia de la Filosofía, políglota,
crítico de arte y literatura, traductor y renovador de la lengua.
Martí fue el intelectual que en un siglo
dominado por lo europeo, confirió universalidad a las letras
hispanoamericanas. Escribió para los niños y organizó un partido, un ejército
y una guerra. Fue un jefe excepcional que puso bajo su mando a una pléyade
de curtidos generales.
El más precoz de todos los líderes
cubanos, nació el 28 de enero de 1853, en La Habana. A los diez años
escribía correctamente y a los trece ingresó en la segunda enseñanza.
Adolescente dirigía publicaciones estudiantiles. Con apenas 16 años se
le condenó a seis de cárcel. Deportado a España, antes de cumplir 20 años
escribió dos extraordinarios ensayos: «El Presidio Político
en Cuba» y «La República Española ante la Revolución
Cubana». En 1874, se doctoró en Derecho y en Filosofía y Letras.
Como uno de los periodistas más
prestigioso de su tiempo, trabajó durante largas temporadas para varios
periódicos de Latinoamérica y los Estados Unidos. Con finísima
sensibilidad, y envidiable dominio de la lengua, elaboraba los más románticos
y atrevidos giros y lanzaba al viento las más encendidas arengas.
Humanista de infinito amor por la vida y
sus cosas bellas, no vaciló en predicar una guerra que concibió como
necesaria, generosa y breve.
Expresó en versos su apuesta por los
pobres.
Gabriela Mistral lo calificó como «el
hombre más puro de la raza» y Rubén Darío lo llamo «maestro»…
Si bien en vida cosechó algunos
homenajes, fueron más los que prodigó, sobre todo a Bolívar, Sucre San
Martín, Hidalgo, Juárez, Carlos Marx, Walt Whitman y a cuantos hombres y
mujeres aportaron a la causa del hombre y a la reivindicación de su
dignidad.
Martí fue el primero en incorporar la estética
al discurso político, describiendo las monstruosidades de la esclavitud
con una belleza que reforzaba la repulsa. Denunció el colonialismo español
sin ofender a España y describió las malezas de la sociedad
norteamericana, sin deponer su admiración por las realizaciones de sus
sabios y de su pueblo.
Exiliado por más veinte años viajó
incasablemente: España, Francia, México, Guatemala, Honduras, Estados
Unidos, Venezuela, Haití, República Dominicana, Jamaica, Costa Rica y
Panamá lo acogieron. Estados Unidos lo puso en contacto con el
capitalismo industrial, así como México y Guatemala con los pueblos indígenas.
La opulencia de América y la pobreza del indio, lo admiraron, conmovieron
e indignaron. Radicalizó su pensamiento, sin renunciar a la ternura ni
incubar odios.
El hombre que nació para poeta y para
maestro y al que la vida convirtió en político y en soldado, dio a la
guerra de liberación y al nacionalismo, el humanismo que necesitaba y
concibió una republica que estaría más allá de las clases, de los
partidos y de sus conflictos. La máxima: de «Con todos y
para el bien de todos» es una profesión de fe.
Lo tardío de la independencia cubana,
permitió a Martí aprovechar la experiencia latinoamericana. Para evadir
los riesgos del caudillismo, puso la revolución en manos de un partido.
Para él el gobierno en la república debía establecerse sobre bases éticas
y conforme a derecho, procurando el equilibrio social. Su idea de la
justicia era incompatible con la explotación de clases, con el racismo y
con la desigualdad y nunca cedió un ápice en materia de soberanía
nacional.
Entre las grandes preocupaciones sociales
de Martí, se destacan la prominencia de la cultura, en su credo, «…único
modo de ser libre» y la educación a la que calificaba como «…forma
futura de los pueblo». En pocos temas ahondó tanto como en el de la
mujer que, junto con la niñez, concitó sus reflexiones más profundas y
bellas.
A pesar de su vasta cultura y sus casi
infinitas dotes, en ningún campo brilló tanto ni fue tan grande su
capacidad de intuir y prever, como intensa su angustia por lo que podía
ocurrir, ni tan enérgica su advertencia como en la apreciación del
significado que para América Latina y el mundo tendrían los Estados
Unidos.
Fue el primero en advertir que Norteamérica,
empujada por su vocación imperial, extendería sus dominios por América
y, sin dejarse tentar por las ventajas de uniones e integraciones, a
simple vista gananciosas, advirtió que: «Los pueblos
menores…, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al
exceso de productos de una población compacta y agresiva.»
Comido por la impaciencia, Martí no se
dio respiro en el cometido por aunar voluntades, allegar recursos y
legitimar con nobles ideas y sólidos principios la causa de la
independencia de Cuba.
El 25 de marzo de 1895, lanzó en Santo
Domingo el memorable Manifiesto de Montecristi, el 11 de abril desembarcó
en Cuba y el 19 de mayo de 1895, en magnífica ofrenda a sus ideas, cayó
en combate.
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