"Casi siempre se hallan en nuestras manos los  recursos que pedimos al cielo." 
William Shakespeare


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       ARTÍCULOS: ARCHIVO

 


 


Taller de Periodismo y Literatura

dictado por Martín Caparrós

en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano
y Corporación andina de Fomento

desarrollado por María Paulina Ortíz

   



MARTÍN CAPARRÓS

 

En qué tono contarlo

La elección del tono debe hacerse desde el momento en que se empieza a trabajar en una crónica. El tono en que se escribe algo es central porque comunica toda la sensación alrededor de lo que se está leyendo. Los datos, las palabras, los hechos pueden ser los mismos, pero según como uno los vaya articulando, según el tipo de frase que vaya poniendo, según el tipo de organización, van a armarse tonos totalmente distintos. Si no se toma una decisión desde el principio –“esto lo voy a contar de tal manera”– se mezclan tonos y se hace ruido. El lector va a perderse: “¿cómo así? si yo venía leyendo una cosa y de pronto encuentro otra”. No digo que eso no sea un recurso valido: a veces uno empieza de una manera para seguir después con otra y para volver y para ir. Está bien, si se controla.

El tono que uno le va a dar al texto no se lo imagina en abstracto. Creo que uno se lo imagina a partir de una o de dos frases. La forma de plasmar mejor el tono en que uno cuenta es el principio, son las dos o tres primeras frases.

Uno de los datos centrales del tono es el tipo de palabras que uno usa. Nosotros trabajamos con palabras, pero no tenemos un dominio demasiado extenso sobre las palabras que usamos. Sería ideal controlar las palabras porque cuando uno no las controla, ellas lo controlan a uno y hablan por uno. Siempre pasa: las palabras siempre dicen mucho más de lo que uno querría y eso obviamente es incontrolable. Pero hay la posibilidad de decidir. Uno puede elegir con el tono. Decidir, por ejemplo, si va a poner falleció, murió, dejó de existir. Para cada cosa que uno quiera decir hay un registro muy amplio de palabras. Es bueno saber en qué léxico quiere uno moverse, para manejar el tono.

Y tratar de evitar lo que llamo las segundas palabras. Los periodistas creemos que nuestro oficio consiste en desechar la primera palabra que viene a la cabeza y usar la segunda. En lugar de murió, poner falleció; las cifras bajaron, pero ponemos descendieron. Así sucesivamente. Los diarios están plagados de segundas palabras, que para mí son el signo más definitivo de algo kitsch, de manierismo, de comprar el jarrón de porcelana con flores violetas en vez del vaso sencillo de vidrio recto. La primera palabra casi siempre es la mejor. Si uno usa una segunda para demostrar que sabe muchas palabras, si el único recurso que tiene es ese, es porque está jodido. Me parece que uno tiene formas más elegantes de contar, formas que tienen que ver con el tono, el ritmo, el punto de vista.

El caso paradigmático de segundas palabras al poder es el frenesí por la sinonimia.

Caer en una tormenta de sinónimos so pretexto de que queda feo repetir algo. ¿Por qué queda feo repetir? Si estoy convencido de que esa es la palabra ¿por qué no la puedo decir ocho veces? ¿Qué pasa? ¿El lector va a decir que soy un poco burro? Un sinónimo puede hablar a través de uno si no piensa mucho la palabra. Es central saber qué se está diciendo. Usemos diccionario. Interesémonos por las palabras. Son la única materia prima que tenemos.

Hay un verbo muy noble en castellano que es decir, dijo, dice. Por alguna razón creemos que tenemos que usar toda esta sinonimia (señaló, advirtió, indicó) que además nos traiciona. Se usa explicó cuando alguien simplemente dijo algo. O declaró cuando dijo buenos días. Cada uno de estos verbos sustitutivos conlleva un juicio sobre cuál fue la intención del tipo cuando lo dijo. Si uno dice advirtió está haciendo juicios de que el fulano lo dijo “para que”. Conlleva un significado que uno no le quiso dar a la expresión sino que se coló por no usar “dijo”. Nunca uso otro verbo que no sea “dijo”, “dice”, “dirá” o “había dicho”. Es más elegante y preciso. Es una primera palabra. Si cada tanto hay que subrayar que lo que hizo no fue solo decir sino amenazar, puede que uno lo diga, pero ahí ya va a tener peso.

Usar las primeras palabras es un pequeño paso hacia una forma de saber qué palabras usa uno y por qué. Cada momento estamos eligiendo la palabra tal en vez de la palabra cual. Cuánto más sepamos por qué estamos eligiendo cada palabra, mejor vamos a escribir, porque vamos a estar controlando lo que escribimos. Para eso hay que leer mucho y saber qué significan las palabras.

Si cada día uno se entera de una o dos palabras, de dónde vienen, cómo se pueden usar, al cabo de dos años tiene mil palabras más y va a poder usarlas como le dé la gana y no ser usado por ellas. No deberíamos permitir que las palabras nos pongan en un lugar donde no queríamos estar. Usar la palabra fallecer ya me hace ser parte de determinada retórica, determinado tono. También es importante cuidar la gradación de las palabras. Uno tiende a usar palabras muy fuertes muy rápido y esas palabras no dejan espacio para seguir adelante. Después, cuando realmente se quiere decir algo, no hay cómo decirlo ni el lector lo va a creer.

Lo que más hace avanzar la narración es el verbo. Me gusta que las situaciones verbales se expresen con verbos. Lo directo tiene mucha más fuerza. Si estamos contando una de acción (otra cosa sería si estamos describiendo un paisaje) es mejor el toc-toc-toc, el ritmo rápido, el golpe. Las formulaciones directas. No perder aliento en oraciones subordinadas, que son la muerte del ritmo. Muchas subordinas pueden evitarse o reemplazarse por los dos puntos. Los dos puntos implican una continuidad, una relación de causa-consecuencia.

Uno de los problemas que se tienen es cómo introducir frases. Empezar una frase es difícil, uno parece estar obligado a alguna introducción, a poner algo antes para ayudarse, una muleta que no sirve para nada. Usamos algún tipo de adverbial de tiempo o de consecuencia –entonces, por lo tanto– y esos suelen ser los momentos más pesados de una frase porque después uno ya está contando lo que tiene que contar. Hay que cuidar esas transiciones porque pueden arruinar una buena frase. La forma como uno empieza la frase determina de qué modo se va a leer. Algunos conectivos no son necesarios. Se quitan y no pasa nada.

No hay que enunciar lo que se va a hacer sino hacerlo. Cuando uno relee lo escrito encuentra que ha puesto cosas innecesarias. La aspiración máxima es que todo lo que haya en el texto sea necesario para él. Eliminar lo superfluo, lo que no quiere decir necesariamente ser seco ni austero. Se puede ser barroco y llenar todo de palabras sin que nada sea superfluo, pero eso es más complicado. Yo leo lo que escribía hace quince años y digo ¡cuántas palabras usaba! Ahora escribo con menos palabras, menos adjetivos, menos fórmulas y menos ganas de sorprender a nadie. Supongo que es un camino habitual: cuando uno empieza necesita que digan ¡ah, miren, qué bárbaro! Después se le pasa y puede escribir tranquilo.


Cuidar también que no haya ritmos demasiado distintos. Actuar en vez de reproducir. Concentrar. Poner solo lo necesario para contar lo se quiere contar. Uno tiene una cantidad de información recogida, pero debe ir cincelando el texto como una escultura hasta que quede lo que uno quiere presentar. La crónica, así como el relato, debe dar la sensación de que todo lo que narra es necesario.

 

Introducción
Periodismo y Literatura
Primera persona
La crónica
Actitud del cazador
Qué voy a contar
El principio
Decir o mostrar
En qué tono contarlo
Comas y adjetivos
La música de las palabras
Una voz propia
La estructura
Los diálogos
La entrevista
El perfil
Editores y lectores
Tener ganas
El final

 

Gentileza: FUNDACIÓN NUEVO PERIODISMO IBEROAMERICANO  http://www.fnpi.org/

 

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