Primera
persona
La primera característica que definió al Nuevo
Periodismo fue la primera persona. La primera persona es una manera de
decir “yo me hago cargo de lo que estoy diciendo” frente a la supuesta
neutralidad y/u objetividad del lenguaje periodístico habitual, la
tercera persona. Es curioso: se supone que es una forma de aminorar lo que
uno dice, pero es lo contrario. La primera persona se hace cargo y aclara:
“esta no es la verdad, es lo que yo digo”. Pone en duda la posibilidad
de emitir una verdad y expresa que lo que se emite es un punto de vista
–el punto de vista del autor–, cosa que los medios no hacen nunca
porque sus pactos de lectura se basan en la suposición de que lo que
dicen es la verdad.
Todos los
textos, aunque no lo digan, son en primera persona, así estén escritos
en tercera. Cualquier cosa que se escriba es necesariamente una versión
subjetiva. Escribir en primera persona es solo una cuestión de decencia,
de poner en evidencia aquello que son pero no muestran. Nadie puede dar
cuenta de una realidad completa sin pasar por el tamiz personal. El truco
ha sido equiparar objetividad con honestidad y subjetividad con manejo,
con trampa. Pero la subjetividad es ineludible. Simular que no hay alguien
detrás de lo escrito es amoral. Contra la apariencia de la objetividad,
creo que hay que poner en evidencia la subjetividad. La forma más clara
de hacerlo es la primera persona.
Llevamos siglos creyendo que hay relatos automáticos producidos por esa
“máquina fantástica” que se llama prensa; convencidos de que los que
nos cuentan las historias son las máquinas-periódicos, porque esa máquina
hace todo lo posible para que sea así, porque necesita ese pacto para
seguir pretendiendo que lo que cuenta es la verdad y no una de las
infinitas miradas posibles. Si hay una justificación teórica, y hasta
moral, para el hecho de usar todos los recursos que la narrativa ofrece,
sería esa: pensar que con esos recursos se está poniendo en evidencia
que hay una subjetividad, una persona que mira y cuenta.
Los diarios tratan de imponer “la prosa periodística”, “la prosa
objetiva”, que más que objetiva es castrada. Han construido muy
cuidadosamente ese modelo que consideramos una escritura transparente.
Hemos llegado a la convicción tácita de que cuando vemos cierto tipo de
prosa, no hay prosa, no hay escritura, nadie está contando eso. Es el
discurso del medio, de la máquina. A lo largo de tantos años de
acostumbrarnos, lo creemos. Volver a poner una escritura entre lo relatado
y el lector es la manera de decir: aquí hay alguien que está contando.
Para que esto suceda, para volver a introducir ese filtro de la escritura,
la manera ha sido ir encontrando formas, estilos, estructuras y demás que
se opongan y se diferencien de esa escritura transparente de los diarios
en las últimas décadas.
No es que esté en contra de la limpieza de una prosa, sino de la fórmula
que pretende que ahí no hay escritura. Hay prosas súper limpias que son
infinitamente más bellas que otras cargadas, pero también ponen más en
escena la existencia del autor. No es la máquina la que escribe sino cada
uno de los que trabajan en ella. No existe objetividad escrita. Lo que
existe es la honestidad, la decencia, que consiste en contar lo que se
sabe, enterarse todo lo posible, y si uno no sabe algo decir no sé. En Amor
y anarquía, la biografía que escribí de la chica argentina que
murió en Italia colgada en su prisión en 1998 acusada de terrorismo, yo
no sabía si la habían matado o si se suicidó. Tenía datos a favor del
suicidio pero después de mucho dudar terminé contando que no lo sabía.
Era una decisión rara porque una investigación de ese tipo, sobre todo
si es un libro, pretende saber cómo fueron las cosas. Es un gesto de
honestidad decir que hay datos que uno no sabe. Para mí esa honestidad
ocupa el lugar que los medios quieren hacerle jugar a la objetividad.
Un periódico no se permite decir “No se sabe” y se lanza a afirmar
algo de lo cual tiene evidencias relativas. Después se desdice, se hace
el tonto, pasa un mes y nadie se acuerda. Los periodistas no se creen en
condiciones de permitirse la duda, cuando lo más interesante es si uno
puede dudar, y si puede dudar en público, mejor todavía. Es raro, porque
lo que se espera es que afirme. En eso se parece el discurso periodístico
al discurso político: afirma todo el tiempo. Pero con qué derecho se le
dice a alguien lo que tiene que hacer o lo que le conviene. Me molesta la
posición del que afirma, prefiero ser el que mira y se pregunta.
Cuando digo primera persona no estoy postulando eso de “cuando yo llegué...”.
No estoy hablando de una opinión de fulano. No hay que confundir la
escritura en primera persona con la escritura sobre la primera persona.
Cuando el cronista empieza a hablar más sobre la primera persona que de
lo que lo rodea, deja de ser interesante. Nuestro trabajo es contar el
mundo y sus posibilidades, contar algo del mundo que nos parece que le va
a venir bien a los lectores.
Cuanta más cercanía, cuanta más
pasión se ponga a lo que se hace, mucho mejor. La pasión no es estupidez
y la distancia no garantiza ningún tipo de neutralidad. El miedo es que
se supone que involucrarse lo hace a uno ir en cierta dirección, yo creo
que uno siempre va en cierta dirección. Disimular las ideas que uno tiene
sobre algo es más engañoso que hacerlas evidentes. No existe tal cosa
como narrar una serie de sucesos sin involucrarse de alguna manera. Lo que
se puede ser es decente y narrar los hechos de la manera más responsable
posible.
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