No puede
decirse que estemos separados.
En rigor no
vivimos juntos, pero nunca
dijimos de separarnos. Nos
amamos . . . No existe ningún motivo.
Además, nos vemos a diario. Ella viene a casa, y también yo subo
a buscarla. Y ella me ve, siempre. Y viene a mi encuentro.
¿Cómo podría
yo haberle hecho algún daño ?
Es cierto que
hubo muchos detalles que considerados con más atención, podrían haberme
dado indicios de lo que sucedería.
Pero . . .
Qué se va uno a imaginar.
Ella decía
siempre cosas como, por ejemplo: "Vos
ves todo desde muy cerca. Tu visión es demasiado estrecha."
- o bien- "Para
comprender a las personas y los hechos, es mejor alejarse un poco.
Buscar horizontes más extensos.
Elevarse por sobre las pequeñas vanidades y los grandes
egoísmos."
Pero yo siempre
interpreté sus expresiones y sus actitudes como rasgos de su modo de
pensar, podría decir que de su filosofía.
Como cuando
decidimos comprar una vivienda un poco más cómoda que la teníamos.
Yo
quería una casita, algo amplio. Pero
ella insistió en un departamento y no quiso ninguno de todos los que
vimos hasta que dimos con ése, en el piso veintisiete, que Usted conoció
hoy.
Miraba hacia
afuera.
Pasaba horas en
silencio frente a las ventanas, como si lo que viera tras los vidrios
fuera un dilema. Muchas
veces desperté de madrugada, porque sentía sed o algo así, y la encontré
observando la noche o el amanecer a través de los cristales.
Yo la
acariciaba por las noches, y ella respondió siempre a mi caricia;
y a pesar de la oscuridad, podía ver sus ojos buscando las alturas
. . . el infinito.
"Como un
pichón." -susurré
alguna vez sintiendo en la mano lo suave y sedoso de su vello- " Como el plumón de un pichoncito ."
- y adiviné su sonrisa en la penumbra.
Otra cosa
sugerente fué su afán por tener plantas, grandes plantas en casa y, al
mismo tiempo, su reticencia a tener animales.
"No es
lugar para perros ni gatos." -sostenía-
"Hacen ruidos, ensucian y rompen."
-pero yo sé que en realidad sentía terror, un terror irracional,
sobre todo por los gatos.
Pero la vez que
la vi ponerse muy mal fué ese día en que me le aparecí con un zorzal,
negro y hermoso, que desde hacía tiempo me cautivaba en la vidriera de la
pajarería.
"¿Pensaste
alguna vez que ese animalito está acostumbrado a recorrer decenas de quilómetros
en el día ?" -me dijo cuando regresé de devolverlo- "¡Y nosotros lo metemos en una cajita con
barrotes de hierro, en la que
apenas puede dar un par de saltitos!
¡No sabe cómo, pero si supiera, ¡se mataría!"
-asestó, terminando para siempre con mis deseos de agregar un
animalito a nuestra vida de pareja.
La última vez
que hablé con ella fué hace unos . . . dos meses.
Llegué a casa alrededor de las siete de la tarde, oscuro ya por la
inminencia de una tormenta.
"La señora
ya llegó." -comentó el
portero al verme entrar apurado. Subí
hasta el departamento pero allí no había nadie,
y supuse que habría ido a la terraza a recoger la ropa tendida.
Efectivamente, allí estaba, pero
no habia ropa para recoger.
Parada frente
al parapeto que da al sur, recibía con deleite el viento en la cara,
-sé que ama el viento- y
tenía los brazos abiertos, ligeramente hacia atrás . . .
como para volar.
"Ya
voy." -murmuró cuando
tomé su mano, y yo bajé pues entendí que deseaba estar sola, tal vez
considerando alguna decisión que debería tomar. Y la esperé
en casa.
Pero no vino.
Esa noche no vino.
Cuando al
amanecer volví a subir a la terraza y la encontré caminando sobre el
parapeto, me detuve subitamente por temor a asustarla, pero ella sólo me
miró, con sus ojos mansos y crédulos.
Y habrá visto
usted el ventanuco abierto en la cocina.
Es
que ella viene, todos los días, y
se cuela por allí para tomar agua de la canilla que gotea, y a comer el
maíz que yo dejo siempre en un platito.
Yo sé,
Su Señoría, que todo ésto sonará como una delirante fantasía
en sus oídos. Y que sus
presunciones están fundadas en el hecho de que en nuestro departamento
están todas sus cosas, sus documentos, sus ropas, sus libros,
sus joyas, pero ella no está.
Por éso
quisiera que me acompañara alguna vez, cuando ella viene a verme, a comer y a beber . . . Y así disiparía usted todas sus
sospechas. Me vería entonces acercarme a ella y rascar suavemente su
costado y su cuello, allí donde el plumón es tenue y sedoso como el de
un pichoncito.
Y la vería a ella, con su inconfundible gesto de amor, responder a mi caricia y
observar los infinitos, inclinando su cabeza y entrecerrando apenas sus
redondos ojos negros.
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