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La opinión pública

por Jordi Berrio*

   




 

No resulta fácil definir qué es este fenómeno social que conocemos como opinión pública. Hay quien dice que es un fantasma. Childs (1965) reunió unas cincuenta definiciones de dicho concepto, lo que indica que no existe ninguna definitiva y que no se ha llegado a acuerdo alguno entre los especialistas sobre el tema. Sin embargo, podemos constatar una evidencia: seguimos hablando de opinión pública, lo que quiere decir que el concepto sigue siendo útil a fin de explicar ciertas conductas sociales. No podemos, por lo tanto, abandonar la noción, pero debemos ser prudentes a la hora de valorar algunas de las utilizaciones que se hacen de ella en la práctica diaria de la vida política y en la de los negocios. En la vida ordinaria, fuera de los ámbitos académicos y científicos, se usa la noción de una forma que no dudaré en calificar de chapucera. Cualquier mente mínimamente analítica no admitirá que se pueda hacer corresponder, sin más, la opinión pública con el resultado de las encuestas o los plebiscitos y elecciones que se celebran consuetudinariamente. De acuerdo con estos argumentos, me propongo exponer las principales aproximaciones que se han realizado al fenómeno que nos ocupa, siempre desde una posición crítica, empezando, eso sí, por una aproximación histórico-genética de la creación de los públicos modernos, sujetos activos de la opinión pública, y de los sistemas políticos democráticos que han sido el medio en el que la opinión de los públicos ha alcanzado un papel funcional.
La noción de opinión pública supone, en principio, que se trata de opiniones, y esto quiere decir juicios sobre cuestiones de interés interés general. Las opiniones se mueven en un terreno que podemos considerar que existe entre el conocimiento y la ignorancia, y se articulan alrededor de temas respecto a los que no se pueden tener ideas definitivas; son juicios que no son ni verdad ni mentira. Las opiniones se moverán, por lo tanto, en el campo de la verosimilitud; de lo que es creíble o probable. No tiene sentido que alguien diga que opina que la Tierra es redonda, porque es una cuestión de hecho. La Tierra es o no es redonda. En cambio, sí se estará de acuerdo en que la pertinencia de hacer la paz o la guerra es una cuestión sobre la que se pueden tener ideas varias, lo que quiere decir que la opinión supone una posición personal; no diría compromiso, pero sí el decantamiento de una persona hacia una explicación de las cosas que permite más de una posibilidad. Por otro lado, las opiniones implican racionalidad e información en grado variable, y siempre deben argumentarse de forma positiva o negativa. Por otra parte, las cuestiones que son objeto de conocimiento son impersonales; no dependen de nadie particularmente, y, en consecuencia, no requieren ningún compromiso personal. No es necesario argumentarlas, sino, sencillamente, demostrarlas.
Las opiniones siempre suponen juicios individuales, lo que hace que al hablar de opiniones colectivas se corra el riesgo de crear abstracciones que carecen de cualquier tipos de correspondencia con nada que tenga una realidad empírica. Sin embargo, y tal y como enunciábamos anteriormente, estas abstracciones pueden ser útiles para explicar unas determinadas situaciones que sí se dan en la sociedad.
Cuando se habla de opinión pública, generalmente se quiere hacer referencia a algo que va más allá de las opiniones individuales, e incluso de su suma. Se puede admitir que los temas que afectan al conjunto de la sociedad originan debates y procesos de información que ayudan a los individuos a formar sus opiniones individuales. Por lo tanto, se tratará siempre de opiniones de personas concretas, pero que son el resultado de la interacción comunicativa directa, cara a cara, o indirecta, a través de los medios de comunicación. La existencia de opiniones individuales requiere que haya ciudadanos capaces de tenerlas, es decir, personas razonablemente informadas o muy informadas y que tengan la suficiente autonomía de juicio como para poderse formar ideas personales de los problemas que afectan a la comunidad.
De estas generalidades podemos sacar algunas consecuencias. La primera es que, para que se pueda hablar de opinión pública, es necesario que exista la posibilidad de informar y de informarse con una libertad suficiente. En este punto todo el mundo está más o menos de acuerdo. Después, debe aceptarse la necesidad de un debate social más o menos libre o condicionado. En este punto existen algunas diferencias.
Asimismo, tendremos que admitir que, para que pueda hablarse de opinión pública, es obligado que se manifieste de una u otra forma. No se pueden confundir nunca la confidencialidad o los juicios no expresados con la opinión pública, ya que ésta requiere necesariamente publicidad. Las opiniones, por lo tanto, es necesario que sean manifestadas; después también será necesario que estas opiniones manifestadas tengan algún tipo de operatividad social, esto es: que sean cultural y políticamente relevantes.

Una última consecuencia que también tendremos que extraer de lo que hemos dicho hasta ahora es que el ejercicio de la razón pública precisa que haya ciudadanos capaces de razonar con libertad de conciencia y con capacidad crítica; es decir, que haya públicos. Es evidente que las masas compuestas por sujetos indiferenciados o las multitudes reunidas en un lugar y en un espacio de forma circunstancial no son, no pueden ser, los sujetos de la opinión pública. La existencia de públicos activos es un fenómeno moderno que está relacionado con la creación de las democracias que se establecieron en algunos países a raíz de las revoluciones burguesas.
La opinión pública es fundamentalmente un conjunto de procesos de comunicación que se realizan entre los ciudadanos, y entre éstos y el gobierno. Tales procesos se llevan a cabo mediante contactos directos y también indirectos, a través de los medios de comunicación. Esta realidad indiscutible ha llevado a considerar a los medios de comunicación como los instrumentos indispensables para el ejercicio de la razón pública en las sociedades complejas actuales. Pero a menudo se ha errado cuando se han pretendido considerar los contenidos de los medios y la opinión pública como una misma cosa. Es lo que Allport (1937) ha denominado el malentendido periodístico de la opinión pública. Los medios de comunicación, si desempeñan bien su función, vehiculan las opiniones de la gente o le procuran las informaciones oportunas para que los públicos puedan formárselas. Pero si se convierten en instrumentos de propaganda, entonces ya no está claro si van a favor o en contra de la opinión pública.

 

Conclusión

Tal y como se desprende de la presente exposición, la opinión pública es un tema abierto. Se ha definido y vuelto a definir. Ha ido evolucionando a medida que también lo hacían los sistemas político y comunicativo. Actualmente vivimos una época de cambios muy y muy importantes. La introducción de las redes telemáticas sin duda abrirá nuevas posibilidades a las relaciones sociales. Hay quien habla ya de una nueva esfera pública. Los sistemas democráticos están cambiando, aunque no parezca, a veces, que lo hagan demasiado positivamente. Por otro lado, la construcción de la Europa unida puede abrir nuevas e insospechadas perspectivas a los sistemas políticos de futuro. Por todo ello, no cabe la menor duda de que tendremos que seguir trabajando teóricamente para dibujar los perfiles que adquirirán las relaciones comunicativas entre los ciudadanos y los caminos que
seguirán los acuerdos colectivos sobre opiniones y actitudes.

 

 

Bibliografía relacionada

ALLPORT, Floyd H. (1937): “Toward science of public opinions”, en The Public Opinions Quarterly (gener, núm. 1, p. 8-23).

ARENDT, Hannah (1974): La condición humana. Barcelona: Seix Barral. Versión original: The human condition. Chicago: University of Chicago Press, 1958.

BERELSON, B.; STEINER, G. A. (1964): Human behavior: An inventory of scientific findings. Nueva York: Harcourt, Brace y World.

LIPPMANN, Walter (1922) (1965): Public Opinion. Nueva York: The Free Press. Londres: Collier Macmillan Publishers.

LUHMANN, Niklas (1978): Statto di diritto e sistema sociale. Nápoles: Guida Editori. Edición original: Politische Planung: Aufsätze zur Soziologie von Politik und Verwaltung. Opladen: Westdeutscher Verlag, 1971.

MARLETTI, Carlo (1985): Prima e dopo. Tematizzazione e comunicazione politica. Turín: Eri.

NOËLLE-NEUMANN, Elisabeth (1995): La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social. Barcelona: Paidós. Edición original: The Spiral of Silence. Public opinion. Our Social Skin. Chicago y Londres: The University of Chicago Press, 1984.

PRICE, Vicent (1994): La opinión pública. Esfera pública y comunicación. Barcelona: Paidós. Edición original: Public Opinion. Newbury Park California: Sage Publications, 1992. SPEIER, Hans (1950): “Historical development of public opinion”, en American Journal of Sociology (vol. LV, enero, p. 376-390). Artículo recogido en Anàlisi (nº. 25, 2001, p. 209-221). Bellaterra: Servei de Publicacions de la Universitat Autònoma de Barcelona. Versión castellana en Charles S. Steinberg; A. William Bluem (ed.) (1969).

STEINBERG, Charles S.; BLUEM, A. William (ed.)
(1969): Los medios de comunicación social. México: Editorial Roble.

* Profesor titular al Departamento de Periodismo y de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Autònoma de Barcelona.

Gentileza de: PortaldelaComunicación.com

 

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